BANGALORE / PAKHIRALAY, India – La rutina matutina de Bapi Mondal en Bangalore está a años luz de la que mantenía en su aldea ancestral, Pakhiralay, en los Sundarbans, una famosa región de humedales en el estado de Bengala Occidental, en el noreste de la India.
Se levanta antes del amanecer, enfrenta el pesado tráfico y pasa ocho largas horas moldeando carcasas de baterías de plástico. No es la vida que conocieron sus antepasados recolectores de miel, pero elementos como las tormentas extremas, la subida del nivel del mar y la salinidad mortal del suelo obligaron a este hombre de 40 años a abandonar siglos de tradición familiar y viajar muchos kilómetros para trabajar en una fábrica de un suburbio de concreto de Bangalore, una ciudad del sur del país.
Bapi aún recuerda sus habilidades tradicionales: caminar por el bosque de manglares para encontrar un árbol con un panal, remendar botes y redes de pesca, y cantar y actuar en obras tradicionales. Su hijo de 19 años, Subhodeep, que trabaja junto a él en la fábrica, ha perdido ese legado.
El hogar de Bapi, los Sundarbans, el bosque de manglares más grande del mundo, está en la primera línea del cambio climático, y los medios de vida locales están sufriendo las consecuencias. En este laberinto acuático donde se encuentran la tierra y el mar, los aldeanos que antes dependían de la pesca, la recolección de miel y la agricultura ahora enfrentan mareas crecientes, aguas más saladas y tormentas más frecuentes. Para muchos, la vida se ha convertido en una lucha por mantener modos de vida centenarios.
El nivel del mar en los Sundarbans está subiendo casi al doble de la tasa mundial, inundando aldeas y obligando a las familias a marcharse. El agua salada arruina los arrozales y estanques, haciendo más difícil la agricultura y la pesca. Los mawalis, los recolectores de miel, también luchan, ya que el cambio climático altera la floración y daña los manglares, reduciendo las poblaciones de abejas silvestres.
La crisis no termina con el agua. La salinidad, antes controlada por los flujos de agua dulce, aumenta año tras año, afectando tanto a la pesca como a la agricultura. La contaminación, los diques mal gestionados y la sobreexplotación de recursos agravan el problema. A medida que los ingresos disminuyen y las tierras desaparecen, miles emigran a ciudades cercanas, con la esperanza de encontrar trabajo, pero a menudo terminan en barrios marginales urbanos.
La vida urbana es implacable para migrantes como Mondal. Pasa ocho agotadoras horas de pie, moldeando carcasas de baterías seis días a la semana, en duras condiciones fabriles.
Al final del día regresa a un pequeño apartamento de una sola habitación. Comparte ese espacio con su esposa Shanti y su hijo Subhodeep. La familia enfrenta dificultades económicas. Bapi gana unos 215 dólares al mes, apenas lo suficiente para sobrevivir. A pesar de las penurias, dice que el trabajo sigue siendo su elección.
“Una elección difícil, pero una elección”, explica.
Las mañanas son agitadas para la familia Mondal. Él señala el reloj de pared y le pide a su esposa que prepare rápido el almuerzo. “Los tres trabajamos en diferentes fábricas de la zona”, dice Mondal. “Tenemos que llegar al trabajo a las 8:00 de la mañana”, explica.
Shanti, la esposa de Bapi, pasa sus días en una fábrica de confección planchando ropa con una plancha industrial. Trabaja turnos de ocho horas con solo un descanso semanal, y gana unos 169 dólares al mes. Su hijo de 19 años, Subhodeep, también se unió a su padre en la fábrica de plásticos. Los tres trabajan ahora en Bommasandra, el cinturón industrial de Bangalore, juntando sus salarios para sobrevivir.
La migración ha separado a la familia.
“Tenemos una hija de 11 años que vive con mis suegros en los Sundarbans”, explica Shanti. El costo de la vida urbana los obligó a dejar a su hija menor atrás. “Me parte el corazón estar separada de mi hija, pero queremos que tenga una buena educación y una vida mejor, por eso hacemos este sacrificio”, dice Shanti. Su hija asiste a la escuela en la aldea.
Su trabajo le dio independencia económica y voz en las decisiones familiares, como la construcción de su nueva casa. La familia de Bapi, con raíces en la aldea durante siglos, eran mawalis, recolectores de miel que conocían el bosque gracias a un conocimiento transmitido de generación en generación.

Aún con raíces
El padre de Bapi, Gopal Mondal, todavía se adentra en los peligrosos bosques de los Sundarbans. Arriesga ataques de tigres y ciclones mortales para recolectar miel silvestre. Pero el bosque que antes alimentaba a las familias ahora las está dejando sin sustento.
El cambio climático ha alterado todo. Los ciclones golpean con más frecuencia y fuerza. El ciclo natural de floración se ha descontrolado. Las poblaciones de peces han colapsado.
“La cosecha de miel sigue disminuyendo y los precios bajan”, explica Gopal.
Mientras Gopal intenta aferrarse a la tradición, su hijo Bapi ya no ve un futuro en esas aguas y bosques.
“El bosque ya no da suficiente miel ni pescado”, comparte Bapi. Los ritmos que sus antepasados siguieron durante siglos de pronto dejaron de tener sentido.
Ante la falta de oportunidades, Bapi intentó otros trabajos en su aldea. Además de ir al bosque con su padre durante la temporada de miel (abril-mayo), manejaba un van gaari, un triciclo eléctrico con plataforma de madera para pasajeros. Pero ni eso alcanzaba para vivir.
“Hubo un tiempo en que no podía comprarle ni un sari a mi esposa”, recuerda. La migración fue la única salida.

De los bosques a las fábricas
Además de la migración forzada, el cambio climático erosiona la memoria, la identidad y el conocimiento ancestral. Abandonar los Sundarbans le costó a la familia más que su hogar.
Bapi todavía conserva habilidades tradicionales: navegar aguas traicioneras en bote y recolectar miel en lo profundo del bosque.
“Sé cómo atrapar camarones y cangrejos del río y del mar”, dice, “mi padre y mis tíos me enseñaron esas destrezas cuando era joven”.
Su esposa, Shanti, asiente y agrega que también era experta recolectora de cangrejos y camarones en los Sundarbans. “Creo que todavía tengo eso en mí”, dice con orgullo.
Pero la cadena de conocimiento se está rompiendo. “No pude transmitir esa sabiduría a mi hijo”, admite Bapi con pesar.
Subhodeep representa a esta generación perdida. Terminó el décimo grado y dejó su aldea para unirse a sus padres en Bangalore. No aprendió las habilidades que definieron a su familia durante generaciones. “Nunca entré al bosque para recolectar miel o pescar”, explica, «mis padres no querían que lo hiciera”.
La ironía es evidente. Los padres de Bapi lo animaron a aprender esas habilidades ancestrales. Pero cuando el colapso ambiental volvió esas prácticas peligrosas e improductivas, Bapi decidió proteger a su hijo de ellas.
Para los Mondal, el bosque se volvió demasiado peligroso e impredecible.
“Ir a recolectar miel o pescar es muy incierto ahora”, explica Bapi. Las capturas han disminuido y los ataques de tigres han aumentado. La familia conoce el riesgo: su abuelo fue asesinado mientras recolectaba miel.
Años atrás, un tigre también atacó a Gopal Mondal. Tuvo más suerte: logró escapar, pero aún tiene cicatrices en la mano.
Estas duras realidades marcaron la decisión de Bapi sobre el futuro de su hijo. “No quiero que la próxima generación tenga un oficio tan peligroso”, dice. La elección es clara: las familias pueden aferrarse a tradiciones arriesgadas que ya no alcanzan para sobrevivir o abandonarlas para buscar trabajos más seguros en ciudades lejanas.
¿Hay otras razones detrás de los cambios en los Sundarbans?
“No podemos culpar solo al cambio climático e ignorar las actividades humanas que empeoran la situación”, señala el profesor Tuhin Ghosh, de la Escuela de Estudios Oceanográficos de la Universidad de Jadavpur. La actividad humana y el cambio climático forman una combinación mortal.
La gente taló manglares para abrir campos y estanques de peces, y construyó diques que bloquearon el flujo de las mareas. El resultado es contaminación salina, suelos y aguas envenenadas, especies que desaparecen y un paisaje degradado.

Un hogar inhabitable
Alrededor de 4,5 millones de personas viven en la región de los Sundarbans entre Bangladesh e India. Una encuesta reciente revela la magnitud de la migración climática: casi 59 % de los hogares tiene al menos un miembro que se mudó por trabajo.
Algunos estudios señalan que 60 000 personas emigraron de partes de los Sundarbans para 2018. Pero las encuestas familiares muestran cifras más altas, ya que miden familias afectadas, no solo individuos.
Estas cifras locales reflejan una crisis mucho mayor. En Bangladesh, los desastres climáticos desplazaron a 7,1 millones de personas solo en 2022, mostrando cómo el cambio climático impulsa movimientos masivos.
En el lado indio, en Bengala Occidental, los investigadores documentan grandes flujos de migración estacional y permanente hacia ciudades y otros estados. Las familias suelen enviar a sus miembros a trabajar fuera, aunque los registros oficiales son escasos.
Pérdidas más allá del dinero
En las últimas dos décadas, los Sundarbans fueron golpeados por ciclones fortalecidos por el cambio climático. Desplazaron a miles y provocaron pérdidas millonarias. Pero más allá de la ayuda por desastres y la migración, se desarrolla una crisis silenciosa: la erosión de una sabiduría ecológica, una cultura y una tradición de siglos.
Gopal Mondal, de poco más de 60 años, se sienta frente a su humilde casa en Pakhiralay. Cuando se le pregunta por el equipo de protección para su peligroso trabajo recolectando miel en el bosque de los Sundarbans, levanta un pequeño amuleto, un tabeej.
“Esto y mis oraciones a Bon Bibi son mi protección”, dice Mondal, que lidera un grupo de recolectores de miel. “Ellas nos protegen de las tormentas y de los babu (tigres)”, asegura.
El anciano recita mantras transmitidos por generaciones, enseñanzas de su padre o de sus primos, aunque ya no recuerda exactamente de quién.
“Toda la comunidad adora a Bon Bibi”, explica sencillamente.
Para comunidades como la de Mondal, Bon Bibi, la “Dama del Bosque”, es la guardiana de los manglares. Durante siglos, pescadores, recolectores de miel y leñadores han pedido su protección en territorios de tigres y aguas propensas a ciclones. Su culto es más que fe: representa el vínculo de las personas con un entorno peligroso pero vital, ofreciendo consuelo e identidad donde los recursos de seguridad son escasos.
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Cuando se le pregunta sobre la pérdida del conocimiento tradicional en su familia, Mondal sonríe débilmente.
“Antes, en cada familia de pescadores había alguien, un hijo o un nieto, que sabía reparar redes o remendar botes”, dice. “Pero en mi familia, las cosas están cambiando. Mis hijos y nietos viven lejos y sus visitas son demasiado breves como para aprender estas habilidades”, agrega.
El recolector de miel hace una pausa, mirando los manglares a lo lejos. “La generación joven muestra muy poco interés en nuestra profesión”, añade con tristeza.
El experto en migración climática M. Zakir Hossain Khan, de la organización Change Initiative, con sede en Bangladesh, advierte que el desplazamiento por el clima en los Sundarbans está destruyendo modos de vida de siglos basados en el conocimiento profundo del bosque y los ríos.
Los pescadores poseen un saber raro sobre mareas, ciclos de reproducción y rutas de manglares, transmitido con la práctica. Con los jóvenes yéndose a las ciudades, pocos lo heredan. Los recolectores de miel saben cómo hallar panales, proteger a las abejas y sobrevivir en territorio de tigres. Pero mientras los jóvenes se alejan, la recolección de miel desaparece de los Sundarbans.

Un patrimonio que se desvanece
Este cambio generacional refleja una transformación más amplia en los Sundarbans. Las habilidades tradicionales que antes definían a las comunidades costeras, tejido de redes, construcción de botes, lectura del clima y navegación forestal, están desapareciendo, ya que los jóvenes migran a las ciudades, principalmente busca de empleo y, algunos, de educación.
“De igual manera, las artesanías y la construcción de botes con hojas, bambú y madera de mangle para fabricar esteras, techos y embarcaciones pequeñas requieren tanto comprensión ecológica como destreza artesanal, que ya casi no se transmiten”, comenta Khan, de Change Initiative.
Agrega que la medicina herbal y los rituales espirituales practicados por curanderos locales, que usan plantas como la corteza de sundari y hental, también están en riesgo, ya que la migración y la urbanización erosionan el contexto cultural que las sustentaba.
Cultura en la encrucijada
Ghosh, que lleva más de 30 años trabajando en los Sundarbans, señala un patrón preocupante.
“La migración está matando nuestras artes populares”, dice. “Las historias de Bon Bibi, el teatro jatra pala, las canciones de los pescadores… todo está desapareciendo. La gente que solía actuar en los festivales se está haciendo vieja. Y no hay nadie que los reemplace”, agrega.
Los Sundarbans enfrentan una crisis cultural. Las representaciones tradicionales que antes reunían a los pueblos durante los festivales religiosos ahora tienen dificultades para encontrar artistas. Los jóvenes que podrían haber aprendido estas artes de sus mayores ahora se marchan a las ciudades en busca de una vida mejor.
Antes eran centrales en la vida de los Sundarbans, las tradiciones populares como el jatra pala, las historias de Bon Bibi y las canciones de pescadores se desvanecen junto con sus intérpretes envejecidos. Con pocos aprendices jóvenes, un rico patrimonio cultural corre el riesgo de desaparecer, dejando atrás una región no solo transformada económicamente, sino también vaciada culturalmente.
T: GM / ED: EG