SAN MIGUEL, San Salvador – Los niños y niñas que fueron arrebatados del seno familiar, en medio de la guerra civil de El Salvador, ahora como adultos luchan por superar ese proceso agridulce que aún los marca: la felicidad de haberse reencontrado con sus familias y, también, la tristeza de saber que perdieron media vida sin estar juntos, durante décadas de incertidumbre.
El mismo sentimiento viven los padres, madres, hermanos, tíos, abuelas y demás parientes que vieron cómo esos niños y niñas desaparecieron un día, arrancados del hogar por personas, la mayor parte militares, que eran parte de una intrincada red de trata de personas, y los dieron en adopción de forma irregular.
Durante la guerra civil en El Salvador (1980-1992), cientos de niños y niños que vivían con sus familias en zonas de combate, en medio de alguna operación militar, fueron tomados por la fuerza por soldados bajo el mando de oficiales que eran parte de esa red de trata.
“Los niños fueron identificados como un botín de guerra y también como una forma de lucro”, explicó a IPS Ana Escalante, directora de Asociación Probúsqueda, la organización que desde 1994 trabaja en investigar casos de niños y niñas separados de sus familias, en el contexto de la guerra, y que fueron dados en adopción en el extranjero.
“Comencé a buscar (a mi familia) desde siempre, desde que tuve suficiente edad para buscar, pero me topaba con muchos callejones sin salida”: Sarah Kanfer.
Hasta ahora, Probúsqueda ha registrado 1053 casos, entre los que figuran 475 personas localizadas y, de esas, 296 han logrado reencontrarse con su familia biológica en El Salvador. Han fallecido además 92 familiares que pudieron haber tenido nexos con personas adoptadas.
El más reciente reencuentro se produjo en abril. Dos muchachas que ahora viven en Reino Unido vinieron a El Salvador a conocer a su madre, Ángel María Ramos. Probúsqueda investiga otros 578 casos.
Además de haber sido arrebatados en operativos militares, también hubo casos de niños y niñas cuyos padres vivieron un desplazamiento forzado, debido a la intensidad de los combates y una vez fuera de las zonas de guerra, resultaron engañados por otros actores de la red de trata.
En esa red había desde abogados hasta personal de organizaciones humanitarias, dijo Escalante, quienes con tretas convencían a los padres de entregar a los bebés. Se sabe de casos en los que los hicieron firmar papeles en blanco y, cuando no podían leer ni escribir, los hacían poner una huella, sin saber qué estaban autorizando.
Se falsificaron y alteraron documentos, como registros de nacimientos, a fin de hacer parecer que todo era legal y correcto, y las familias que adoptaron desconocían ese mecanismo fraudulento.
Muchos de esas niñas y niños, ahora personas adultas, profesionales, viven en ciudades de Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo, y han logrado reencontrarse con sus familiares biológicos, en una vorágine de alegría, emoción y también nostalgía.

La verdad sana
“Un reencuentro es algo muy bonito, muy emotivo, pero detrás del reencuentro hay situaciones dolorosas”, destacó Escalante, la directora de Probúsqueda.
Presenciar el momento en que una persona adoptada llega a El Salvador para reunirse con su madre o padre biológicos, después de décadas de separación forzada, es en efecto un evento de gran emotividad, especialmente cuando ellos se funden en un prolongado abrazo, salpicado de lágrimas.
Escalante afirmó que el reencuentro no solo es de carácter físico o emocional sino también un paso para conocer la verdad, que ha estado oculta durante tanto tiempo.
“Y la verdad es a veces bien dolorosa, pero al final también es sanadora. Estas personas, al conocer la verdad, sanan, cierran esos espacios oscuros. Pero las familias no recuperan lo que se les quitó”, subrayó.
Agregó que a estos niños se les arrebató la posibilidad de crecer junto a su familia de origen, perdieron su arraigo y claramente perdieron su identidad.
Incluso algunas personas adoptadas, tras conocer la verdad, prefieren no continuar con el proceso de reunirse con su familia biológica, pues esa verdad arrastra temores difíciles de procesar.
Alrededor de 90 personas pasan por esa situación actualmente, según los datos de Probúsqueda.
Sin embargo, la mayoría sí se esfuerza por reunirse con sus familiares.
“En sus testimonios, estas personas adoptadas dicen que ellas no encontraban su identidad, como tal, con las familias con las que crecieron, por eso buscan su origen, que es su derecho también”, recalcó Escalante.
La historia de Sarah (o Virginia)
En efecto, tras la felicidad de un reencuentro, esas personas tampoco olvidan los momentos de angustia por conocer su verdadero origen, sus raíces, y responder la pregunta de quiénes eran en realidad y de dónde venían.
“Comencé a buscar (a mi familia) desde siempre, desde que tuve suficiente edad para buscar, pero me topaba con muchos callejones sin salida”, contó a IPS Sarah Kanfer, una trabajadora social que vive actualmente en Nueva York.
Sarah, de 40 años, se llamaba Virginia Lorena, en El Salvador, así la nombró su madre, Eusebia Portillo, cuando la pequeña nació, en 1985, en el fragor de la guerra civil salvadoreña.
Ese conflicto dejó más de 75 000 muertos y 8000 desaparecidos.
La madre era una campesina que vivía en San Luis de la Reina, un distrito del municipio de San Miguel Norte, en el este de El Salvador. La crueldad de los combates la obligó a mudarse a ese municipio y, más tarde, se movilizó a San Salvador, la capital del país, donde nacería la niña, una de ocho hermanos y hermanas.
Con engaños, la madre entregó la bebé a su hermana, quien junto con el esposo de ella le hizo creer que se llevarían a la niña por un breve tiempo, donde las personas que serían el padrino y la madrina de la recién nacida.
Luego la bebé fue dada en adopción y terminó con una familia en Nueva York, en Estados Unidos.
Sara contó que cuando aún era una niña de cinco años, comenzó a hacer preguntas a su madre adoptiva, pues por ser hispana se sentía diferente en medio de una comunidad con poca presencia de minorías étnicas. Su madre le reveló que había sido adoptada, afirmó.
“Creo que siempre me sentí fuera de lugar, me sentí sola. Me sentía como si no pertenecía a nada, a pesar de que fui amada (por mi familia adoptiva) y me proveyeron de todo. Pero había siempre una necesidad, algo dentro de mí que me empujaba a querer saber quién era y de dónde era yo”, narró Sarah, entre lágrimas, desde Nueva York, en entrevista digital.
Tras varios intentos fallidos de dar con sus orígenes, en 2024 Kanfer contactó por medio de una red social con Probúsqueda, y ese fue el inicio de un proceso que culminaría en noviembre del año pasado, cuando por fin viajó a El Salvador, junto a su esposo, para reunirse con su madre y demás familiares.
Ese viaje se dio luego de que el test de ADN, al que ella y su madre se habían sometido por separado previamente, y que es la prueba definitiva, confirmara el vínculo familiar.
“Me dijeron que habían encontrado a mi madre, fue realmente increíble”, recordó Kanfer, quien aseguró que su mamá adoptiva siempre la apoyó en su búsqueda de sus orígenes.
Su madre biológica, Eusebia, de 72 años, aún vive la felicidad de haberse reunido con su hija, en noviembre.

Una relación que perdura
“Todavía estamos viviendo la alegría del momento del reencuentro”, aseguró Eusebia a IPS, sentada junto a otra de sus hijas, Rosa María Portillo, en la sala de la casa donde viven, en el barrio Milagro de la Paz, de San Miguel Norte, en el este del país.
Eusebia recordó: “La niña estaba tiernita (bebé) cuando me la quitaron…, viera qué alegría cuando me dijeron que ya estaba la prueba de ADN que confirmaba que yo era la mamá”.
El día previo a la visita de IPS a San Miguel Norte, el 10 de junio, Kanfer había regresado a Nueva York luego de una breve visita de tres días a sus familiares en El Salvador, tras saber que su madre y su hermana Rosa María estaban un poco mal de salud.
Kanfer habla muy poco español, pero todos se las arreglan para comunicarse.
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“Sarah es bien cariñosa, bien amable con todos nosotros. Es un amor”, afirmó Rosa María, de 34 años. Informó que su hermana vendrá nuevamente en noviembre, junto a su esposo y sus dos hijos.
Sin embargo, en medio de la alegría, Rosa María también resintió la separación forzada de su hermana.
“También fue triste para nosotros, por todos esos años perdidos que no pudimos crecer juntos, convivir como hermanas, jugar juntas, compartir cosas”, dijo.
ED: EG