Clamor por una acción global para salvar la pesca a pequeña escala

Pescadores artesanales en el mercado donde venden su captura en Magogoni, en la ciudad de Dar es Salaam, en Tanzania. Imagen: Kizito Makoye/IPS

NIZA, Francia –  Justo antes del amanecer, los desgastados dhows, las embarcaciones de madera a vela tradicionales, comienzan a deslizarse hacia la costa en el mercado de pescado de Magogoni, en la ciudad portuaria de Dar es Salaam, en Tanzania.

Sus velas raídas ondean contra el cielo anaranjado. Los pescadores agotados salen a la arena fangosa, arrastrando redes deshilachadas y cajas de plástico, con los rostros arrugados por el sol y tensos por el cansancio.

La escena de Magogoni —mujeres envueltas en coloridos kangas (telas de algodón impresas) regateando por una modesta captura, niños correteando entre cubos volcados y el olor acre de las aguas residuales que se vierten al mar a través de una tubería oxidada— no disuade a nadie.

Es una lucha por la supervivencia para miles de pescadores artesanales que dependen del océano Índico para llevar comida a la mesa de sus familias.

Sin embargo, hoy en día hay algo que está claro.

A más de 7000 kilómetros de distancia, en la Costa Azul francesa, líderes mundiales, científicos marinos y responsables políticos se reunen en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos (Unoc3), que se celebra en Niza desde el lunes 9 y hasta este viernes 13.

Durante la conferencia se presentó el informe «Estado de los recursos pesqueros marinos mundiales», elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

El informe puso al descubierto la crisis a la que se enfrentan los océanos del mundo y lanzó una grave advertencia a las comunidades pesqueras de Tanzania y de otros muchos países costeros que dependen del mar para ganarse la vida.

Según la FAO, solo 47,4 % de las poblaciones de peces del Atlántico centro-oriental se pescan actualmente a niveles sostenibles. El resto están sobreexplotadas o al borde del colapso, empujadas al límite por el cambio climático, la débil gobernanza y la falta de datos.

«Ahora tenemos la imagen más clara que nunca del estado de la pesca marina», dijo a los delegados el director general de la FAO, Qu Dongyu. «El siguiente paso es claro: los gobiernos deben ampliar las medidas que funcionan y actuar con urgencia», demandó.

Para pescadores como Daudi Kileo, de 51 años, que lleva décadas en el mar, esa urgencia ya debería haberse cumplido. «Hoy en día no pescamos lo suficiente, pero seguimos trabajando duro», dijo a IPS por teléfono desde Dar es Salaam; arrastrar una red casi vacía por la arena es desalentador, afirmó.

En Tanzania, la mayoría de los pescadores operan de manera informal. Sus barcos carecen de sensores o licencias. Sus capturas no se registran. No hay cuotas, ni medidas de conservación, ni formación sobre prácticas sostenibles.

Cada noche, se adentran en el mar con la esperanza de volver con lo suficiente para llegar a fin de mes, pero cada vez es más difícil.

«A veces volvemos con menos de lo que necesitamos para alimentar a nuestros hijos», dice Kileo, «pero no tenemos otra opción».

Mientras las comunidades pesqueras de Tanzania luchan contra la sobrepesca y la disminución de las capturas, otras partes del mundo apuntan a un futuro diferente.

En Port Lympia, el puerto de Niza, el aire no transporta ningún olor acre que moleste a los dignatarios visitantes. Las pequeñas embarcaciones se balancean sin hacer nada; muchas parecen transportar turistas en lugar de perseguir peces.

Es un atisbo de lo que se puede lograr cuando las políticas favorecen la protección frente a la explotación y cuando las economías evolucionan más allá de la extracción.

«Hay un futuro en el que el océano puede alimentarnos de forma sostenible», afirma el profesor Manuel Barange, director de la División de Pesca de la FAO. «Pero requiere un cambio profundo y estructural, y rápido», añade.

Para ese cambio es fundamental la iniciativa «Transformación Azul» de la FAO, una ambiciosa estrategia destinada a transformar los sistemas alimentarios acuáticos mediante prácticas sostenibles, una gobernanza sólida y la inclusión.

El plan tiene por objeto mejorar la vigilancia, las prácticas pesqueras éticas y la expansión de la acuicultura responsable, al tiempo que se lucha contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (INDNR, en inglés), que constituye una grave amenaza para los ecosistemas frágiles y las comunidades vulnerables.

Sin embargo, convertir esa visión en realidad en países de bajos ingresos como Tanzania sigue siendo un reto monumental.

«No tenemos las herramientas ni el apoyo», afirma Yahya Mgawe, investigador del Instituto de Investigación Pesquera de Tanzania. «Hay muchos pescadores, nuestros datos son incompletos y la aplicación de la ley es débil. Nos estamos quedando atrás», dice a IPS en Niza, donde participa en la Unoc3.

Las consecuencias son nefastas. El sector pesquero de Tanzania da empleo a más de 180 000 personas, la gran mayoría en operaciones a pequeña escala. El pescado no solo proporciona ingresos, sino también una nutrición vital, especialmente en las zonas rurales.

Sin embargo, a medida que el cambio climático altera los patrones de migración y reproducción de los peces y se intensifica la competencia en aguas sobreexplotadas, los conocimientos tradicionales ya no bastan para mantener los medios de vida.

«Todo está cambiando», afirma Nancy Iraba, ecóloga marina de la Universidad de Dar es Salaam. «Especies que antes eran comunes están desapareciendo. Los peces son cada vez más pequeños. Y los pescadores deben invertir más tiempo y esfuerzo, con rendimientos cada vez menores», detalla.

El informe de la FAO destaca que en las regiones con una mejor regulación e inversión en ciencia, como el Pacífico nororiental, más de 90 % de las poblaciones de peces se explotan de forma sostenible. Según los expertos, estos avances se deben a cuotas estrictas, la recopilación de datos en tiempo real y la cooperación transfronteriza.

Sin embargo, en África y otras partes del Sur global, la disparidad es cada vez mayor.

«Los pescadores de Tanzania no son los causantes del agotamiento de los océanos», afirma Iraba. «Pero son los primeros en pagar el precio», añade.

Reconociendo esta injusticia, el director general de la FAO, Qu Dongyu, aprovechó la plataforma de la conferencia para defender a los pescadores artesanales como «guardianes de la biodiversidad» y actores cruciales para la seguridad alimentaria mundial.

Instó a los países a incluirlos en los procesos de toma de decisiones y en la aplicación de las políticas.

«Los pescadores no son solo productores», afirmó. «Son proveedores de nutrición y pilares económicos de las sociedades costeras. La transformación debe ser medioambiental, social y económica, todo al mismo tiempo», añadió.

También hizo un llamamiento a invertir en la participación de los jóvenes, señalando que, a medida que la población mundial se acerca a los 10 000 millones, se debe empoderar a los jóvenes para que innoven en el sector marino. «Deben ser líderes, no solo observadores», enfatizó Qu.

Sin embargo, los avances siguen siendo lentos.

Si bien los desembarques pesqueros sostenibles representan ahora 82,5 % del total mundial, lo que supone una modesta mejora, la proporción de poblaciones sobreexplotadas a nivel mundial sigue siendo de 35,4 %.

Y a pesar de los ambiciosos objetivos mundiales de proteger 30 % de las zonas marinas para 2030, solo 2,7 % de los océanos están actualmente protegidos de forma eficaz.

La brecha financiera es igual de amplia. Los expertos estiman que se necesitan hasta 175 000 millones de dólares al año para lograr la transformación de la pesca sostenible, pero los compromisos siguen estando muy por debajo de esa cifra.

Al concluir la conferencia el viernes 13, la FAO celebró su 80 aniversario y los 30 años del Código de Conducta para la Pesca Responsable con un nuevo impulso a la innovación, incluido un nuevo programa de reconocimiento de la acuicultura responsable.

«La gestión eficaz es la mejor forma de conservación», recordó Qu a los delegados. «Nuestros océanos, ríos y lagos pueden ayudar a alimentar al mundo, pero solo si utilizamos sus recursos de forma responsable, sostenible y equitativa», añadió.

De vuelta en Dar es Salaam, los barcos de Magogoni ya se preparan para otra noche. El sol se eleva en el cielo, proyectando largas sombras sobre la arena salpicada de peces.

«Oímos hablar constantemente de grandes reuniones y políticas», dice Kileo, «pero nadie viene aquí a preguntarnos cómo sobrevivimos. Nadie nos ayuda cuando desaparece el pescado».

Sus palabras flotan en el aire salado, un silencioso recordatorio de que, a menos que las voces de los pescadores artesanales se incluyan en la visión global para la sostenibilidad de los mares, la transformación puede dejar atrás a los más vulnerables.

T: MF / ED: EG

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