Mujeres cabreras de Chile afrontan el cambio climático ganando premios

Yasna Molina exhibe en su predio en Villaseca, en el municipio chileno de Ovalle, los galardones conquistados con sus quesos de cabra, entre ellos la Copa América otorgada al tipo azul Anqas. Imagen: Orlando Milesi / IPS

OVALLE, Chile – Las mujeres criadoras de cabras del municipio de Ovalle, en el norte de Chile, enfrentan el cambio climático defendiendo su patrimonio con mejoras a la calidad y variedad de sus productos, que ha llevado a algunas a ganar premios internacionales por sus quesos.

Estimuladas por ese reconocimiento internacional, estas pastoras se han adaptado ante los impactos de la crisis climática, que en sus tierras se expresa en una aguda y larga sequía que dificulta el agua para sus rebaños y disminuye la alfalfa en las praderas.

El 2024 cayeron en la región apenas 89,2 milímetros de agua lluvia, según medición en la Estación de La Serena, la capital de la región de Coquimbo, donde se ubica el municipio de Ovalle, a unos 412 kilómetros al norte de Santiago.

Ese nivel fue mejor que el 2023, pero el embalse del río Limarí, en Coquimbo, apenas se llenó 15% de su capacidad.

La sequía empuja hacia la cría de cabras estabuladas, o en corrales, o semi estabuladas, con rebaños que reciben parte de su alimento encerrados, aunque salen diariamente a las tierras cercanas, rompiendo parcialmente el sistema de pastoreo itinerante que ha sido la forma de vida de los criadores caprinos de la zona.

“Los animales confinados no dan el mismo resultado”, aseguró a IPS Yasna Molina, de 46 años, del poblado Villaseca, cuyo queso azul Anqas ganó el primer premio de la Copa América 2024 durante un certamen realizado en Cayambe, en el norte de los Andes de Ecuador, entre el 9 y el 11 de agosto de ese año.

“Estoy súper orgullosa de mi patrimonio. Nuestra región tiene un sabor de queso distinto, diferente por lo que comen nuestras cabras, la proteína de su leche, los aceites, las sales y la temperatura a que llegan”: Yasna Molina.

Anqas significa azul en cacán, la lengua diaguita, un pueblo originario del norte de Chile.

“Llevamos alrededor de 25 años de sequía”, lamentó Molina en su predio bautizado como Caprinos Villaseca, en la comunidad con ese nombre dentro de Ovalle.

Desde noviembre, en plena primavera boreal, y hasta julio, cuando entra el invierno,  suplementa la alimentación de sus cabras criollas comprando heno seco, alfalfa, avena, maiz y concentrados para que recuperen peso.

“Mi cabra criolla tiene ubres pegaditas al cuerpo, más redonditas, porque trepa, pasa entre espinas y varas, salta los cercos. Sabe comer en praderas libres”, explicó esta mujer cuya labor ya la hizo merecedora en 2022 del «Premio Nacional a la Mujer Innovadora en Agricultura».

Una cabra  de la raza saanen, citó como ejemplo, da seis litros de leche diarios, pero se necesitan 12  para elaborar un kilo de queso. Las criollas producen tres litros, pero solo se requieren cinco para un kilo de queso, además de adaptarse mejor a la crisis hídrica y otros elementos de la dureza del ecosistema andino que el cambio climático agudiza.

En noviembre 2024, Molina también participó en el World Cheese Awards, en Viseu, Portugal, una competencia con más de 4500 quesos y con un jurado formado por 250 expertos técnicos y catadores.

“Hice muchos amigos allí, con quienes mantengo contacto y les pregunto de todo”, dijo a IPS con satisfacción, aunque sus productos no obtuvieron galardones.

El padrastro de de Yasna Molina, Benito Gallegos, posa orgulloso junto a parte de las cabras que diariamente lleva a los cerros cercanos a pastar, en el norteño municipio chileno de Ovalle. El pastoreo durante algunos meses incluye lugares alejados, en la cordillera de Los Andes, pertenecientes a una comunidad agrícola de la que la familia forma parte. Imagen: Orlando Milesi / IPS

Sequía provoca migración

En Coquimbo hay 5391 productores de queso de cabra según una encuesta del Instituto Nacional de Estadísticas (Ine). Del total, 80 % son pequeños cabreros y sobre 60 % mujeres. En esta misma región hay 396 000 cabezas de ganado caprino, 65% del existente en Chile.

La crisis climática obliga a los cabreros a emigrar a zonas de pastoreo lejanas, laderas arriba en la cordillera de Los Andes, que discurre de norte a sur de este alargado país sudamericano de 19,5 millones de habitantes.

“El cambio climático más profundo viene desde años y se gesta por el uso indiscriminado de pastos naturales y el exceso de explotación de leña”: Claudia Torres.

Manuel Portilla, de 67 años, oriundo de Samo Alto, en el municipio coquimbano de Río Hurtado, se vio obligado a migrar al interior de San Fernando, 140 kilómetros al sur de Santiago, en estribaciones andinas más altas, ya en la región de O’Higgins.

“Nos trasladamos en 2023 porque ese año fue sumamente seco. Nos fuimos con 200 cabras grandes más sus crías a Puente Negro, en la cordillera, a 70 kilómetros del municipio de San Fernando. Aquí seguimos acampados”, contó vía celular a IPS.

Llevó pastoreando a sus cabras más de 600 kilómetros, antes de asentarse en Puente Negro, donde inesperadamente cayó mucha agua y nieve en 2024.

“Quedé con la cuarta parte del ganado. Teníamos las cabras bajo un galpón, pero ellas se trababan por las patas y con tanta agua y nieve, se tullían y morían”, relató.

Mario Albuquerque, de 90 años, y Dioselinda Albuquerque, de 74, junto al bebedero para las cabras que el matrimonio instaló en el corral que poseen en Parral Viejo, en el municipio de Río Hurtado, en la región chilena de Coquimbo. “Hay que ser sufrido para andar detrás de las cabras. Puro amor para estos animalitos”, dijo ella a IPS. Imagen: Orlando Milesi / IPS

Graves problemas por el cambio climático

La ingeniera agrónoma y magister en Caprinotecnia Claudia Torres, subdirectora del Centro de Estudios de Zonas Áridas de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, es la actual administradora de la Estación Experimental Agronómica Las Cardas, a las afueras de Coquimbo, una ciudad portuaria, con nombre homónimo al de la región.

En diálogo telefónico con IPS desde esa ciudad dijo que el cabrero más perjudicado por el cambio climático es el pequeño, que no invierte en la alimentación de su rebaño pues siempre las ha llevado a pastar en diferentes zonas de las praderas y laderas andinas.

Los criadores con su rebaño totalmente estabulado son minoritarios e “igualmente afectados porque les falta el agua ya que una cabra en plena producción toma 10 litros diarios”, indicó.

Un tercer grupo es el criancero, como se llama localmente al pastor trashumante y de crianza extensiva, “escapa al daño directo porque su explotación es una forma de vida y no es un tema económico”, aseveró.

Pero sea como sea su tipo de crianza, para todos es grave la poca disponibilidad de agua para las cabras.

“El cambio climático más profundo viene desde años y se gesta por el uso indiscriminado de pastos naturales y el exceso de explotación de leña”, aseveró Torres.

Sobre el futuro de los cabreros chilenos por las alteraciones climáticas, dijo que “mi mayor miedo es que no se tomen las definiciones a tiempo. No veo una política de región en el manejo de cuencas. No hay concepto de ello. Todo se determina por el dinero que tú tienes”.

Puso como ejemplo la zona de Pan de Azúcar, también en la región coquimbana, donde aumentan cada día las plantaciones de paltos (aguacates) y cítricos, en un país donde crece el peso económico de la agroexportación, controlada por grandes agroindustrias que controlan mayoritariamente el recurso hídrico existente.

“Pareciera que el agua es inagotable y no te importan los demás… Cada vez perforan pozos más profundos y tienen bombas más grandes porque tienen dinero para hacerlo. Preocupa que no haya una visión y un trato igualitario”, que tenga en cuenta a los tradicionales cabreros, aseveró.

Las cabras de Caprinos Villaseca, en el municipio de Ovalle, en el norte de Chile, son en su mayoría criollas, porque es una raza que convive mejor con la sequía y que la productora Yasna Molina está recuperando también porque su leche es mejor para los quesos gourmet que fabrica. Imagen: Orlando Milesi / IPS

Repercusiones de un premio

“Estoy súper orgullosa de mi patrimonio. Nuestra región tiene un sabor de queso distinto, diferente por lo que comen nuestras cabras, la proteína de su leche, los aceites, las sales y la temperatura a que llegan”, aseveró Molina.

En las 11 hectáreas de propiedad familiar, tiene 75 cabras criollas en régimen semi estabulado.

Entre julio y noviembre boreales pastorean en cerros alejados, incluidos los de la comunidad agrícola Canelilla, a la cual pertenece su padre.

“Estoy rescatando la cabra criolla que mejoro con otras razas pues necesito una cabra de pastoreo”, explicó durante la jornada en que IPS estuvo con la cabrera y sus animales.

La cabra criolla se adaptó bien al secano árido mediterráneo, típico de Coquimbo.

El premio internacional otorgado a Molina llenó de energías a otras cabreras quienes vislumbran una valoración de su quehacer y de los productos de sus rebaños caprinos.

Por ello enfrentan la sequía y la falta de agua animadas y con diversas estrategias.

Elsa Araya, de 45 años, vive en Parral de Quile, dentro del municipio de Punitaqui, en el secano costero de Coquimbo.

Extrae agua desde un pozo, pero “con la sequía los afluentes bajaron mucho. Se requieren inversiones que nosotros no podemos”.

Gracias al apoyo del estatal Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap), enfocado en el desarrollo de pequeños productores agropecuarios, logró instalar el riego tecnificado en un terreno donde cultiva alfalfa.  “Ahorramos mucha agua y mejoramos su distribución”, detalló a IPS por teléfono.

Araya lamentó que por falta de energía eléctrica no puede tener ordeñadoras mecánicas y es consciente que esto merma sus posibilidades. “Con electricidad abarataríamos mucho el sistema de producción”, dijo, al explicar que es su próximo objetivo.

Juana Pérez Milla, de 65 años, vive en Carrizal, en el municipio de Río Hurtado. “Nos pasamos pidiéndole a Dios que llueva, porque de eso dependemos. Con bombas lanzo agua al estanque que tengo y desde allí al establo”, aseveró.

Ahora tiene 75 cabras, todas semiestabuladas, y amplió su oferta de quesos impulsada por la creciente demanda.

“Hago queso blanco con orégano, ají verde, albahaca, merkén (un condimento picante y ahumado propio del originario pueblo mapuche). Una va imaginándose variedades de quesos. Hago también queso pasteurizado y otros con nueces, pasas y mermeladas, aprendidos en México adonde fui invitada”, reveló a IPS.

En media hectárea heredada de su madre, Pérez Milla saca hasta 45 litros de leche y produce ocho kilos de quesos diarios.

Nuevos sabores y denominación de origen

La tradición caprina chilena comenzó en 1544. A nivel mundial, hay pruebas que hace 4000 años el ser humano elaboraba ya quesos con leche de cabra.

Hoy este queso renace en los mercados internacionales porque contiene menos grasa en comparación con algunos quesos de vaca u oveja, convirtiéndose en una opción más saludable según los nutricionistas.

Además tiene bajos niveles de sodio y aporta más calcio y proteínas.

En el mercado mundial esta leche alcanzó a 12000 millones de dólares en 2022 y llegaría a 18000 millones en 2030.

La aceptación aumenta porque las productoras introducen diferentes sabores a sus quesos.

Según Molina, las cabreras chilenas tienen mucho por aprender, pero su gran capital es el “terruño”, como denominan localmente a la combinación de suelo, clima y variedad del cuidado de los rebaños. En el caso de las cabreras de Ovalle, también suma contar con tierra propia, aunque su actividad incluya el pastoreo trashumante parte del año.

“Nuestro terruño es lo que tiene más valor. En Europa lo valoran y tienen muchos quesos con denominación de origen. Eso lo tenemos que aprender», sostuvo.

Cree que su queso azul Anqas podría alcanzar denominación de origen porque utiliza un hongo producido con cepas propias.

La especialista en caprinotecnia Torres, en tanto, prepara una solicitud al Instituto Nacional de Propiedad Intelectual (Inapi), para otorgar la denominación de origen a todo el queso blanco de cabra, semi graso y fresco, que se produce en Ovalle.

Se daría así más valor al producto y se protegería a la cabra criolla y a sus criadores, que se esfuerzan por mitigar y adaptarse al cambio climático pese a las alteraciones que les provoca en su actividad tradicional.

La tramitación, que demoraría dos años, no ha sido fácil sobretodo porque los crianceros no están asociados debido a que pese a ser muchos, viven muy dispersos y se movilizan periódicamente por extensas zonas.

ED: EG

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