ROMA – Los malos hábitos alimentarios tienen un costo oculto para la salud de más de ocho billones de dólares al año, indicó la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en un informe divulgado este viernes 8 en el que pide medidas urgentes para transformar los sistemas agroalimentarios.
El estudio de la FAO, que abarcó 156 países, sostiene que los costos ocultos de los sistemas agroalimentarios globales ascienden a 12 billones (millones de millones) de dólares anuales, y 70 % de ellos (8,1 billones) proviene de patrones alimentarios poco saludables, relacionados con enfermedades no transmisibles alarmantes.
Entre ellas, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares y diabetes, y sus costos superan con creces los relacionados con la degradación ambiental y las desigualdades sociales, según la FAO.
Al analizar los efectos sobre la salud, el informe identifica 13 factores de riesgo dietéticos. Entre ellos se incluyen el consumo insuficiente de cereales integrales, frutas y verduras, el consumo excesivo de sodio, y el consumo elevado de carnes rojas y procesadas, con diferencias notables de un sistema alimentario a otro.
Dependiendo del país, esta carga oculta representa hasta 10 % del producto interno bruto (PIB), particularmente para ciertos estados emergentes, señala el informe. Esta estimación es mínima, porque el cálculo no incluye los fenómenos de desnutrición, que también son costosos, subraya la FAO.
Históricamente, los sistemas agroalimentarios han evolucionado de tradicionales a industriales, cada uno con resultados diferentes y costos ocultos. Es por eso que el informe explora cómo se manifiestan los costos ocultos en diferentes tipos de sistemas agroalimentarios en todo el mundo.
Por ejemplo, si bien las dietas bajas en cereales integrales son el principal factor de riesgo dietético en la mayoría de los sistemas agroalimentarios, en los tradicionales y de crisis prolongada la mayor preocupación es el bajo consumo de frutas y verduras.
Los sistemas tradicionales son los caracterizados por una menor productividad, una adopción limitada de tecnologías y cadenas de valor más cortas, y los de crisis prolongada son aquellos que experimentan largos conflictos, inestabilidad e inseguridad alimentaria generalizada.
Los costos sociales, entre los que figuran la pobreza y la subalimentación, son más prevalentes en los sistemas tradicionales y afectados por crisis prolongadas.
Representan ocho por ciento del PIB donde dominan los sistemas tradicionales, y 18 % en los más afectados por crisis prolongadas, “lo que pone de relieve la urgente necesidad de mejorar los medios de vida e integrar las labores humanitarias, de desarrollo y de consolidación de la paz” en los países concernidos.
La ingesta elevada de sodio es otro problema importante, que muestra una tendencia creciente a medida que los sistemas agroalimentarios evolucionan de tradicionales a formales, aunque luego disminuyan en los sistemas industriales.
Por el contrario, el elevado consumo de carnes rojas y procesadas aumenta constantemente durante la transición de los sistemas tradicionales a los industriales, donde se ubica entre los tres principales riesgos dietéticos.
Más allá de los riesgos alimentarios, el impacto ambiental de las prácticas agrícolas insostenibles contribuye sustancialmente a la carga de los costos ocultos.
Los costos asociados con las emisiones de gases de efecto invernadero –que calientan la atmósfera y precipitan el cambio climático-, la escorrentía de nitrógeno, el cambio de uso de la tierra y la contaminación del agua son particularmente altos en países con sistemas agroalimentarios diversificados.
Sin países donde el rápido crecimiento económico va acompañado de cambios en los patrones de consumo y producción- y esos altos costos ocultos alcanzan, según estimaciones, a 720 000 millones de dólares.
La FAO advierte del riesgo de que estos cambios recaigan principalmente en los agricultores, situados “en primera línea”.
“Las cadenas de suministro cada vez más globalizadas y un desequilibrio de poder a menudo imponen la carga del cambio a partes vulnerables como los productores, quienes se enfrentan a mayores costos regulatorios y presiones a la baja sobre los precios”, señala el informe.
En general, el informe pide una transformación de los sistemas agroalimentarios basada en valores, para hacerlos más sostenibles, resilientes, mas inclusivos y más eficientes, lo cual requiere ir más allá de las medidas económicas tradicionales, como el PIB, utilizando una contabilidad de costos para reconocer los ocultos.
En sus recomendaciones, la FAO plantea promover dietas más saludables, pero también aprovechar el importante poder adquisitivo de los proveedores de alimentos a través de instituciones para mejorar el entorno alimentario, en combinación con una educación alimentaria y nutricional completa.
También, proporcionar a los consumidores información clara y accesible sobre los impactos ambientales, sociales y de salud de sus elecciones alimentarias.
Asimismo, fomentar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y nitrógeno, y difundir información sobre los cambios perjudiciales en el uso de la tierra y la pérdida de biodiversidad, mediante el etiquetado de productos, normas voluntarias e iniciativas de debida diligencia en toda la industria.
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