Opinión

Activistas climáticos contra el lavado verde con la cultura

Este es un artículo de opinión de Andrew Firmin, redactor jefe de CIVICUS, la alianza internacional de la sociedad civil.

Imagen: Justin Tallis / AFP via Getty Images

LONDRES – La sociedad civil trabaja en todos los frentes para afrontar la crisis climática. Los activistas se manifiestan en masa para presionar a gobiernos y empresas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Para ello recurren a la acción directa no violenta y a maniobras de gran repercusión, pagando un alto precio ya que numerosos Estados criminalizan las protestas contra el cambio climático.

Los activistas están acudiendo a los tribunales para exigir responsabilidades a gobiernos y empresas por sus compromisos e impactos climáticos, con recientes avances en Bélgica, India y Suiza, entre otros, y muchos más casos pendientes.

Están presionando a las instituciones para que dejen de invertir en combustibles fósiles -72 % de las universidades británicas se han comprometido a desinvertir- y presentando resoluciones corporativas que exigen medidas más contundentes.

A escala mundial, los activistas se esfuerzan por influir en las principales reuniones, especialmente en las cumbres climáticas, conocidas como las COP.

En la cumbre más reciente, la COP28, los Estados acordaron por primera vez la necesidad de reducir las emisiones de combustibles fósiles, un reconocimiento increíblemente tardío, pero que sólo llegó tras una intensa presión de la sociedad civil.

El autor, Andrew Firmin

A medida que aumenta la presión, las compañías de combustibles fósiles buscan cualquier forma de presentarse como ciudadanos corporativos responsables mientras continúan con su letal negocio el mayor tiempo posible, en una operación de lavado de imagen verde o de ecoimpostura, llamado en inglés greenwashing.

Quieren aparentar que están haciendo la transición a las energías renovables y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero, cuando lo cierto es lo contrario.

Las instituciones culturales son un objetivo privilegiado para las empresas de combustibles fósiles con reputación en declive pero bolsillos repletos.

El desembolso es ínfimo en comparación con los beneficios. A través del patrocinio, intentan presentarse como filántropos generosos y aprovechar el prestigio público de instituciones reconocidas.

Pero los activistas climáticos no les dejan salirse con la suya. Cada vez presionan más a galerías de arte y museos para que dejen de financiarse con los combustibles fósiles.

El Museo de la Ciencia, en el punto de mira

Reino Unido es la zona cero, sede de numerosas galerías y museos de categoría mundial presionados para atraer patrocinios del sector privado y de titanes del petróleo y el gas como las británicas BP y Shell.

Casi todas las grandes instituciones culturales londinenses han recibido financiación de combustibles fósiles en el pasado. Pero ahora son muchos menos los casos. Gracias a los esfuerzos de grupos de campaña como Culture Unstained, Fossil Free London y Liberate Tate, varias han cortado sus vínculos.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

La última victoria se produjo en julio, cuando el Museo de la Ciencia de Londres rescindió su contrato con el gigante petrolero estatal noruego Equinor. Esta compañía patrocinaba desde 2016 WonderLab, una exposición infantil interactiva.

Equinor sigue desarrollando nuevos proyectos extractivos, a pesar de que la Agencia Internacional de la Energía ha dejado claro que no puede haber más desarrollo de combustibles fósiles si hay alguna esperanza de hacer realidad el Acuerdo de París sobre cambio climático.

La compañía noruega es propietaria mayoritaria del yacimiento de petróleo y gas Rosebank, en el mar del Norte, cuya perforación aprobó el gobierno británico el año pasado.

El Museo de las Ciencias declaró públicamente que su patrocinio simplemente había llegado a su fin, pero los correos electrónicos sugirieron que Equinor estaba incumpliendo el compromiso declarado del museo de garantizar que los patrocinadores cumplen el Acuerdo de París, como determina la Iniciativa de la Ruta de Transición (Transition Pathway Initiative, en inglés), que evalúa si las empresas están realizando adecuadamente la transición a una economía baja en carbono.

El año pasado se reveló que el contrato del Museo de la Ciencia contenía una cláusula de silencio que impedía al museo decir nada que pudiera dañar la reputación de Equinor.

Esas restricciones podrían impedir a los museos debatir el papel central de la industria de los combustibles fósiles como causante del cambio climático. También hay ejemplos de empresas como la compañía petrolera Shell -ahora totalmente británica- que intentan influir en el contenido de las exposiciones que patrocinan.

Además de lavar su reputación, las empresas de combustibles fósiles pueden aprovechar los patrocinios para presionar a favor de una mayor extracción: La financiación por parte de BP de un acto de temática mexicana en el Museo Británico le permitió establecer contactos con representantes del gobierno mexicano como parte de una oferta exitosa para obtener licencias de perforación.

A medida que su financiación de organismos artísticos se hacía más controvertida, se informó también de que BP había reunido a representantes de instituciones patrocinadas para debatir cómo tratar con los activistas.

Posibilidades de mejora

Es poco probable que este cambio se hubiera producido sin la presión de la sociedad civil, que aumentó los costes de reputación del Museo de la Ciencia. Fue la culminación de una campaña de ocho años en la que participaron jóvenes activistas del clima, científicos y grupos de la sociedad civil del Reino Unido y de Noruega, al que pertenece Equinor.

Pero aún queda mucho por mejorar. El Museo de la Ciencia sigue teniendo un contrato con BP, a pesar de que la Iglesia de Inglaterra desinvirtió en BP por la misma razón por la que el museo abandonó a Equinor: porque la Iniciativa de la Ruta de Transición consideró que no estaba alineada con el Acuerdo de París.

Y lo que es aún más grotesco, la nueva exposición «Revolución Energética» del Museo de la Ciencia está patrocinada por Adani, el mayor promotor privado de minas de carbón del mundo, que también está implicado en la fabricación de aviones no tripulados que Israel utiliza para matar gente en Gaza.

En abril, los activistas organizaron una sentada de protesta contra este acuerdo. Cientos de profesores se han negado a llevar a sus alumnos a la exposición. En 2021, cuando se cerró el acuerdo, dos administradores dimitieron en señal de protesta.

Hay muchas formas de expresar el disgusto. El patrocinio de Shell de una exposición sobre el clima en el Museo de la Ciencia llevó a algunos destacados académicos a boicotear la institución y a negarse a que sus obras aparecieran en sus exposiciones.

Varias de las galerías y museos que han aceptado dinero de los combustibles fósiles han visto cómo activistas ocupaban sus espacios en señal de protesta.

Cuando el grupo de galerías Tate fue patrocinado por BP, Liberate Tate organizó una serie de intervenciones artísticas, incluida una en la que la gente lanzó billetes falsos especialmente diseñados.

El Museo Británico en el lado equivocado de la historia

Mientras insista en aceptar dinero procedente de combustibles fósiles, el Museo de la Ciencia solo puede esperar más mala publicidad. Y ahora está algo rezagado. Muchas de las instituciones de renombre internacional del Reino Unido han accedido a las demandas de la sociedad civil de cortar ese cordón umbilical.

La National Portrait Gallery, la Royal Opera House, la Royal Shakespeare Company y la Tate han roto sus vínculos con BP, y el British Film Institute, el National Theatre y el Southbank Centre han dejado de aceptar financiación de Shell.

La tendencia se ha extendido más allá del Reino Unido: El famoso Museo Van Gogh de Ámsterdam puso fin a su acuerdo con Shell en respuesta a una campaña. En 2020, el famoso barrio de los museos de la ciudad se declaró libre del patrocinio de combustibles fósiles.

Pero además del Museo de la Ciencia, hay otro que se resiste: el Museo Británico, polémico desde hace tiempo por su vasta colección de objetos saqueados de la época colonial.

El año pasado volvió a situarse en el lado equivocado de la historia al firmar un acuerdo de 10 años por valor de 65,6 millones de dólares con BP, burlándose así de su intención declarada de eliminar progresivamente el uso de combustibles fósiles.

Actuó desafiando las protestas y una carta firmada por más de 300 profesionales de los museos en la que se le instaba a poner fin a su relación con BP, mientras su vicepresidente dimitía en señal de protesta.

Las empresas de combustibles fósiles no solo intentan cooptar el sector cultural, sino también el deportivo.

Petroestados como Qatar, y probablemente pronto Arabia Saudí, acogen acontecimientos deportivos mundiales de primer orden, patrocinan desde atletas de élite hasta deportes de base y utilizan fondos soberanos para comprar clubes de fútbol de alto nivel.

La gente espera, con razón, que las artes, las ciencias y los deportes mantengan un nivel ejemplar porque, en el mejor de los casos, son la máxima expresión de lo que la humanidad puede lograr.

Por eso resulta tan chocante que las empresas de combustibles fósiles intenten cooptarlos. Todos sus intentos de blanquear su reputación deben encontrarse con una resistencia decidida.

Andrew Firmin es redactor jefe de Civicus, codirector y redactor de Civicus Lens y coautor del Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de la organización.

T: MF / ED: EG

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