La economía azul debe beneficiar a las comunidades pesqueras del Sur

Essam Yassin Mohammed, director general de WorldFish, explica las características de los corales adaptados a ambientes de aguas turbias. Imagen: Sean Lee Kuan Shern / WorldFish

SÍDNEY – El Sur global es crucial para garantizar la seguridad alimentaria acuática a fin de alimentar a la creciente población mundial. Es imperativo que las iniciativas de economía azul beneficien a las comunidades pesqueras de los países en desarrollo y de las pequeñas naciones insulares, que enfrentan impactos desproporcionados del cambio climático.

Así lo asegura Essam Yassin Mohammed, director general de WorldFish, una organización internacional de investigación sin fines de lucro con su sede central en la provincia malasia de Penang, en la costa noroccidental de la península de Malaca.

WorldFish es como se conoce al Centro Internacional para la Gestión de los Recursos Acuáticos Vivos, que impulsa la transformación de los sistemas alimentarios acuáticos con el objetivo de reducir el hambre, la desnutrición y la pobreza.

Más de 3000 millones de personas dependen de los alimentos acuáticos como principal fuente de proteínas y micronutrientes, y casi 800 millones de personas dependen de la pesca para su subsistencia.

El Sur global produce una parte significativa de los alimentos acuáticos del mundo y el 95% de la mano de obra pesquera procede de estas regiones, señala Mohammed, que también es director principal de Sistemas Alimentarios Acuáticos del Grupo Consultivo obre Investigación Agrícola Internacional (CGIAR, en inglés).

Mohammed creció en Asmara, la capital de Eritrea, situada en una meseta a 2325 metros sobre el nivel del mar, donde aprendió muy pronto el valor de los alimentos. El país  acababa de independizarse de Etiopía en 1991, y los niños pequeños como él estaban motivados para contribuir a la seguridad alimentaria de la naciente nación.

Eritrea, país costero del noreste de África, situado junto al mar Rojo, «tenía abundantes recursos pesqueros y marinos. Creíamos que estos recursos serían fundamentales para la seguridad alimentaria del país, así que algunos de nosotros decidimos estudiar biología marina y ciencias pesqueras», añade.

Mientras trabajaba para el Ministerio de Pesca de Eritrea, se le encomendó la tarea de aumentar el consumo de pescado entre los habitantes de las tierras altas, que tradicionalmente no tenían ninguna relación con el mar.

Entonces se dio cuenta de que impulsar un cambio de comportamiento en la dieta de la gente, teniendo en cuenta las preferencias alimentarias culturales, es muy complejo.

Para hacer frente a este reto y comprender mejor la interacción entre los seres humanos y el ecosistema, Mohammed decidió formarse como economista del desarrollo.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

«La integración de la ciencia pesquera con la economía ha cambiado profundamente mi punto de vista y ha profundizado mi comprensión de la intrincada interacción de los sistemas socio-ecológicos. Esto ha definido mi carrera, y nunca he mirado atrás», dice Mohammed.

El especialista se se ha comprometido a mejorar la pesca y la acuicultura en medio de los retos del cambio climático, la degradación del hábitat y las enfermedades de los animales acuáticos.

El cambio de las corrientes oceánicas y el calentamiento de las aguas están teniendo un impacto significativo en las poblaciones de peces y las infraestructuras costeras, inundando tierras y alterando los ecosistemas marinos, lo que está afectando a la productividad de algunas especies de peces y obligándolas a migrar a entornos más óptimos.

Según el experto, «mientras que los buques de pesca comercial a gran escala pueden seguir persiguiendo y capturando estos peces a unos 20 kilómetros de distancia, resulta técnica y financieramente prohibitivo para los operadores a pequeña escala con pequeñas embarcaciones».

«Aquí es donde el cambio climático se convierte en un problema de justicia social, que afecta al acceso de las comunidades costeras a los alimentos y provoca la pérdida de medios de subsistencia y de identidad cultural», añade.

En WorldFish, detalla Mohammed, «vamos más allá de ayudar a las comunidades a ser resilientes al clima, creando oportunidades viables de subsistencia, que incluyen el desarrollo de cepas de peces resistentes al clima, la adopción de prácticas de acuicultura sostenibles».

También se suma, añade, «la ayuda a los gobiernos para reforzar sus políticas pesqueras, para que las comunidades dependientes de la pesca y la piscicultura prosperen en un clima cambiante».

La investigación de WorldFish ayuda a prevenir las enfermedades de los animales acuáticos, que causan unas pérdidas mundiales anuales estimadas en más de 6000 millones de dólares, garantizando que los alimentos que se producen sean seguros para el consumo humano.

Uno de los aspectos críticos de la piscicultura es que una vez que los peces están expuestos a una enfermedad, toda la población puede perecer.

«Estamos democratizando el diagnóstico de la salud de los peces con la iniciativa Lab in a Backpack. Se trata de una herramienta digital compacta que permite a los piscicultores diagnosticar rápidamente la enfermedad, ponerse en contacto con los proveedores de servicios para recibir asesoramiento sobre el tratamiento y también aprender a hacer frente a las enfermedades resistentes a los antimicrobianos», explica.

La iniciativa está ayudando a los acuicultores a desarrollar su capacidad para aplicar las mejores prácticas de gestión de la bioseguridad mediante la integración del enfoque «Una sola salud», que da prioridad a la salud de los peces, el medio ambiente y las personas.

Además de las enfermedades, la contaminación por plásticos en el océano supone una importante amenaza para la vida marina y los ecosistemas.

En noviembre de este año,  los gobiernos se reunirán en la ronda final de negociaciones de las Naciones Unidas para un tratado mundial que ponga fin a la contaminación por plásticos.

Mohammed remarca que «una vez que los plásticos entran en el océano, se quedan allí indefinidamente. Hemos visto muchos casos de plásticos que dañan la vida marina: pajitas atascadas en las fosas nasales de tortugas o delfines y ahora se han encontrado restos de microplásticos en tejidos de peces».

«Esto significa que esos microplásticos están siendo ingeridos por los seres humanos, afectando también a su salud», acota.

Por ello, remarca, «necesitamos un tratado jurídicamente vinculante para mitigar la contaminación por plásticos. Ahora existe un consenso mundial, pero debe ir seguido de medidas para minimizar y eliminar el uso de plásticos y establecer un sistema sólido de gestión de residuos».

Mohammed advierte de que muchos países industrializados están dando prioridad a los beneficios económicos a corto plazo a costa de la sostenibilidad a largo plazo y la conservación del ecosistema marino mundial.

«Tenemos que percibir el capital natural de la vida marina, los océanos y las masas de agua como una infraestructura económica, y reinvertir en ellos para garantizar que nos sigan proporcionando en el futuro», afirma.

Según la definición del Banco Mundial, la economía azul es el uso sostenible de los recursos oceánicos para el crecimiento económico, la mejora de los medios de vida y el empleo, preservando al mismo tiempo la salud del ecosistema oceánico.

Actualmente, las inversiones en iniciativas de economía azul no se están filtrando a los países del Sur en desarrollo.

La investigación de WorldFish revela que, de 2017 a 2021, los 5900 millones de dólares   asignados a iniciativas de economía azul se concentraron principalmente en Europa y Asia Central. Además, 35 % de los proyectos examinados contenían riesgos potenciales de crear o exacerbar las desigualdades sociales.

«Las inversiones en economía azul deben beneficiar a los países en desarrollo y a las pequeñas naciones insulares. Los más rezagados deben ser los más beneficiados», insiste  Mohammed en su diálogo con IPS.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricutura (FAO), se espera que la producción total de la pesca y la acuicultura (excluidas las algas) supere los 200 millones de toneladas métricas en 2030.

Los pequeños operadores del Sur suministran hasta 50 % de los alimentos de origen acuático que se consumen en el mundo.

«Garantizar que las inversiones en la economía azul beneficien a estas comunidades es esencial para lograr una prosperidad compartida y hacer frente a los efectos del cambio climático en la seguridad alimentaria», concluye el máximo responsable de WorldFish.

T: MF / ED: EG

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