La guerra priva a los niños de educación en los campos de desplazados de Siria

Una maestra ha adecuado una antigua ciudadela en el noroeste de Siria como escuela para los niños de uno de los campamentos donde se hacinan desplazados internos. Imagen: Sonia al Ali / IPS

IDLIB, Siria – Walid al Hussein, de 12 años y desplazado desde la ciudad de Kafranbel a un campo de desplazados internos en el norte de Idlib, en la frontera de Siria con Turquía, ha renunciado a su sueño de convertirse en abogado.

«La lejanía de las escuelas de nuestro hogar (en el campamento) me hizo abandonar la educación y renunciar a mi sueño y al sueño de mi madre de convertirme en un abogado que defiende los derechos de los oprimidos», dijo Al Hussein a IPS.

Según la plataforma de información humanitaria ReliefWeb, hay 3,4 millones de desplazados internos en el noroeste de Siria, donde se ubica la región de Idlib, frente a los 2,9 millones del año pasado.

Muchas de estas personas, unas dos millones, viven en tiendas de campaña en campamentos superpoblados que carecen de servicios y suministros básicos tras huir de sus hogares debido a la guerra civil que afecta a Siria desde 2011.

Estos campamentos no cuentan con escuelas y otras instalaciones educativas, lo que ha provocado el abandono escolar de miles de niños, uno de los factores para el incremento de la tasa de trabajo infantil y de matrimonios infantiles.

ReliefWeb, el portal de información humanitaria mayor del mundo y que pone su mirada en «emergencias olvidadas»,  calcula que 89 % de los niños del noroeste de Siria necesitan ayuda para su protección.

El perdido derecho a la educación

Al Hussein señala que la escuela más cercana está a unos 3 kilómetros de su casa y confirma que unos 40 niños más que viven en el mismo campamento han renunciado a ir a la escuela.

El niño cuenta a IPS que cambió sus libros y bolígrafos por material de construcción y se fue a trabajar a una obra para ayudar a su padre con los gastos familiares, ante la pobreza y los altos precios.

Salwa al Matar, de 13 años y desplazada en el campo de Kafr Yahmul, al norte de Idlib, tampoco va a la escuela. Su sueño de completar sus estudios murió debido a la lejanía de las escuelas del campamento y a la falta de transporte.

«Era una alumna excelente, pero después del desplazamiento, mi padre me impidió ir a la escuela lejos de nuestro lugar de residencia porque no es seguro», dice, con voz que transmite su tristeza.

Al Matar señala que su padre cree que no tiene sentido educar a las niñas porque todas ellas acabarán abandonando la casa de sus padres para casarse y ocuparse de la casa y los niños, y su marido será el responsable de satisfacer sus necesidades.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

Fatima al Youssef, de 33 años y desplazada de la ciudad de Maarat al Numan a los campos de Kafr, al norte de Idlib, es madre de cuatro hijos y decidió enviar a sus hijos a las escuelas de las zonas vecinas.

«A pesar de la distancia de las escuelas a nuestro lugar de residencia, esto no impidió que mis hijos continuaran su educación», subraya.

Pero su decisión no ha sido fácil.

«Nos enfrentamos a costes financieros y a la dificultad de los niños para llegar en los días de invierno debido al frío y al barro de los caminos, que les hacía enfermar», explica.

Youssef confirma que la escuela donde estudian sus hijos tiene una grave escasez de asientos, libros y material de papelería, por lo que su padre se vio obligado a comprar estos artículos para sus hijos por su cuenta.

Educación bajo los árboles

Pese a todo, existen algunos intentos de volver a poner en marcha instalaciones educativas para los niños de los campos de desplazados internos.

La maestra Samah al Ali, de 31 años,  desplazada de la ciudad de Jan Sheijun a uno de los campos de la ciudad de Atma, también en la frontera con Turquía, se ha ofrecido como voluntaria para enseñar a los niños del interior del campo.

«La situación de los niños que no saben leer ni escribir me entristece», comparte.

A pesar de la falta de instalaciones, está decidida a asegurarse de que los niños reciban una educación, así sea bajo un árbol o en su tienda de campaña.

«El sector de la educación en los campamentos está completamente desatendido. Si no trabajamos personalmente y enseñamos a los niños las letras y los números, nos encontraremos ante una generación ignorante», explica.

Por esa y otras razones, aduce, «me ofrecí voluntaria para enseñar a los niños sin cobrar nada. A veces les enseño bajo los árboles o dentro de mi tienda, para que puedan dar sus primeros pasos en la educación».

Al Ali señala que la escuela de su tienda no tiene pizarra ni sillas. Tampoco hay papelería, cuadernos ni libros escolares. En invierno, hace frío porque no hay calefacción.

Educación en una antigua ciudadela

Las antiguas ciudadelas del norte de Siria ya no son destinos para los visitantes y testigos de la civilización de los antiguos, como eran antes de la guerra. Ahora algunas se han reconvertido en escuelas informales.

La maestra Najla Maamar, de 40 años,  desplazada de la ciudad de Maarat an Numan, en la campiña meridional de Idlib, a un campamento en la ciudad de Deir Hassan, al norte de Idlib, convirtió una antigua ciudadela en una escuela, ayudada por medios sencillos.

«Muchos niños desplazados en Idlib no tienen escuela, por lo que su destino es la ignorancia que amenaza su futuro. Por eso, decidí aprovechar la antigua ciudadela histórica cercana a mi casa, rehabilitarla y convertirla en un centro educativo para los niños de la zona», afirma la docente.

Añade que «la pobreza y las malas condiciones económicas, además del elevado alquiler de las casas, no me permitían alquilar un lugar equipado para enseñar a los niños, lo que me impulsó a invertir en la antigua ciudadela y equiparla al menor coste».

«Con la ayuda de profesores voluntarios, recibí a alumnos que habían abandonado la escuela para ayudarles con clases de recuperación y que pudieran reincorporarse a las clases que habían perdido», cuenta.

Maamar se dedicó a restaurar el suelo del yacimiento y a cubrir sus paredes con cortinas para crear un entorno adecuado para la educación, además de techar el lugar con cubiertas de plástico (como toldos y aislantes). También dotó al lugar de varias sillas para que los niños se sentaran y de una pizarra para escribir.

La profesora Nahla Halak, de 25 años, fue una de las personas que se ofreció como voluntaria para enseñar a los niños dentro de la ciudadela.

«Nuestros niños sin escolarizar son una realidad catastrófica, y les espera un futuro desconocido, sin cualificaciones para afrontar los retos de la vida ni capaces de contribuir a construir su país y reparar lo que la guerra destruyó», afirma.

Las escuelas proporcionan a los niños una vida normal, incluso en circunstancias difíciles.

«Educar a los niños es de vital importancia para su futuro. Por eso intentamos, con posibilidades limitadas, enseñar a unos 70 niños desplazados que viven en este campo y carecen de los requisitos y necesidades mínimas para una vida decente», dice.

Halak señala el deterioro de la situación educativa en Idlib a causa de la guerra. La mayoría de las escuelas están abarrotadas o ruinosas y a punto de derrumbarse en cualquier momento, además de carecer de agua, electricidad, ventilación y otros servicios básicos que proporcionarían un entorno de aprendizaje estable y seguro para los alumnos.

También hay otros problemas derivados de la escasez de personal docente y la falta de material educativo.

Halak pide a los responsables de la educación en el noroeste de Siria que conciencien a los padres sobre la importancia de la educación, especialmente para las niñas, y que ayuden a las familias a cubrir sus necesidades proporcionándoles puestos de trabajo.

La idea de la fortaleza educativa que permitiría a sus hijos y a los niños del campamento recibir una educación impresionó a Farida al Taha, una mujer de 40 años que tuvo que huir de la ciudad de Talmenes, en la zona rural del sur de Idlib, para refugiarse en el campamento de Deir Hassan.

«Vivo con mi marido y mis tres hijos en este campo, en medio de unas duras condiciones que carecen de las necesidades más básicas para vivir», dice.

Señala que sus hijos no estudiaban porque no había escuelas cerca ni medios de transporte, así que encontró en este sencillo centro un rayo de esperanza para que sus hijos y el resto de los niños del campamento aprendieran lo básico de la lectura y la escritura.

Al Taha asegura que la pobreza influye en el éxito de la iniciativa porque algunos alumnos pueden querer ir a la escuela pero no tener dinero para materiales o uniformes, además de que en el centro educativo se carece de calefacción en los fríos inviernos locales.

«¿Dónde están los derechos más sencillos de nuestros niños, que han sufrido mucho el infierno de la guerra?», inquiere.

Más de 2,2 millones de niños en Siria no están escolarizados, incluidos más de 340 000 niños en el noroeste de Siria y 80 000 niños que viven en campamentos.

Los coordinadores del Equipo de Respuesta Siria declararon a principios de este año que la tasa de abandono escolar se debía al trabajo infantil que realizaban las familias para intentar mantenerse, al matrimonio precoz y a la distancia entre sus hogares y las escuelas.

En la declaración se indicaba que los ataques del régimen sirio y de Rusia habían provocado «la destrucción de 870 escuelas y que están fuera de servicio en los últimos tres años.

Más del 67 % de los 991 campos de desplazados que albergan a más de dos millones de personas no cuentan con puntos educativos o escuelas, donde los niños se ven obligados a recorrer largas distancias dentro de diferentes factores climáticos para obtener educación.

Más de 55 profesores han perdido la vida en los últimos tres años como consecuencia de ataques militares y cientos han emigrado. Como resultado, cerca de 45 % de las escuelas carecen de profesores.

T: MF / ED: EG

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