RÍO DE JANEIRO – Alice se quedó ocho semanas sin clases de lengua portuguesa, tras iniciar el primer año de su educación media el 5 de febrero en esta ciudad de Brasil. Su profesor de química solo impartió dos clases y desapareció. Pero lo peor es el aula sin aire acondicionado en el calor de más de 35 grados algunos días durante el verano austral carioca.
El colegio público en un barrio céntrico de Río de Janeiro, con más de 500 alumnos, ejemplifica las condiciones de la enseñanza pública en Brasil, con profesores mal remunerados y las consecuentes ausencias, además de infraestructuras con precariedades y otros problemas.
Está precisamente en la enseñanza media el mayor cuello de botella de la educación brasileña, según una evaluación consensuada entre especialistas. Así se llama en el país al ciclo de tres años que completa la enseñanza básica y que sigue a los nueve años de educación fundamental, como se llama localmente a la primaria. La fundamental acoge habitualmente al alumnado de seis a 14 años y la media de 15 a 17.
El Senado discute desde el 27 de marzo una reforma de la Nueva Enseñanza Media, cuya vigencia empezó hace solo dos años. El gobierno en el poder desde enero de 2023, propuso las modificaciones ya aprobadas por la Cámara de Diputados en sus partes esenciales.
Brasil trata así de superar las debilidades de su enseñanza que mantienen el país entre los últimos ubicados en valoraciones comparativas, como el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (Pisa, en inglés) que analiza a 81 países.
La nueva reforma eleva de 1800 a 2400 las horas que deben dedicarse durante los tres años a las disciplinas obligatorias y comunes, como matemáticas, ciencias naturales y humanas, las lenguas portuguesa, inglesa y española.
También establece la ampliación de la enseñanza en tiempo integral a un mínimo de siete horas diarias, al igual que en la educación técnica.
“Los datos muestran un escenario desafiante, con muchos alumnos en rezago por reprobación o abandono de la escuela. Además del “pie de media” y otras medidas en marcha, hacen falta políticas sistémicas, como infraestructuras adecuadas, profesores y enseñanza en tiempo integral”: Natália Fregonesi.
En las escuelas de primaria y colegios de secundaria a tiempo integral los estudiantes permanecen en el centro al menos siete horas diarias, tienen clases regulares en la mañana y actividades extras, como cursos técnicos, deportes o estudios dirigidos en la tarde o viceversa.
Además, reciben dos o tres comidas en su centro y en algunos casos pueden bañarse en las instalaciones, un atractivo para el alumnado y las familias de bajos recursos, en un país con grandes desigualdades sociales.
Aun así las oportunidades no son homogéneas porque la educación fundamental pública está en manos de los municipios, la media en la gobernaciones de los estados y la universitaria en el gobierno central.
La nueva reforma depende ahora de que el Senado la ratifique.
En la educación media, otras 600 horas se destinan a disciplinas opcionales, según el interés de los alumnos, y pueden ampliarse en el caso de cursos técnicos.
Actualmente esa flexibilidad contempla 1200 horas, pero sin un manejo adecuado en muchos centros educativos. Alice, la alumna que prefirió ocultar su identidad bajo ese nombre ficticio, se quejó de que son horas aprovechadas para clases de las mismas disciplinas regulares o sin finalidad definida.
“Un profesor se dedicó un buen tiempo a explicar lo que simbolizan los colores de la bandera nacional”, criticó en su diálogo con IPS.
Contener la evasión escolar
Además el gobierno creó el programa “pie de media”, que en Brasil significa ahorro. Ofrece 2000 reales (400 dólares) al año, divididos en 10 cuotas mensuales, a los alumnos de media cuyas familias son pobres y están registradas en el Catastro Único gubernamental de asistencia social. Para recibirlo tienen que demostrar su asistencia a al menos 80 % de las clases.
El objetivo es contener el abandono escolar que es más numeroso en la enseñanza secundaria que durante la primaria.
En 2023, la deserción alcanzó 480 000 alumnos, según el censo escolar del Ministerio de Educación, divulgado el miércoles 2 de abril.
En este país de 203 millones de personas, de los adolescentes y jóvenes de 15 a 29 años, nueve millones están fuera de las aulas y sin concluir la secundaria, según datos de 2023 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
El programa de ahorro parece poco dinero, pero es importante “como complemento” para los adolescentes, que en general se dedican al trabajo informal, y para las familias de bajos ingresos, que se benefician de los programas sociales, matizó Natália Fregonesi, coordinadora de Políticas Educativas de la organización no gubernamental Todos por la Educación.
La encuesta anual del mismo IBGE apunta la necesidad de trabajar como la principal causa del abandono escolar, alcanza 47,1 % entre los jóvenes de 15 a 29 años. Hay un fuerte contraste entre los hombres, con índice de 53,4 %, y las mujeres, con 25,5 %. Entre las causas del abandono de ellas, predomina como segunda causa el embarazo, con 23,1 % del total femenino.
Entre los hombres, el desinterés por los estudios ocupa el segundo lugar, con 25,5 %.
Más tiempo en la escuela
“Los datos muestran un escenario desafiante, con muchos alumnos en rezago por reprobación o abandono de la escuela. Además del “pie de media” y otras medidas en marcha, hacen falta políticas sistémicas, como infraestructuras adecuadas, profesores y enseñanza en tiempo integral”, resumió Fregonesi, una química que se especializó en políticas educativas.
El tiempo integral en las aulas es un modelo eficiente, al establecer otra relación entre estudiantes y la escuela, ofrecer otros cursos además del currículo regular, promover “proyectos de vida” y dar protagonismo a los alumnos, además de contar con profesores de dedicación exclusiva, observó a IPS la especialista, por teléfono desde São Paulo.
Se trata de aumentar la cantidad de escuelas con ese modelo, que ya existen en todo el país, pero de forma muy desigual. Mientras el estado de Pernambuco, en la región Nordeste pobre, tiene 66,8 % de sus alumnos de media en tiempo integral, el Distrito Federal, donde se ubica Brasilia, la capital, se limita a 5 % y São Paulo, el estado más rico, a 25,9 %.
En promedio, solo 21,9 % de los alumnos de la red escolar pública estudian en tiempo integral.
Pero diseminar ese formato exige abultadas inversiones y Brasil tiene escasas disponibilidades de recursos públicos. Es uno de los últimos colocados en términos de inversiones por cada alumno de la enseñanza básica, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que reúne 38 países.
Prioridad a la enseñanza técnica
Otra medida que se persigue es ampliar la enseñanza técnica. En Brasil solo 11 % de las inscripciones en la enseñanza secundaria contemplan cursos técnicos, mientras superan el 40 % en los países de la OCDE, destacó Fregonesi.
“Hay un cierto prejuicio en relación a la enseñanza técnica en Brasil, como modalidad “inferior” a la secundaria, de preparación para la universidad”, señaló. Pero se trata de una formación profesional de que carece la economía nacional y prepara igual para la educación superior.
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En Brasil existe una creciente demanda no atendida de mano de obra especializada, por ejemplo, en las tecnologías de información y comunicación que justifica la expansión de la enseñanza secundaria técnica.
Los desafíos educacionales del país son colosales. En 2023 hubo 47,3 millones de alumnos inscritos en la enseñanza básica y 6,5 millones en cursos universitarios. Además había 68 millones de brasileños sin la escolaridad básica.
Más allá de esas cifras, el hecho es que la caída de la natalidad está reduciendo la población escolar. En 2019, el año anterior al estallido de la pandemia, registró 57 millones de inscritos. La pandemia provocó una reducción de 9,5 millones en esa cifra.
La enseñanza en Brasil opera tanto como un factor de ascenso social, como, a la vez, de desigualdad. Un 20 % de los estudiantes, evidentemente de las capas más ricas, frecuentan las escuelas privadas en la enseñanza básica, en general con más recursos y mejores resultados que las públicas.
En la enseñanza superior se da la paradoja de que la situación se invierte. Los hijos de las capas de mayor ingreso, más capacitados en las escuelas privadas, logran fácil ingreso en las universidades públicas, que ofrecen una mejor enseñanza que las privadas y por lo tanto mejores posibilidades de ascenso profesional.
Para corregir ese desequilibrio los gobiernos progresistas de las últimas décadas crearon las cuotas raciales y sociales, para beneficiar a los negros, en general más pobres, y los alumnos de las escuelas básicas públicas.
Todas esas medidas y algunas políticas, como sistemas de financiamiento de la enseñanza básica mantenida por las alcaldías y gobiernos de los estados, promovieron pequeños avances en la educación brasileña, netamente insatisfactorias.
Ese proceso sufrió un retroceso con la pandemia y el gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro (2019-2022), ahora el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva trata de restablecer la ruta.
ED: EG