ROMA – De las muchas cosas que se podrían asociar con un adolescente moderno, la pasión por los alimentos integrales probablemente no sea la primera que venga a la mente. Sin embargo, un innovador proyecto de comidas escolares en Ruanda hace que los jóvenes ahora canten sus alabanzas.
«Comer maíz integral hace que nuestro cuerpo sea fuerte y sano», afirma Julienne, una alumna de 15 años de la escuela primaria de Kibirizi, en el distrito de Nyamagabe, al sur del país de África oriental y unos 15 millones de habitantes.
«Es muy sabroso y nutritivo», asegura.
Julienne es una de los miles de estudiantes ruandeses que han estado recibiendo comidas escolares, como parte de un proyecto del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas en el que la harina de maíz refinada enriquecida ha sido sustituida por una versión integral enriquecida.
La harina de maíz integral enriquecida se utiliza para hacer «kaunga», una especie de papilla espesa que se sirve con frijoles y verduras en las escuelas.
Es un ejercicio apasionante para el PMA, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2020 por sus esfuerzos para proporcionar ayuda alimentaria en zonas de conflicto y prevenir el uso del hambre como arma de guerra, la incorporación de cereales integrales en las comidas escolares.
Los alimentos suelen enriquecerse para reducir las carencias de micronutrientes de las personas que los consumen, añadiendo vitaminas y minerales a las versiones refinadas de los cereales básicos.
El enriquecimiento de harinas integrales, en las que prácticamente todo el grano permanece en el producto procesado, ha sido en gran medida un territorio inexplorado hasta ahora en la alimentación para las emergencias.
Pero puede ser una forma prometedora de aumentar el contenido de micronutrientes manteniendo los beneficios para la salud de los cereales integrales, que aportan más proteínas, fibra y micronutrientes que los alimentos refinados.
Los alimentos integrales también tienen una ventaja económica sobre las versiones refinadas, ya que se extrae un mayor rendimiento de las materias primas.
Así pues, conseguir que la gente se aficione a los cereales integrales es una buena forma de impulsar la nutrición y la seguridad alimentaria.
El proyecto del PMA en Ruanda, que se puso en marcha en 2021 en colaboración con la estadounidense Fundación Rockefeller, está haciendo precisamente eso. La Fundación Rockefeller también ha conseguido la ayuda de un socio local, Vanguard Economics, para apoyar el proyecto.
La oficina del PMA en el país ha informado de un gran cambio en las preferencias de los estudiantes gracias al programa: 97 % dijo que preferían las versiones integrales a las equivalentes refinadas porque les gustaba el sabor rico.
También llevó a los padres a preguntar dónde pueden comprar el producto en el mercado.
«Cuanto más nutritivos son los alimentos que comen los niños, más activos son, y también rinden más en la escuela», afirma Faustin, el padre de Julienne.
«Me gusta el sabor del maíz integral y me gustaría añadirlo a los alimentos que comemos en casa para que los hermanos de Julienne también puedan disfrutarlo», dijo el progenitor.
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El PMA compra la harina de maíz integral enriquecida al mismo molinero del que antes obtenía la harina de maíz refinada enriquecida.
«Antes del proyecto piloto, la harina de maíz enriquecida, comprada a un proveedor local, ya era uno de los principales componentes de los almuerzos escolares, junto con el arroz enriquecido, las verduras frescas de los huertos escolares, las judías, el aceite enriquecido y la sal yodada», explica Tiina Honkanen, del PMA.
Junto con la Fundación Rockefeller, precisa, “vimos que si podíamos trabajar con el molinero proveedor del PMA para enriquecer la harina de maíz integral en lugar de la harina refinada, podríamos aumentar aún más el valor nutricional de los almuerzos escolares, combinando los beneficios tanto del enriquecimiento como de la harina integral, sin tener que cambiar la comida escolar”.
«No intentamos introducir un producto completamente nuevo, sino que nos centramos en un alimento que ya se consumía», dice.
El proyecto también colabora con la economía local.
El PMA ayuda a los pequeños agricultores a mejorar su calidad y rendimiento y los pone en contacto con mercados viables para vender su suministro. Tal es el caso de varios agricultores de maíz apoyados por el PMA, que venden su grano al molinero proveedor del PMA, que de esa manera produce la harina de maíz integral enriquecida.
Immaculée, una agricultora del distrito ruandés de Nyaruguru , afirma que «antes, conseguir compradores no era tan fácil. Lo que más me entusiasma es saber que el PMA compra (el producto final) para distribuirlo en las comidas escolares».
«Sienta bien saber que tus productos llegan a los niños de tu propia comunidad», añade.
Aparte del éxito del proyecto en sí, lo que lo hace especialmente digno de atención es la posibilidad de que sirva de modelo para reproducirlo en otros lugares, especialmente en África, con problemas nutricionales entre los escolares similares a los de Ruanda.
De hecho, 180 000 escolares de Burundi y otros 60 000 de Kenia disfrutan ya de la harina integral de maíz enriquecida, y en los tres países hay interesantes perspectivas de ampliación.
«El proyecto piloto ha demostrado que la sustitución (de alimentos refinados por versiones integrales) puede ser factible, neutral desde el punto de vista presupuestario y bien aceptada por los alumnos y la comunidad escolar», afirma Honkanen.
T: MF / ED: EG