QUITO – Daniel Noboa, de 35 años, heredero del hombre más rico de Ecuador, fue elegido como presidente del país para un período de apenas 16 meses que comienza el próximo diciembre, con la violencia criminal, y la insuficiencia de recursos para atender el marasmo social, como sus principales desafíos.
“Mañana empezamos a trabajar por este nuevo Ecuador para reconstruir un país que ha sido gravemente golpeado por la corrupción, la violencia, el odio”, fueron sus primeras palabras apenas se conoció, la noche del 15 de octubre, que con 52 % de los votos válidos había vencido a su rival izquierdista Luisa González (48 %).
Su elección ha sido un resultado sorpresivo de la crisis política e institucional que envolvió a este país el último año, y que llevó al presidente derechista Guillermo Lasso a renunciar al cargo y a la vez disolver la unicameral Asamblea Nacional legislativa, una extrema opción constitucional conocida como “muerte cruzada”.
El mandato de Noboa, de hecho, será de solo año, porque está destinado a completar el cuatrienio de Lasso, tiempo en que espera demostrar a los ecuatorianos de que es digno de ganar las elecciones generales de 2025, a las que ya anticipó que pretende concurrir.
Su triunfo también puede verse como resultado del cansancio de la población ante las luchas políticas mientras el país sufre oleadas de crimen y violencia, ya con un índice de 40 homicidios por cada 100 000 habitantes, e impactantes motines en las cárceles que cobran cada vez decenas de vidas.
En el país, especialmente en la costa del Pacífico, han prosperado carteles de droga llegados de Colombia y México, y bandas como el Tren de Aragua de Venezuela.
Un candidato presidencial que hizo de la lucha contra la corrupción el eje de su campaña, Fernando Villavicencio, fue asesinado a balazos en plena calle el pasado 9 de agosto, a días de la primera vuelta de esta elección, cumplida el 20 de ese mes.
La crisis de la pandemia covid-19 profundizó los niveles de precariedad y desigualdad que ahora son caldo de cultivo de la violencia. Más de la mitad de la población empleada labora en la informalidad y apenas 35 % tiene un trabajo de 40 horas semanales y un salario superior al mínimo de 450 dólares mensuales.
Para apuntalar el equilibrio fiscal, el gobierno de Lasso se inclinó por recortar el gasto social, que ahora crece como demanda para el nuevo gobernante, que puede verse ante impopulares desafíos como aumentar el impuesto al valor agregado o suprimir el subsidio a los combustibles, con riesgo de estallidos sociales.
Pero puede que las sorpresas marquen también la gestión de Noboa, que será a contrarreloj para afrontar las expectativas más urgentes de sus 17 millones de compatriotas mientras completa el período de Lasso, hasta mayo de 2025.
Sus principales ofertas fueron mostrarse como “el presidente del empleo” y, ante el crimen y la inseguridad, apelar a nuevas tecnologías y sistemas de inteligencia, dotar a la policía de armamento moderno y llevar a los criminales más peligrosos a barcazas en el mar acondicionadas como cárceles flotantes.
Outsider en la política, el nuevo mandatario es hijo de Álvaro Noboa, un magnate bananero que en cinco oportunidades buscó, sin éxito, la presidencia del país. Formado en universidades estadounidenses, también Daniel es empresario, rico, casado, con tres hijos y tiempo para trotar hasta ocho kilómetros cada día.
Ha buscado eludir etiquetas políticas –en algún debate se autocalificó como de centroizquierda-, pero sus propuestas en favor de la libertad de empresa y soluciones prácticas a problemas en lugar de seguir recetarios ideológicos han permitido a los analistas ubicarlo como de centroderecha.
Por contraste con la figura que proyecta, de joven liberal y moderno, su compañera de fórmula, la vicepresidenta electa Verónica Abad, una administradora de 44 años, sostiene un claro discurso tradicionalista de derecha.
Abad se declara “clásica y provida”, se opone al aborto, a reivindicaciones de la comunidad LGBTIQ+ y al feminismo, se declara defensora de la libertad de religión, de la propiedad privada, del gobierno pequeño y el libre mercado, y favorece la contención del gasto social en favor de los equilibrios fiscales.
Otro problema que deberá encarar Noboa es la carencia de un partido propio y fuerte para sostener su gestión de gobierno, pues su Acción Democrática Nacional es un movimiento prácticamente aluvional y con los partidos que le expresaron apoyo apenas cuenta con un puñado de parlamentarios en la nueva legislatura.
Enfrente tendrá al Movimiento Revolución Ciudadana, del expresidente izquierdista Rafael Correa (2007-2017), con la principal bancada parlamentaria, aunque González le tendió la mano al desearle éxito una vez que reconoció su derrota.
Correa, autoexiliado en Bélgica para eludir la justicia de su país que le acusa de hechos de corrupción, fue quien propuso y animó la candidatura de González, una abogada de 45 años que trabajó en el gobierno del exmandatario y luego fue su ardiente defensora desde su curul en el parlamento.
El triunfo de Noboa y la derrota de González también representan un revés para la izquierda latinoamericana, que en los últimos años ganó importantes bazas al conquistar las presidencias de Chile, Brasil y Colombia.
Y, además, es otra justa en la que el electorado se aparta de los políticos y partidos tradicionalmente implantados, y con ansias de cambio apuesta por la cada vez más frecuente opción de una figura que se muestra como apartada y por encima de la política tradicional.
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