NACIONES UNIDAS – Cuando la Asamblea General eligió a su presidente para el periodo 2023-2024, el 1 de junio, se mantuvo una larga tradición de predominio masculino en el máximo órgano normativo de la ONU.
El nuevo presidente para el 78º período de sesiones, el embajador Dennis Francis, de Trinidad y Tobago, un diplomático de carrera y ex representante permanente, quedó designado por aclamación de los 193 Estados parte de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).
Mientras que los nueve secretarios generales del organismo mundial han sido hombres, solo cuatro mujeres de las 78 han sido elegidas presidentes de la Asamblea General, el máximo órgano político de la ONU: la india Vijaya Lakshmi Pandit, la liberiana Angie Brooks(1969), la bareiní Sheikha Haya Rashed al Khalifa (2006) y la ecuatoriana María Fernando Espinosa Garcés (2018).
Pero la culpa de estas anomalías recae en los 193 Estados miembros de la ONU, que se apresuran a adoptar decenas de resoluciones sobre empoderamiento de las mujeres y paridad de género, pero no las ponen en práctica en las más altas esferas de la ONU, lo que constituye un caso clásico de hipocresía política, ya que rara vez, o nunca, proponen candidatas a la presidencia.
Entretanto, como es tradición desde hace mucho tiempo, las elecciones a algunos de los más altos cargos y comités de la ONU ya no son votadas por los Estados miembros, como se hacía en un pasado lejano.
La era de las elecciones competitivas ha llegado a su fin y lo que importa es el acuerdo entre caballeros (¿pero dónde están las damas?).
Lou Charbonneau, director de Human Rights Watch en la ONU, afirma que las votaciones en el organismo para ocupar puestos en órganos importantes como el Consejo de Seguridad y el Consejo de Derechos Humanos a menudo ridiculizan la palabra elección. Suelen tener poca o ninguna competencia, lo que garantiza la victoria incluso a los candidatos menos cualificados.
Según una norma no escrita, los cinco grupos regionales de la ONU se turnan en función de la rotación geográfica y deciden qué cargos deben reclamar, lo que socava el concepto mismo de elecciones democráticas.
Los cinco grupos regionales son el Grupo Africano, el Grupo de Asia y el Pacífico, el Grupo de Europa Oriental (aunque Europa Oriental hace tiempo que dejó de existir tras la extinción de la Unión Soviética), el Grupo de América Latina y el Caribe y el Grupo de Europa Occidental y otros Estados.
Y todas estas decisiones se toman a puerta cerrada, con raros casos de Estados miembros que rompen esta regla o saltan sin contemplaciones, para reclamar un puesto que podría dar lugar a una elección por votación, no por aclamación.
Al menos en una ocasión se eligió al presidente de la Asamblea General por sorteo, tras un empate.
Como el grupo asiático no presentó ningún candidato, la batalla políticamente memorable tuvo lugar antes de la 36ª sesión de la Asamblea General, en 1981, cuando tres candidatos asiáticos se disputaron la presidencia: el iraquí Ismat Kittani, el singapurense Tommy Koh y el banladesí Kwaja Mohammed Kaiser. Fue descrita como “la batalla de las tres K”.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
En la primera votación, Kittani obtuvo 64 votos; Kaiser, 46; y Koh, 40. Aun así, a Kittani le faltó la mayoría necesaria del total de miembros votantes. En una segunda votación, Kittani y Kaiser empatan con 73 votos cada uno, de 146 miembros presentes y votantes.
Para deshacer el empate, el presidente saliente de la Asamblea General, el alemán Rudiger von Wechmar, procedió al sorteo, tal y como se especifica en el artículo 21 relativo al procedimiento de elección del presidente, y según consta en el Repertorio de la práctica seguida por la Asamblea General.
Y la suerte del sorteo, basada puramente en el azar, favoreció a Kittani, en esa elección sin precedentes de la Asamblea General.
Pero, según un chiste que circulaba por aquel entonces, se rumoreaba que el ganador se había decidido lanzando una moneda al aire… pero, al parecer, la moneda lanzada tenía dos caras y ninguna cruz.
El embajador Anwarul K. Chowdhury, que fue miembro de la Misión de Bangladesh ante la ONU en 1980, dijo a IPS: “Casualmente, yo estaba en París el día de las elecciones para asistir, como parte de la delegación de Bangladesh, a la primera Conferencia de la ONU sobre los Países Menos Adelantados (PMA) organizada por el gobierno francés”.
Bangladesh estaba tan seguro de ganar que el equipo electoral del embajador Kaiser había dispuesto botellas de champán para la celebración de la victoria.
“Los delegados nos consolaron diciendo que Bangladesh no perdió la cara ya que la votación terminó en empate. Así pues, fue mala suerte para el embajador Kaiser, no una derrota. Perder por votación habría sido peor y un claro veredicto en contra de su candidatura”, añadió.
Para aclarar las cosas, el embajador Chowdhury dijo que había una cuarta «K» que también era candidata en esas elecciones: Abdul Halim Khaddam, viceprimer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de Siria.
Así pues, en realidad había cuatro «K», como quedó en la historia.
Según el procedimiento reglamentario, los dos candidatos más votados en la primera votación podían optar a una segunda y sucesivas votaciones hasta que saliera el ganador. Así pues, Koh y Khaddam quedaron excluidos de la segunda votación, recordó Chowdhury, quien fue el primer secretario general adjunto de la ONU de Bangladesh.
Mientras tanto, en los años 60 y 70, cuando los Estados miembros de la ONU competían por la presidencia de la Asamblea General, la pertenencia al Consejo de Seguridad o a diversos órganos de la ONU, las votaciones se veían socavadas en gran medida por las ofertas de cruceros de lujo por Europa y por las promesas de aumentar la ayuda económica a las naciones más pobres del mundo vinculadas a los votos en la ONU.
En otros tiempos, las votaciones se realizaban a mano alzada, sobre todo en las salas de los comités. Pero en años posteriores, un tablero electrónico más sofisticado, en lo alto del Gran Salón de la Asamblea General, contaba los votos o, en el caso de las elecciones al Consejo de Seguridad o al Tribunal Internacional de Justicia, la votación era secreta.
En una de las reñidas elecciones de hace muchas lunas, corrió el rumor de que un país de Medio Oriente empapado de petróleo estaba repartiendo entre los diplomáticos de la ONU relojes de pulsera suizos de alta gama y acciones de la compañía saudí Aramco, una de las mayores petroleras del mundo, a cambio de sus votos.
Así, cuando se levantaron las manos, tanto de los delegados diestros como de los zurdos, a la hora de votar en la sala del Comité, el mayor número de manos levantadas a favor del candidato bendecido por el petróleo lucía relojes suizos.
Como anécdota, simbolizaba la corrupción que imperaba en las votaciones de las organizaciones intergubernamentales, incluidas las Naciones Unidas, tal vez muy parecida a la de la mayoría de las elecciones nacionales en los regímenes autoritarios.
En vísperas de una elección para formar parte del Consejo de Seguridad, un país de Europa Occidental ofreció cruceros de lujo gratuitos por el Mediterráneo a cambio de votos, mientras que otro país repartía –abiertamente en la sala de la Asamblea General- cajas de caros bombones suizos envueltos para regalo.
Por eso no sorprendió que el embajador de un país en desarrollo de renta media, que seguía perdiendo sucesivas elecciones, dijera en broma a los funcionarios de su Ministerio de Asuntos Exteriores: “Dejemos de presentarnos a las elecciones hasta que podamos practicar el fino arte de rellenar urnas, como hacemos en nuestro país”.
Fathulla Jameel, antiguo embajador ante la ONU y posteriormente Ministro de Asuntos Exteriores de Maldivas, relató la historia de cómo su país insular, pobre en recursos y clasificado por la ONU como parte del grupo de Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (Peid), apelaba a algunas de las naciones más ricas para que le ayudaran a financiar sus proyectos de infraestructuras.
Un país asiático rico, donante tradicional, fue el primero en responder, y lo hizo magnánimamente. El proyecto se financiaría íntegramente de forma gratuita.
Pero había una trampa: “Si hay una votación en la ONU, y no es de interés nacional para su país”, dijo el Ministerio de Asuntos Exteriores del país donante, “nos gustaría conseguir su voto”.
La oferta seguía una inteligente argucia política muy observada en la ONU: “Ayuda al desarrollo sin condiciones… visibles”.
T: MF / ED: EG