MADRID – Este domingo 14 de mayo se celebran elecciones parlamentarias y presidenciales en Turquía, la undécima potencia económica mundial y una de las pocas democracias genuinas del mundo musulmán. Recep Tayyip Erdogan lleva en el poder desde 2003, pero su deriva autoritaria, su maltrecha política económica y una oposición unida podrían acabar con su era.
Crecimiento económico sin importar el coste
Durante la primera década de la era Erdogan el crecimiento económico fue sostenido, la inflación permaneció bajo control y Turquía fue un mercado atractivo para grandes multinacionales como Renault, General Electric, Coca Cola o BBVA.
No hay que olvidar que Turquía es la economía más grande entre Alemania e India y se encuentra en la unión aduanera con la Unión Europea, lo que la convierte en una plataforma de exportación hacia el viejo continente.
El país empezó incluso a negociar en 2005 su entrada en la UE, pero la paulatina deriva autoritaria del jefe de Estado turco desde finales de los 2000 truncó las esperanzas. La segunda década de la era Erdogan estuvo caracterizada por descensos en el ingreso per cápita y la vuelta a una inflación galopante, que han empobrecido a la población.
La doctrina económica de Erdogan, conocida por el nombre de Erdoganomics,
considera que los tipos de interés altos incrementan la inflación, que es totalmente lo contrario a las enseñanzas de los manuales de economía.
Además, plantea que el cobro de altos tipos de interés es usura y un pecado, según la religión islámica.
El presidente trata de fijar tipos de interés bajos con el fin de generar crecimiento económico a toda costa, sin importar los desequilibrios económicos que pueda ocasionar.
Erdogan despidió a varios gobernantes y oficiales del Banco Central de Turquía que intentaban incrementar los tipos de interés de referencia para reestablecer la confianza de los inversores internacionales y mitigar la depreciación de la moneda turca. Colocó como gobernador al banquero Sahap Kavcioglu, quien obedece cada una de las órdenes del presidente.
Mientras que la mayoría de los bancos centrales han incrementado los tipos desde 2022 ante las presiones inflacionistas, Turquía en cambio los ha recortado. Con una inflación media galopante del 72 % en 2022 y un tipo de interés de referencia actual del 8,5 %, endeudarse se ha vuelto un chollo. De hecho, el Gobierno se vio obligado a racionar la concesión de créditos, que fomentaba el capitalismo de amiguetes.
Estos bajos tipos de interés causan turbulencias en los mercados internacionales. En tres años, el valor de la lira turca se ha desplomado: en abril de 2020 se pagaban 7,5 liras por un euro y hoy son 21,5, una depreciación de 187 %. Los inversores internacionales huyen del país debido a los tipos de interés negativos y las regulaciones económicas decretadas por el presidente. Y las agencias de calificación han degradado la calificación crediticia del gobierno turco.
Esta depreciación exacerba las presiones inflacionistas derivadas de la crisis energética y alimentaria mundial. Turquía depende mucho de la importación de combustibles, fertilizantes y pesticidas, que se vuelven más caros con una lira débil.
La inflación parece haber bajado desde octubre de 2022 a 44 %, en parte gracias al acceso con descuento a hidrocarburos rusos. Pero los analistas desconfían de la veracidad de esta cifra, debido a que Erdogan también realizó purgas en el instituto turco de estadística, TurkStat.
Echando balones fuera frente a una oposición unida
El jefe de Estado trata de desviar la atención del caos económico celebrando el descubrimiento de yacimientos de gas en el mar Negro, conduciendo el primer vehículo eléctrico de fabricación nacional o inaugurando la primera planta nuclear turca, construida con cooperación rusa. Estos gestos contribuyen a la imagen de grandeza y progreso tecnológico del país bajo la dirección de Erdogan. Además, promete incrementar el salario mínimo en julio y subir el sueldo de los empleados públicos 45 % si resulta reelegido.
Mientras tanto, una oposición unida, formada por seis partidos de diversa corte ideológica y liderada por el socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu, promete restaurar la ortodoxia económica para atraer capital extranjero y reducir la inflación galopante.
Un nuevo gobierno desharía, además, las medidas autoritarias de Erdogan, restituyendo la independencia del Banco Central y de las Cortes y devolviendo poder al Parlamento, a la figura del primer ministro y a alcaldes electos despedidos por Erdogan.
Para llegar a la presidencia en la primera vuelta, los candidatos deben obtener más de 50 % de los votos, por lo que es más que probable que la disputa se resuelva en una segunda vuelta, el 28 de mayo. Debido a la escasa diferencia de votos estimados entre Erdogan y Kilicdaroglu, la intriga está servida.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG