Amenazadas en Patagonia chilena las turberas, aliadas en frenar el cambio climático

Un área del musgo pompón en la Patagonia chilena. Las turberas son reservorios de carbono y agua y forman parte de una biodiversidad con especies vegetales y animales que viven prácticamente solo en esos lugares. Son muy livianas y frágiles y requieren protección por su amplísimo papel. Imagen: Cortesía de Territorio Ancestral

SANTIAGO – Las turberas, unos humedales ácidos y ricos en almacenar carbono y agua, están amenazadas en la Patagonia de Chile por una explotación comercial sin freno que incluso tiene sin el recurso hídrico a muchos habitantes de Chiloé, una provincia insular en el sur del país, a más de 1000 kilómetros de Santiago.

Las turberas almacenan gran cantidad de materia orgánica y carbono lo que las convierte en un aliado clave para enfrentar el cambio climático,  superando en relevancia a los bosques. Entre las especies especialmente amenazadas destaca el pompón (Sphagnum Magellanicum), un musgo rojizo que se extiende también por la vecina Argentina y Perú.

El biólogo Jorge Valenzuela, fundador y director del Centro de Estudios y Conservación del Patrimonio Natural (Cecpan), con sede en Ancud, una ciudad de Chiloé, advierte que el ecosistema de turba está totalmente degradado en ese archipiélago y en otras áreas patagónicas.

“No fue la explotación del bosque sino del pompón la que acentuó la pérdida de agua de forma muy evidente. Hoy en Chiloé reparten agua en camiones aljibes”, lamentó en una entrevista con IPS desde esa ciudad.

Se trata de una zona caracterizada por su alta pluviosidad anual, parte de la región de Los Lagos y que integra la ecorregión de la Patagonia, compartida por Argentina y Chile, en el sur americano.

Explicó que el pompón es una turbera de descarga, ya que recibe el agua de la lluvia, la acumula en la superficie y de manera horizontal y la comienza a liberar lentamente cuando no hay precipitaciones.

“Se van generando zonas de acumulación de agua superficial y en el trayecto el agua drena desde la turbera hacia un depósito que puede ser el mar o un lago. Va creando áreas de acumulación, zonas más saturadas y eso es lo que la gente llama vertientes desde donde sacan pozos y agua para sus vidas», describió.

Valenzuela detalló que en Chiloé nunca había existido preocupación por hacer pozos profundos ya que el agua estaba garantizada desde las vertientes.

“Súbitamente se dieron cuenta que no era suficiente. Cuando se sacaron los pomponales, toda esa zona saturada de agua por el drenaje que generaban se acabó”, relató.

Agregó que en las regiones de Los Lagos y las de Aysén y Magallanes, las que le siguen en el sur en este estrecho y alargado país sudamericano, fácilmente 90% de los hábitats de turba pasaron a ser explotadas comercialmente.

“No hay lugar que no esté explotado. Hay gente que entra a los predios sin vigilancia, saca el pomponal, lo cosecha y explota y se va”, denunció.

El biólogo contó también que alcanzó a ver turberas con raíces de 10 metros, mientras actualmente es difícil encontrarlas de 30 centímetros.

Son ecosistemas que funcionan como grandes reservorios naturales del agua y su peso de hecho lo da principalmente la mucha que contienen.

El pompón se vende hoy en muchos negocios como una planta decorativa para el hogar.

“El pompón se extrajo y se perdió el agua, ese es un convencimiento masivo en esta región. La gente detectó: hay vecinos que están sacando pompón allá arriba y yo me quedé sin agua acá abajo”, dijo el biólogo sobre lo que se dice en las zonas patagónicas de turbera.

Para Valenzuela, la solución “es que se detenga esta explotación, que se genere moratoria de estudio, protección y conocimiento cabal del crecimiento y luego que se vea cómo hacer una explotación sostenible”.

“Si el pompón no crece, cambia el suelo y ya no crece y se da paso al matorral”, precisó.

Desde el año 2013 se está midiendo el carbono en las turberas de la isla de Chiloé, en la región de Los Lagos. Hay otras estaciones de medición dentro de la Patagonia chilena, con las que se puede saber qué pasa cada media hora con respecto al CO2. Imagen: Cortesía de Jorge Pérez-Quezada

Las turberas, un tesoro ignorado

Jorge Pérez-Quezada, académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la pública Universidad de Chile, lamenta el desconocimiento masivo entre los chilenos del relevante papel que tienen las turberas para enfrentar los efectos del cambio climático. Sentencia que aquello que no se conoce, no se quiere y, por tanto, tampoco se protege.

Eso sucede pese a que en Chile, estimó, hay cerca de 3,4 millones las hectáreas con turberas.

“Es una zona de mucho carbono acumulado por hectárea donde lo que más carbono tiene son justamente las turberas y los bosques, en ese orden”, dijo a IPS en la oficina de su facultad en Santiago.

En el caso de las turberas, “una de las estimaciones habla de 1600 toneladas de carbono por hectárea y la otra llega a 400 toneladas, que sigue siendo un valor muy alto. En el caso de los bosques estamos hablando de 400 ó 440 toneladas en el tipo de bosque verde”, explicó para detallar su importancia ante la creciente crisis climática mundial.

Pérez-Quezada encabezó un grupo de siete investigadores de varias universidades chilenas que lograron establecer que en las áreas protegidas de la Patagonia de este país hay más carbono por hectárea que en la Amazonia.

“Obviamente el carbono que hay en la Amazonia es mucho más grande porque su superficie total es mayor”, afirmó.

Describió que «en la Patagonia hay un 55 % de la superficie protegida.  Son parques nacionales de propiedad del Estado, pero hay un 2 % de áreas privadas que también aportan para proteger el 60% del carbono que hay en esa zona¨.

Las fuerte relación de turberas y cambio climático se debe a que los gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono (CO2) que emite la actividad humana, son provocados en gran  parte por el combustible fósil que se está quemando. Pero también el cambio climático es provocado por la destrucción de los hábitat.

«Si  uno corta un bosque o si se quema, con mayor razón, este carbono se emite a la atmósfera y aumenta el efecto invernadero. Lo que buscamos es recuperar ese carbono y guardarlo en los ecosistemas», explicó el científico.

Advirtió que lo importante es proteger los ecosistemas donde ya está el carbono.

«Proteger los  bosques y las turberas que nos quedan es tanto o igualmente importante que tratar de recapturar ese carbono que está en la atmósfera a través de restauración y la protección. Al protegerlo estamos evitando que ese carbono llegue a la atmósfera y empeore la situación de cambio climático», resumió.

Junto a sus alumnos, el investigador y docente universitario Jorge Pérez-Quezada puede seguir en línea los datos que les envían las estaciones de monitoreo instaladas en la Patagonia chilena para medir la cantidad de carbono que capturan las turberas. La información es acumulada y analizada para incrementar el conocimiento sobre las turberas. El proyecto ahora es aumentar las estaciones de medición. Imagen: Orlando Milesi / IPS

Función relevante sin protección legal

Las turberas cubren menos de 3 % de la superficie de la tierra, pero contienen el doble de carbono que todos los bosques del mundo.

Son una masa esponjosa formada en 90 % por agua y en el restante 10 % por restos de plantas y por ello regulan el ciclo hidrológico.

Acumulan progresivamente materia orgánica semi descompuesta llamada turba que ayuda al ecosistema.

Almacenan humedad y carbono y liberan metano. Contribuyen así a conservar la biodiversidad.

Se forman en depresiones del terreno o por degradación de los bosques. El paulatino retiro de los glaciares en el pasado dejó grandes masas de agua, que funcionaron como hábitat de las turberas.

En Chile se ubican entre los paralelos 39 y 55 de latitud sur abarcando las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes, entre 745 y 2225 kilómetros al sur de Santiago.

Pero todas estas virtudes no alcanzan para que las turberas obtengan protección legal.

En agosto del 2018 se presentó en el legislativo Congreso Nacional un proyecto de ley para protegerlas.

Pero está entrampado en una comisión mixta del Senado y la Cámara de Diputados después que durante uno de los trámites se acordó prohibir totalmente la extracción del pompón.

El 8 de marzo de este año, por siete votos a uno, los senadores dieron marcha atrás a esa prohibición argumentando que las faenas extractivas dan trabajo a unas 20 000 personas.

Una imagen del Parque Karukinka, un humedal de 300 000 hectáreas de las cuales un tercio lo componen turberas. Situado en Tierra de Fuego, en la región de Magallanes y la Antártida chilena, en su extremo austral, sus mantos anaranjados bordeados de bosques tienen un gran valor en la fijación del carbono. Imagen: María Belén / Flickr

Valenzuela pone en duda esa cifra, dice que se trata de trabajadores ocasionales y afirma  que el estatal Servicio Agrícola y Ganadero no tiene capacidad para vigilar los planes de manejo de los pomponales que el mismo propone y autoriza.

Pérez-Quezada, en tanto, reveló que la turba explotada con su carbono y agua acumuladas la venden para su uso en horticultura, para cultivar orquídeas y para jardines verticales .

“Cosechan lo que ha tomado mucho tiempo acumular. Muchas veces drenan para cosechar las turbas. Además en Chiloé hay varios proyectos de energía eólica instalados sobre turberas que podrían afectarlas”, aseveró

Las turberas crecen en sectores inundados y son reconocidas y protegidas desde el año 1971 por la Convención Ramsar, como se conoce al tratado internacional de protección de los humedales.

Dentro de ese tratado, el Estado chileno se comprometió a tener un inventario de turberas en el año 2025.

Según cifras del 2019, Chile exportó ese año unas 4600 toneladas de turba, lo que resalta más porque es extremadamente liviana.

Mientras tanto el Cecpan recibió  una pequeña gran noticia: la concesión de tres Santuarios de la Naturaleza para preservar las turberas en Aucar (27,5 hectáreas), Púlpito (24,3) y Punta Lapa (7,5).

Y la sede en Chile de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, en inglés),  una organización privada internacional dedicada a la preservación de los hábitats  naturales, protege en Tierra del Fuego casi 300 000 hectáreas de naturaleza en el Parque Karukinka, de las cuales una tercera parte está cubierta por turberas.

El Parque Karukinka, situado en la Isla Grande de esa área de la región de Magallanes y la Antártida chilena, en el extremo austral, “es un humedal de importancia mundial que se extiende como mantos de color naranja óxido, rodeado de bosques y acompañado de guanacos y gansos de Magallanes”, destaca WCS en su página digital.

ED: EG

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