“Un alto ministro israelí me pidió que cometiera crímenes de odio”

Gilad Sade (de blanco) con Itamar Ben Gvir a la iquierda, durante una visita de este último al grupo de adolescentes presos durante un juicio en 2004. Todos los menores fueron condenados. Foto: Cortesía de Ilan Mizrahi

ROMA – Hostigar a los palestinos, vandalizar sus coches y sus casas, ocupar sus tierras… Gilad Sade, un israelí de 36 años, recuerda su día a día cuando pertenecía a una organización supremacista judía.

“Entré en la cárcel por primera vez a los 13 y volvería muchas veces. Durante aquellos años, Itamar Ben Gvir y yo éramos uña y carne”, explica Sade a IPS, entrevistado en un lugar anónimo a su pedido desde Roma.

Itamar Ben Gvir es el actual ministro de Seguridad Nacional de Israel.

Su partido, Poder Judío, consiguió seis escaños en las elecciones legislativas de noviembre de 2022 y hoy conforma un gobierno de ultraderecha considerado como el más extremista en la historia del país, que lidera Benjamín Netanyahu, quien ya gobernó el país entre 2009 y 2021.

Crecido en una familia de inmigrantes judíos laicos de Iraq, Ben Gvir, de 47 años, se unió de adolescente al Kach, un partido sionista radical clasificado como “organización terrorista” en los 90 por Israel, Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Japón.

En 1995, Ben Gvir se hizo famoso por amenazar al entonces primer ministro, Isaac Rabin, tres semanas antes de que lo asesinaran.

“En casa tenía una foto de Baruj Goldstein colgada de la pared”, recuerda Sade. También conocido como el “carnicero de Hebrón”, Goldstein era un médico llegado desde Nueva York que asesinó a 29 palestinos con un fusil de asalto en 1994.

Sade explica que, de niño, solía quedar a menudo al cuidado de Ben Gvir, cuando ambos residían en el asentamiento de Kiryat Arba, a 110 kilómetros al sureste del Tel Aviv. Fue allí donde recibió uno de sus primeros encargos.

“Solíamos distribuir panfletos pidiendo la expulsión de los árabes de Israel o la demolición de la mezquita de Al Aqsa. Ben Gvir me pidió que los escondiera debajo de mi camiseta. Al ser un niño, la policía no me registraría”.

A los 14, Ben Gvir le pidió que se cubriera con un pasamontañas antes de darle unos alicates y explicarle por dónde podía romper la alambrada y entrar en el complejo de Naciones Unidas en Jerusalén sin ser visto.

Camino a la escuela en Hebrón, una de las localidades más castigadas por la violencia en Israel. Foto: Cortesía de Mikel Ayestaran

Su misión aquella noche era vandalizar los coches de la ONU y hacer grafitis contra el organismo en las paredes.

“Nunca asumía riesgos. Me esperaba escuchando música jasídica en el automóvil mientras yo me colaba en el complejo de noche jugándome la cárcel, o incluso la muerte”, dice el israelí.

“Reclutaba entre jóvenes de familias desestructuradas, presumía de que los alejaba de las calles y las drogas, pero les pagaba para cometer delitos. Los chicos solían buscar aprobación del grupo escupiendo a los palestinos, tirándolos al suelo, rociándolos con espray de pimienta…”, añade.

Aparentemente, la organización no dejaba espacio a la improvisación. “Nos adiestraban para responder a todo tipo de situaciones, desde ocupar la casa de una familia palestina a afrontar con éxito un interrogatorio de la policía”, asegura.

En una entrevista concedida al Canal 7 israelí, Ben Gvir presume de haber sido detenido “cientos de veces”, la primera vez a los 14, pero de haber sido acusado solo en ocho ocasiones. A los 18, sus antecedentes le eximieron de cumplir el servicio militar.

Antes de lanzar su carrera política, fue condenado por la Corte de Jerusalén por “incitación al racismo”, al pedir la expulsión de los árabes de Israel.

“Hoy ha moderado su discurso, al menos en público, para poder llegar al parlamento. Pero todo el mundo sabe que sigue siendo el mismo influencer racista de siempre”, zanja Sade, quien abandonó el movimiento extremista a los 21.

“Fue un proceso muy largo y doloroso para poder superar, entre otras cosas, el odio hacia mí mismo por el daño infligido”, admite. También lamenta que muchos de sus antiguos compañeros “no consiguieran romper los muros de esa prisión mental”.

Gilad Sade, periodista independiente que se ve obligado a vivir en el exilio por las constantes amenazas que recibe de grupos de ultraderecha israelíes. Foto: Karlos Zurutuza / IPS

Sade se convertiría en guía de viajes de aventura, y su afición por la fotografía le abriría las puertas al periodismo. Como reportero independiente trabaja para medios tanto israelíes como internacionales cubriendo historias en lugares como Nagorno Karabaj o Kosovo. Parte de su labor se ha centrado en desenmascarar a aquellos que, dice, arruinaron su vida y la de cientos de jóvenes.

De momento, el precio a pagar ha sido el exilio: no puede volver a Israel por las numerosas amenazas, y menos hoy, cuando aquellos que fueron sus mentores están en el poder.

El portavoz de Itamar Ben Gvir declinó responder a las preguntas formuladas por IPS y tachó de “poco seria” y “propaganda yihadista” toda acusación de crímenes de odio contra el ministro.

Dominación

En noviembre de 2022, semanas antes de la formación del nuevo gobierno, la Autoridad Nacional Palestina advirtió de que la investidura de Itamar Ben Gvir podría tener un impacto “potencialmente catastrófico”.

Puede que no fuera exagerado. En un informe de Amnistía Internacional del 1 de febrero, la organización humanitaria con su sede principal en Londres denunciaba la muerte de 35 palestinos a manos de las fuerzas israelíes solo durante el primer mes del año.

“Los asesinatos ayudan a sostener el régimen de apartheid israelí y constituyen crímenes contra la humanidad. También otras medidas como la detención administrativa o el desplazamiento forzoso”, destacaba la oenegé.

El 27 de enero, siete personas fueron asesinadas en una sinagoga y una decena resultaron heridas de gravedad en ataques en sendos asentamientos judíos de Jerusalén Este. El 10 de febrero, dos israelíes resultaron muertos, entre ellos un niño, en un atropello intencionado en Jerusalén.

En su Informe Mundial de 2023, Human Rights Watch apunta a “una política para mantener la dominación de los judíos israelíes sobre los palestinos” bajo un nuevo gobierno que, recuerda la organización con sede en Nueva York, “incluye a Itamar Ben Gvir, quien ha sido acusado por un tribunal israelí de incitación al racismo y apoyo a una organización terrorista”.

Para Alberto Spectorowsky, ciudadano uruguayo-israelí y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv, el actual clima de violencia que vive el país está relacionado con los cargos de corrupción contra el primer ministro.

“Hay un conflicto desatado entre los que defienden una democracia con instituciones liberales y los que quieren quitarle poder e independencia a la Corte de Justicia,” explicaba Spectorowsky a IPS desde Tel Aviv.

El primer ministro retomó el poder el 29 de diciembre, aún inmerso en un proceso abierto por cohecho, fraude y abuso de confianza. “Sin ese juicio pendiente Netanyahu sería un defensor más de la democracia liberal”, asegura el politólogo.

En cuanto a Ben Gvir, Spectorowsky apunta a “un escenario abierto”:

“Netanyahu no tiene interés en prender fuego al Medio Oriente, y es por eso que se encarga de contener a Ben Gvir. No obstante, este último anunció que abandonará la coalición si le quitan autoridad”, recuerda el experto.

En una entrevista concedida al Canal 12 israelí el 4 de febrero, el ministro daba un plazo de tres meses al gobierno para que implementara medidas como la pena de muerte para los terroristas o la creación de un cuerpo armado integrado por civiles.

“Mientras siga teniendo influencia no tumbaré el gobierno”, zanjaba Ben Gvir. Su medida más reciente ha sido aumentar en 400 % el número de permisos de armas que se pueden conceder mensualmente.

Sade piensa que Ben Gvir busca formar su propia milicia.

“Ahora quiere armar a todo el mundo para contener estos ataques que, sin embargo, han aumentado desde que ocupa el cargo”, añade. “¿Qué otra cosa se puede esperar de un país cuyo ministro de Seguridad me pidió a mí y a otros que cometiéramos crímenes de odio?”, sentencia.

Respecto al futuro de Israel y su vuelta al país a corto plazo, Sade se muestra pesimista.

“Israel es una trampa no solo para los palestinos, sino también para todo aquel que piense diferente”, asegura.

ED: EG

 

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