Análisis

Lula resucita la diplomacia de Brasil en un mundo cambiado

El presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en el centro, reinsertó a Brasil en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, en la cumbre en Buenos Aires el 24 de enero, tras algunos años de la ausencia brasileña, dictada por su antecesor, Jair Bolsonaro, cuya prioridad exclusiva era la de las relaciones con gobiernos de extrema derecha, como el suyo. Una diplomacia que condujo al aislamiento internacional de Brasil. Foto: Ricardo Stucker / Presidencia-FotosPúblicas

RÍO DE JANEIRO – Recuperar la imagen internacional de Brasil es una tarea que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha acometido con celeridad, al resucitar su diplomacia dinámica e incluyente, pero con el riesgo de tropezar en su actualización.

En enero, su primer mes de gobierno, ya Lula reinsertó Brasil en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), restableció las buenas relaciones con Argentina y el protagonismo brasileño en los procesos regionales de integración, al participar en la cumbre de Celac, en Buenos Aires el 24 de enero, y visitar Uruguay el día siguiente.

Son áreas y foros totalmente ignorados por su antecesor, el ultraderechista Jair Bolsonaro, cuyo primer ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, reconocía, sin pesar, haber conducido el país a la condición de paria internacional.

El 10 de febrero, Lula, un izquierdista moderado, se encontrará con el presidente estadounidense, Joe Biden, en Washington. En marzo visitará China y un mes después Portugal, para participar en las celebraciones del 25 de abril, fecha de la redemocratización lusa en 1974.

De hecho, Lula pretende realizar un viaje al exterior cada mes, durante su primer año.

Busca repetir la proyección internacional que tuvo Brasil durante su gobierno anterior, de 2003 a 2010, en que priorizó las relaciones Sur-Sur, una diplomacia que el entonces canciller y hoy su asesor especial, Celso Amorim, denominaba “activa y altiva”.

Pero el mundo cambió y también el propio liderazgo de Lula. El campeón de las políticas sociales, del exitoso combate al hambre, la miseria y la desigualdad, y conductor de un período de fuerte crecimiento económico, es ahora el garante de la democracia en Brasil.

Democracia, nuevo eje diplomático

Su identificación con las mayorías pobres del país, como líder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), le aseguró su triunfo electoral, en octubre, pero fue decisivo también el apoyo de los sectores moderados, del centro e incluso de la derecha, en un frente democrático de rechazo a la reelección del ultraderechista Bolsonaro.

Lula ganó por pequeña mayoría, 50,9 % de los votos válidos, u 60,3 millones de sufragios contra 58,2 millones del adversario. Un cierto consenso lo reconoció como el único capaz de derrotar a Bolsonaro, pese a los escándalos de corrupción que debilitaron su liderazgo e incluso lo llevaron a la cárcel por 19 meses entre 2018 y 2019.

Brasil no enfrentaba en la primera década del siglo actual la amenaza de la extrema derecha, que creció en muchas partes del mundo y conquistó el poder en algunos países, en la última década, como Brasil en 2018 y Estados Unidos en 2016.

Ahora le costará más a Lula defender los gobiernos autoritarios denominados de izquierda, como Venezuela, Nicaragua y Cuba, por incoherencia en su nuevo papel de fiador de la democracia en Brasil y en los foros internacionales.

También le pesará más asumir posiciones ambiguas o controvertidas en relación a conflictos como la invasión de Ucrania por Rusia.

En la foto de familia del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, destaca a su lado la primera indígena como ministra en Brasil. Sonia Guajajara es titular del nuevo Ministerio de los Pueblos Indígenas, un ejemplo del vuelco que representa el actual gobierno en relación a los pueblos originarios, que nunca comandaron los organismos oficiales que cuidan sus intereses. Es también un símbolo para el mundo de la prioridad de la defensa de la Amazonia y el ambiente. Foto: Ricardo Stucker / Presidencia

Deslices en los conflictos internacionales

“Zelenski es tan culpable de la guerra como Putin”, dijo Lula en entrevista a la revista estadounidense Time, en mayo de 2022, cuando solo era pre candidato a la presidencia de Brasil. Equiparó al invasor, Rusia, con el agredido, Ucrania.

Agregó que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski “quiso la guerra” ya que no se dispuso a “negociar un poco más” con su homólgo ruso, Vladimir Putin.

Esa declaración le cuesta muchas críticas hasta hoy, aunque reconoció que “Rusia cometió un craso error al invadir el territorio de otro país”, al recibir el jefe de gobierno de Alemania, Olaf Scholz, el 30 de enero en Brasilia. Justificó matizar la evaluación anterior por estar ahora mejor informado sobre las circunstancias de la guerra.

Pero siguió opinando que “cuando uno no quiere, dos no pelean”, otra forma velada de sugerir que el país invadido tiene su culpa en la tragedia. Defendió así negociaciones para la paz y propuso que líderes de un grupo de grandes naciones, como China, India e Indonesia, promuevan la búsqueda de un acuerdo pacificador.

Lula rechazó el pedido de Scholz para el suministro de municiones para viejos tanques de guerra Leopard-1, de fabricación alemana, aún en uso en Ucrania y América Latina. Son municiones poco disponibles en Europa, donde predomina el nuevo tanque Leopard-2.

Son aspectos remanentes del antiimperialismo que aún profesan sectores de la izquierda en el mundo. Por oponerse a Estados Unidos y su alianza militar con Europa, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), justifican o por lo menos relativizan la invasión rusa.

Diplomacia climática

La gran novedad, en relación al gobierno anterior de Lula, es la emergencia del tema climático y ambiental, un asunto importante en la agenda del gobierno anterior de Lula, pero supeditado al desarrollo, especialmente a los grandes proyectos de energía, infraestructura e integración sudamericana.

Esa prioridad desarrollista provocó la renuncia de Marina Silva, un símbolo de las luchas ambientales brasileñas, del Ministerio de Medio Ambiente en mayo de 2008.

Algunos megaproyectos amazónicos, como las centrales hidroeléctricas de Belo Monte, en el río Xingú, y dos otras en el río Madeira, de construcción iniciada entre 2008 y 2011, violaron derechos indígenas y sus impactos ambientales no fueron debidamente prevenidos o remediados.

El presidente brasileño empezó, todavía como presidente electo, por sacar a Brasil del aislamiento internacional, al concurrir en noviembre a la 27 Conferencia de las Partes (COP27) sobre la crisis climática en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij.

Anunció la nueva disposición brasileña de buscar soluciones, poner fin a la deforestación amazónica y empoderar los pueblos indígenas, incluso con un ministerio propio y organismos dirigidos por sus propios representantes.

El vuelco en relación al gobierno de Bolsonaro, que desmanteló las políticas e instituciones ambientales del país y buscó obstruir las negociaciones internacional, pero también una revisión de las posiciones del mismo Lula en el pasado.

Marina Silva, que había roto con su gobierno en 2008 y dejado el PT el año siguiente, para afiliarse al Partido Verde, se reconcilió con sus antiguos socios y volvió a comandar el Ministerio del Medio Ambiente.

Lula tendrá que adaptar su activismo diplomático a las nuevas exigencias del mundo, la defensa de la democracia y soluciones ambientales, especialmente ante la tragedia climática.

La defensa de la democracia se transformó en una exigencia popular, con manifestaciones cono esta en São Paulo, el 9 de enero, un día después de la invasión y destrucción de las sedes de la Presidencia, el Congreso legislativo y el Supremo Tribunal Federal en Brasilia. Los invasores demandaban una intervención militar para derrocar a Luiz Inácio Lula da Silva, llegado al poder siete días antes, e imponer un gobierno dictatorial de extrema derecha. Foto: Roberto Parizotti / FotosPúblicas

Adiós megaproyectos

Es muy distinto de la política exterior que impulsó Lula y su entonces jefe de la diplomacia, Celso Amorim, de integración física en Sudamérica y fuerte presencia en África.

Las grandes empresas constructoras operaron como un instrumento de la expansión económica y política de Brasil. Centrales hidroeléctricas en Perú y Angola, carreteras, metros, puertos, complejos habitacionales y agroindustriales sellaron la presencia constructiva de la potencia sudamericana.

Muchas de esas obras contaron con financiación del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social. La insolvencia de Cuba y Venezuela es fuente de críticas permanentes, que recrudecieron ahora que Lula anunció la reanudación de préstamos del banco al exterior.

Pero no volverán los grandes proyectos de infraestructura, incluso porque Brasil perdió capacidad de inversiones e financiación a tales obras y por el fracaso de muchos megaproyectos anteriores.

La oleada dejó variados elefantes blancos, como la carretera que cruza Perú y que, conectada a otras brasileñas, completó una vía bioceánica, una salida al Pacífico que supuestamente beneficiaría el comercio bilateral y las exportaciones brasileñas a Asia.

Además la corrupción, estimulada por las multimillonarias inversiones y los miles de proveedores que moviliza cada proyecto, degradó los liderazgos políticos en varios países de la región.

Odebrecht fue la constructora brasileña más involucrada y los casos más graves ocurrieron en Perú, donde tres expresidentes terminaron presos por beneficios irregulares de los contratos con la empresa, uno se suicidó y otro se refugió en Estados Unidos para evitar la cárcel.

Ahora se espera que Brasil recupere su relevancia internacional especialmente en temas climáticos y ambientales. Pero eso exige cumplir deberes domésticos, como el cese de la deforestación, que a su modo empieza a atraer ayuda externa y a promover la cooperación internacional.

ED: EG

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