Actividades humanas en el Pacífico amenazan a la tortuga marina más grande del mundo

Atardecer en el sector de Langosta, del costarricense Parque Nacional Marino Las Baulas de Guanacaste, donde desovan las tortugas baula o laúd, que es la especie marina más grande y que se encuentra en crítico peligro. Foto: Katiana Murillo / LC

SAN JOSÉ – Es una noche oscura de febrero en el Parque Nacional Marino Las Baulas de Guanacaste (PNBG) en el Pacífico Norte de Costa Rica. La luna es apenas creciente y la marea está en su punto más alto. Justo entre la espuma, emerge un bulto oscuro de un metro y medio de longitud que avanza lentamente; tiene caparazón, pero es tan suave como piel, parece cuero con siete crestas protuberantes de las que emergen unas largas y curveadas aletas delanteras con las que este impresionante animal se impulsa dejando huellas profundas en la arena.

Su cabeza es enorme con un cuello grueso salpicado de pintas blancas y unos ojos pequeños y vidriosos, que reflejan ternura pese a su monumental tamaño. Tiene una cola puntiaguda y un par de aletas traseras sumamente anchas. Su cuerpo acorazado pareciera salido del periodo jurásico.

Es una tortuga hembra de la especie baula o laúd (Dermochelys coriacea), que en el Pacífico Oriental se encuentra en peligro crítico de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Ha emergido del océano para cumplir con su tarea de desove como lo hecho su especie por cerca de 100 millones de años sobreviviendo a catástrofes como la que extinguió a sus contemporáneos los dinosaurios.

Sin embargo, amenazas humanas como la pesca incidental, el saqueo de huevos, la contaminación lumínica y por desechos, principalmente plásticos, la alteración de playas de anidación debido al desarrollo turístico e inmobiliario, así como el cambio climático, han provocado que las poblaciones anidadoras de la baula, principalmente en el Pacífico Oriental Tropical (de México al norte de Perú), hayan disminuido en más de 90 % en las últimas dos décadas, de acuerdo con Pilar Santidrián, directora científica de The Leatherback Trust. Esta es una ONG que desde el 2000 realiza investigación y monitoreo de tortugas marinas en el PNMBG.

“A finales de la década de los 80, pobladores recuerdan que llegaban al parque entre 30 y 40 tortugas baula por noche durante la temporada, que en el Pacífico Norte de Costa Rica va del 1 de octubre al 15 de marzo”, sostiene Christian Díaz Chuquisengo, promotor ambiental y guardaparques del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac).

Actualmente no anidan ni siquiera 10 de esta especie en toda la temporada, aun cuando es una de las playas más importantes para la anidación de la baula en el Pacífico Oriental. 

Tortuguita marina atrapada por el plástico en Playa Grande. Foto: Katiana Murillo / LC

Cada vez menos

En la pasada temporada 2021-2022 fueron identificadas solamente ocho tortugas anidantes en las playas del parque nacional. Años previos a la pandemia, los tours de observación, que se realizaban de forma coordinada con el parque nacional, representaban para los pobladores mayores ingresos que los posibles productos del saqueo ilegal, según señala Díaz Chuquisengo.   

“Ahora las presiones ambientales y sociales son distintas. Debido a la baja probabilidad de observación de la tortuga baula y, por ende, el bajo ingreso que eso representa para los pobladores locales, la administración del parque nacional se vio obligada a suspender la actividad de guiado poco antes de estallar la pandemia. Algunos pobladores han tenido que desistir del oficio del guiado y otros se han visto en la necesidad de trasladarse a otras playas de anidación cercanas que carecen de control de la afluencia turística”, afirma.

Y es que, pese a que el parque nacional se creó el 9 de julio de 1991 precisamente para contribuir a salvaguardar los principales sitios de anidación de la tortuga baula en el Pacífico Americano, existen amenazas que trascienden los límites del parque y han ampliado la drástica reducción en la población de tortugas anidantes como resultado del saqueo de nidos décadas atrás.

Cada tortuga hembra deposita hasta 80 huevos las siete veces en promedio que desova durante la temporada, pero solo una de cada mil tortuguitas que logran nacen y llegar al mar, sobrevive hasta alcanzar la edad adulta. Y no es sino hasta entre 15 y 25 años después que esta misma tortuguita regresa generalmente a la misma playa donde nació para continuar con su tarea de desove y el ciclo de supervivencia de su especie.

Vista Playa Tamarindo. Foto: Katiana Murillo / LC

Impacto humano

Es así como esta sobrevivencia tan selectiva a nivel natural se ve aún más impactada por actividades humanas, como la contaminación lumínica y por desechos, principalmente plásticos de un solo uso. Por ejemplo, las tortugas baula confunden a las bolsas plásticas con medusas, su principal fuente de alimento, y este error les resulta fatal. 

Asimismo, pese a que las luces brillantes, incluso las de color blanco, están prohibidas dentro del parque porque desorientan a las tortugas y complican su desove, playas aledañas como Tamarindo, que experimentan un boom turístico y son muy populares para actividades como el surf, también generan una gran cantidad de contaminación lumínica, ruido y desechos, que amenazan no solamente a las tortugas marinas, sino a la gran diversidad biológica presente en la zona.

Porque entre la gran variedad de organismos vegetales y animales, se encuentran también diversos tipos de mangle y aves costeras, monos, cocodrilos y dos tortugas marinas más: la lora (Lepidochelys olivacea) y la negra (Chelonia agassizii).

Y es que la franja terrestre de Tamarindo divide a dos sectores del parque nacional que son playas de desove: Playa Grande y Langosta, y está separada de la primera por un estuario natural, que es a su vez es parte de un sitio Ramsar o Humedal de Importancia Internacional, convención internacional que promueve la conservación de aves migratorias y ecosistemas de humedal.

El parque se ubica en el cantón de Santa Cruz de Guanacaste y tiene una extensión de 175 km2, 7,7 km2 en el sector terrestre, y 171,36 km2 o 12 millas náuticas en el sector marino. 

Un muestreo internacional de macrobasura en playas de arena, realizado entre septiembre de 2021 y enero de 2022 en nueve países de la costa del Pacífico, impulsado por la Red de Científicos de la Basura del Pacífico (ReCiBa Pacífico), arrojó como resultado 21,816 ítems de basura, de los cuales el 62.4% fueron plásticos. 

Muchas de esas playas son también sitios de anidación y, específicamente en Costa Rica, donde se incluyó Playa Grande entre los sitios de muestreo, se registró un valor de densidad de 2.0 ítems/m², por encima de todos los países excepto Colombia, lo cual se relaciona con actividades como el turismo y la sedimentación arrastrada por los ríos, especialmente en los periodos de mayores precipitaciones.

De acuerdo con Díaz, pese a que la playa parece limpia, pequeños plásticos (mesoplásticos) de entre 5 mm y 25 mm, que arrastran las corrientes marinas, se mezclan cada vez más con la arena formando parte integral de la duna (el área donde anidan las baulas en la playa); y el plástico, como polímero, a mayor exposición al sol tiende a quebrarse en piezas cada vez más pequeñas de 5 mm (microplásticos), lo cual es un problema en un lugar con muy poca sombra y condiciones climáticas muy secas. Una alta densidad de pequeños plásticos, y ahora microplásticos, en la duna puede influir en la temperatura, elemento crucial para la incubación de las tortugas marinas.

Y no pocas veces guardaparques e investigadores han tenido que liberar a tortugas marinas recién nacidas porque quedaron atrapadas en desechos plásticos o enterrar a las que no lograron sobrevivir. 

Tortuga baula desovando. Foto: Katiana Murillo / LC

Mar adentro

Más adentro en el mar, las tortugas baula, que viajan cientos, incluso miles de kilómetros para alimentarse, son víctimas también de la pesca incidental. De acuerdo con Sandra Andraka, directora de EcoPacífico+ y especialista en tortugas marinas y pesca sostenible, pese a que en los últimos años ha habido una mayor conciencia en los sectores pesqueros para desarrollar mejores prácticas que disminuyan el impacto de su actividad en estos animales, todavía se requieren datos rigurosos para poder tomar medidas de manejo. 

Por ejemplo, hace 20 años se responsabilizó a la pesca de palangre de la extinción de la baula en el Pacífico Oriental. Actualmente, gracias a investigaciones recientes y a la colaboración de los pescadores, se ha visto que existe captura incidental significativa en pesquerías artesanales con redes en países como Perú y Ecuador. 

Más allá de regulaciones para usar determinado tipo de anzuelo o cerrar zonas de pesca, la forma en la que los pescadores manipulan y liberan a las tortugas incidentalmente capturadas, es clave para incrementar la probabilidad de su supervivencia post captura, según Andraka.

De ahí que actualmente se trabaja en iniciativas de capacitación a pescadores para disminuir la captura incidental.

Un ejemplo es un curso que impartirá este año el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) en Costa Rica, en colaboración con el Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura (INCOPESCA).

Se trata de una iniciativa que, según Andraka, podría servir como modelo de oficialización de formación a nivel de la Convención Interamericana para la Protección y Conservación de las Tortugas Marinas (CIT) y de la Comisión Interamericana del Atún Tropical (CIAT). 

“Es una responsabilidad compartida de todo el sector pesquero asegurarse que la tortuga baula no se extinga”, señala la bióloga.

El cambio climático también ha venido a hacer aún más compleja la situación de la tortuga baula en el Pacífico Oriental debido a impactos como el alza en el nivel del mar, que en varios sitios amenaza con reducir, incluso hacer desaparecer, playas de anidación e inundar nidos; el cambio en las corrientes marinas; la acidificación y presencia de aguas más calientes y menos productivas, que alteran la ubicación y disponibilidad de alimento; así como la frecuencia del fenómeno del Niño, que disminuye el éxito de eclosión o de nacimientos debido a las condiciones de sequedad y poca lluvia (ya de por sí predominantes en sitios como el PNMBG). 

Asimismo, se da un aumento de la temperatura en la arena, que incide también en el éxito de eclosión y en la definición del sexo de la tortuguitas. A partir de los 29,5°C tienden a nacer más hembras y con más de 33°C, la mortalidad es casi segura. 

Tortuguita marina rumbo al mar. Foto: Katiana Murillo / LC

Variables que complican

De acuerdo con Santidrián, el hecho de que pueda haber una tendencia a que nazcan más hembras no necesariamente es negativo, ya que todavía la temperatura no ha llegado al nivel de mortalidad. Y si aumenta el porcentaje de hembras, esto significa también que habrá más tortugas anidantes en el futuro; y con pocos machos, de igual forma puede haber una tasa de reproducción alta, ya que estos se aparean con varias hembras. 

Sin embargo, entran en juego una serie de factores y variables que es todavía necesario medir e investigar. Por ejemplo, si escasea el alimento debido a factores climáticos, las tortugas hembra tardarán más del promedio de tres a cuatro años en regresar a la playa a desovar, ya que necesitan acumular mucha energía para el esfuerzo que requiere afrontar una temporada de desove. 

¿Qué hacer, entonces, frente a todas estas amenazas? El PNMBG tiene una serie de disposiciones que buscan ayudar a las tortugas anidantes a realizar con éxito su tarea, como la restricción en el horario de acceso a las playas de anidación durante la temporada (cerradas de 6:00 PM a 5:00 AM), la prohibición de uso de sombrillas, estacas o sillas, y el ingreso a las playas con animales domésticos porque, al igual que depredadores naturales como mapaches y pizotes, pueden escarbar nidos. Asimismo, la prohibición de realizar fogatas y quemas y entrar con vehículos automotores a las playas.

Estuario de Tamarindo, un sitio Ramsar. Foto: Katiana Murillo / LC

Más allá del parque

Sin embargo, las amenazas más grandes se ciernen fuera del parque y su contención tienen que ver con el control de la pesca incidental mar adentro; un desarrollo turístico e inmobiliario más controlado y retirado de la costa; una mejor disposición de los desechos;  la disminución o, mejor aún, la erradicación del plástico de un solo uso; y el cumplimiento, en general, de las metas del Acuerdo de París a nivelmundial, nacional y local para evitar los impactos más drásticos del cambio climático y adaptarse de la mejor manera.

El PNMBG también ha apostado a iniciativas con impacto local, como la educación ambiental de las comunidades locales y el impulso a una iniciativa de corredor biológico regional, que conecte al parque nacional con otras playas de anidación y bosques y humedales cercanos, como el Refugio Nacional de Vida Silvestre Mixto Conchal, un área silvestre protegida de propiedad mixta.

Asimismo, el desarrollo de un Laboratorio de Basura Marina, que busca evaluar, con ayuda de voluntarios, la interacción entre los desechos marinos y la vida silvestre, así como su abundancia como agente contaminador y el debate sobre su uso y disposición.

Mientras tanto, la tortuga que emergió de entre las olas en una noche oscura ya dejó enterrados sus huevos. En unos dos meses, la mitad de estos se convertirán en frágiles tortuguitas que, por instinto, se enrumbarán hacia el mar grabando en su memoria, a cada paso, las características de esa playa para regresar como adultas años después, siempre y cuando se lo permitamos.

Este artículo ha sido producido por LatinClima, una red de comunicación sobre cambio climático de la que IPS forma parte.

RV: EG

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