En la celebración del Día Internacional de la Educación, el martes 24 de enero, los líderes mundiales deben cumplir su promesa de proporcionar una educación de calidad a todas las personas de aquí a 2030.
La educación es nuestra inversión en la paz allá donde hay guerra, nuestra inversión en igualdad allá donde hay injusticia y nuestra inversión en prosperidad allá donde hay pobreza.
No nos llamemos a error: se está produciendo una crisis mundial de la educación que amenaza con borrar decenios de avances en materia de desarrollo, desencadenar nuevos conflictos y poner en peligro el progreso económico y social en todo el mundo.
Como destacó el Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres durante la Cumbre sobre la Transformación de la Educación celebrada el año pasado: “Si queremos transformar nuestro mundo de aquí a 2030, tal y como prevén los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la comunidad internacional debe prestar a esta crisis (educativa) la atención que merece”.
En el momento de la fundación de La Educación No Puede Esperar (ECW, en inglés) –el fondo mundial de las Naciones Unidas para la educación en situaciones de emergencia y crisis prolongadas– en 2016, se estimaba que había 75 millones de niños afectados por crisis que necesitaban apoyo educativo. Hoy, esa cifra se ha triplicado y asciende a 222 millones de niños.
De los 222 millones de niños privados de su derecho a la educación como consecuencia del efecto multiplicador de los conflictos, el cambio climático y otras crisis prolongadas, se calcula que un total de 78 millones están sin escolarizar: un número mayor que el conjunto de la población de Francia, Italia o el Reino Unido.
Incluso cuando asisten a la escuela, muchos de ellos no adquieren ni siquiera competencias mínimas en lectura o aritmética. Reflexionemos sobre un dato escalofriante: 671 millones de niños y adolescentes de todo el mundo no saben leer, lo cual representa más de 8 % de la población mundial. Hablamos del riesgo de perder a toda una generación.
Como hemos podido constatar en la guerra de Ucrania, los retos de la migración venezolana hacia Colombia y América del Sur, la imperdonable prohibición de la educación de las niñas en el Afganistán y la devastadora sequía causada por el cambio climático en el Cuerno de África que ha dado lugar a una grave situación de hambruna que afecta a 22 millones de personas, vivimos en un mundo interconectado. Los problemas de África, Oriente Medio, América del Sur y otros continentes son problemas de un mundo que todos compartimos.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Cada minuto del día, hay niños que huyen de la violencia y la persecución en Myanmar, el Sahel, América del Sur y Oriente Medio. Cada minuto del día, hay niños que son reclutados como soldados en Somalia, la República Centroafricana y otros países.
Cada minuto del día, la crisis climática nos acerca más y más al fin de los tiempos, y hay niños que pasan hambre porque se les deniega su derecho a ir a la escuela, donde posiblemente disfruten de su única comida en todo el día. Y entre estos conflictos, la migración y el cambio climático, gobiernos como el de Colombia se enfrentan a dificultades para garantizar las condiciones de vida y educación más básicas para la infancia en sus fronteras más remotas.
Todo ello supone un ataque a nuestra humanidad, una afrenta moral a las promesas vinculantes expuestas en la Declaración Universal de Derechos Humanos, y un enorme retroceso en nuestro empeño incansable de lograr la paz en nuestros tiempos luchando contra viento y marea.
Pero hay esperanza. Al adoptar una nueva forma de trabajar y prestar servicios con rapidez humanitaria y profundidad de desarrollo, la ECW y sus asociados estratégicos han llegado a siete millones de niños en tan solo cinco años, y tienen previsto llegar a 20 millones más durante los próximos cuatro años.
¿Somos capaces de imaginar lo que la educación puede suponer para un niño afectado por la guerra? En la República Democrática del Congo, Nyota, de 13 años, perdió a su padre y sus hermanos cuando su aldea fue brutalmente atacada. El hogar de su familia ardió hasta los cimientos.
En un país con 3,2 millones de niños sin escolarizar, el futuro de Nyota era sombrío. ¿Se convertiría en una niña casada, una víctima de la violencia sexual, otro dato estadístico más en una crisis olvidada?
No. No se dio por vencida. Con ayuda de un programa innovador financiado por la ECW, Nyota ha vuelto a la escuela. “Sueño con convertirme en presidenta de mi país cuando termine mis estudios para acabar con la guerra. Así los niños podrán estudiar en paz y no tendrán que sufrir las mismas cosas horribles que me han pasado a mí”.
Nyota no es la única: hemos recibido cartas inspiradoras de niñas y niños de más de 20 países afectados por crisis de todo el mundo que ponen de relieve el increíble valor de la educación a la hora de transformar vidas y crear un futuro mejor para las generaciones venideras.
El 16 de febrero, los líderes mundiales acudirán a la Conferencia de Alto Nivel sobre la Financiación del fondo la Educación No Puede Esperar en Ginebra. Organizada por la ECW y Suiza, y convocada conjuntamente con Alemania, Colombia, el Níger, Noruega y Sudán del Sur, esta conferencia ofrece a líderes mundiales, empresas, fundaciones y personas con grandes patrimonios la oportunidad de cumplir nuestra promesa de una educación para todos. Su objetivo es recaudar 1500 millones de dólares de cara a los próximos cuatro años.
Como convocantes conjuntos de este acontecimiento trascendental, hacemos un llamamiento a los pueblos del mundo para que inviertan en la promesa de la educación. Es la mejor inversión que podemos hacer para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Nyota y millones de niños como ella no han renunciado a sus sueños, y nosotros no deberíamos abandonarlos a su suerte. Tenemos promesas que cumplir.
SE