BAMAKO – La cumbre de líderes africanos, que se celebrará en diciembre en Washington, es muy oportuna. El gobierno de Joe Biden ha dado un impulso significativo en los últimos dos años para apoyar la democracia, la lucha contra la corrupción y la construcción de la paz en todo el mundo, y en África en particular.
Desde la Cumbre para la Democracia hasta las nuevas estrategias para el África subsahariana y la lucha contra la corrupción, las políticas y prácticas del gobierno estadounidense han cambiado de forma que pueden apoyar las reformas tan necesarias en todo el continente.
Es en el Sahel donde persisten muchos de los mayores desafíos, que deberían ser una prioridad durante la próxima Cumbre. El reciente golpe de Estado en Burkina Faso fue el séptimo en África en poco más de dos años. Aquí, en Malí, donde Bamako es su capital, los yihadistas siguen avanzando hacia el este, matando a cientos de civiles inocentes a su paso.
Al otro lado de nuestras fronteras, en Níger y Chad, vemos cómo las élites cleptómanas hurtan los recursos del Estado a un ritmo vertiginoso, socavando las finanzas públicas, la estabilidad y cualquier tipo de esperanza de un futuro mejor.
Todo esto abre la región a la influencia de Rusia y China. Los mercenarios rusos del grupo Wagner operan libremente en la República Centroafricana y en Malí, por ejemplo, y sabemos por Siria y Ucrania lo catastrófico que puede ser esto.
Centrarse en los síntomas de estos problemas -como el aumento del extremismo violento- con respuestas militarizadas nunca ha funcionado.
Tras nueve años y más de 880 millones de euros para la operación Barkhane, los franceses lo comprobaron en Malí antes de verse obligados a abandonar el país recientemente.
Ahora, el pueblo de Burkina Faso exige una ruptura diplomática con Francia y una nueva asociación con Rusia y posiblemente con el Grupo Wagner. La alianza democrática occidental ha fracasado en el Sahel, lo que inevitablemente ha provocado una inclinación hacia socios más autoritarios.
Igualmente, es un error permitir que los regímenes militarizados tras el golpe de Estado se salgan con la suya con los adornos de un plan de transición hacia la democracia sin poner en marcha ningún cambio significativo en la toma de decisiones.
El régimen de Malí ha pospuesto constantemente el traspaso de poder a un gobierno civil desde el golpe de Estado del año pasado; y el proceso de elaboración de una carta de transición en Burkina Faso recientemente tampoco da indicios de que exista una intención real de devolver el poder a los representantes elegidos.
En el fondo, se trata de cuestiones de gobernanza. La estabilidad en el Sahel no vendrá de la mano del gobierno de las armas, sino del estado de derecho. Para reajustar sus enfoques sobre el Sahel, el gobierno de Biden puede aprovechar la Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África, su nombre oficial, que se celebrará del 13 al 15 de diciembre y a la que Washington ha convocado a 50 gobernantes del continente.
En primer lugar, debe situar la lucha contra la corrupción en el centro de todas las conversaciones con los líderes de la región. La estrategia estadounidense para África incluye la apertura y las sociedades abiertas como la primera de las cuatro prioridades, y ahora es el momento de que Estados Unidos las cumpla.
Al mismo tiempo, hay trabajo que hacer en casa: los avances en los esfuerzos nacionales críticos contra la corrupción en Estados Unidos, como la aprobación de la Ley de Habilitadores y la plena aplicación de la Ley de Transparencia Corporativa, demostrarían el compromiso con estas cuestiones.
En segundo lugar, es imperativo que quede claro que los acuerdos políticos posteriores al golpe de Estado incluyen un enfoque en las voces de los ciudadanos y la rendición de cuentas de abajo hacia arriba. Esto significa presionar a los que están en el poder para que realicen consultas significativas con los civiles para garantizar que incluso los más excluidos sean escuchados.
En Malí, las autoridades de transición han puesto en marcha «Assises Nationales de la Refondation de l’Etat (Tribunales Nacionales para la Refundación del Estado)», una serie de consultas a nivel comunal y nacional para dar voz a toda la población en cuestiones clave como la gobernanza y la justicia.
Tenemos que asegurarnos de que este tipo de procesos sean significativos, inclusivos y estén respaldados por una aplicación real; de lo contrario, pueden conducir a una mayor decepción y desvinculación.
En tercer lugar, ya sea en un entorno posterior al golpe de Estado o de forma más general, significa encontrar formas más amplias de cambiar los sistemas para retirar lentamente a los militares de la política y consolidar el control civil de la toma de decisiones.
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Esto parece difícil, pero olvidamos que ya se ha hecho con éxito en Malí. Tras el golpe de Estado de Amadou Toumani Tour, en 1991, el poder fue devuelto a un gobierno civil, lo que permitió que Alpha Oumar Konar, fuera elegido presidente en 1992.
En el Sahel, necesitamos, entre otras reformas, un cambio en la aplicación de la ley civil a otros cuerpos como la policía; la potenciación de las instituciones de rendición de cuentas dentro de los militares; y el trabajo político con los reformistas dentro del ejército para impulsar el regreso de las tropas a sus cuarteles.
Estados Unidos también debe apoyar plenamente a las organizaciones regionales como la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedao) para que presionen a los países del Sahel para que sigan planes, procesos y plazos claros para el retorno o el mantenimiento del gobierno civil.
Por último, la estabilidad a largo plazo en nuestros países requiere un cambio generacional fundamental.
La edad media en Malí es de 16 años; en Níger es de solo 15 años. Nuestros países están pasando por un cambio demográfico masivo, y esto tiene que reflejarse en los sistemas que utilizamos para gobernarnos, o los grupos extremistas seguirán reclutando a jóvenes que tienen más interés en derrocar los sistemas que en reconstruirlos.
Estados Unidos se preocupa por los jóvenes sobre el papel: ahora es el momento de crear los espacios para que una nueva generación pueda liderar. Al fin y al cabo, no pueden ser peores que las élites corruptas que llevamos décadas viendo cómo gestionan mal nuestra política.
La Cumbre de Líderes Africanos es una importante oportunidad para que Estados Unidos refuerce su compromiso con la gobernanza en el Sahel; y con una política exterior que dé prioridad a la gobernanza y a la inclusión, en lugar de limitarse a la economía y la seguridad. Los pueblos de la región se lo merecen.
Doussouba Konate es directora del Laboratorio de Rendición de Cuentas de Malí y dirigente de la Fundación Obama. Siga al Laboratorio en Twitter: @accountlab
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