RÍO DE JANEIRO – La mayoría de los brasileños esperaba despertar de una pesadilla en las elecciones del domingo 2, pero lo que constató es que la fractura ideológica del país es una realidad permanente de insoportable convivencia entre dos partes de los ciudadanos, divididos mitad a mitad.
El exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva alcanzó 48,43 % de los 118,2 millones de votos válidos para presidente. Es el candidato del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), pero se afirmó como el líder de un amplio frente en defensa de la democracia amenazada por la extrema derecha encabezada por el gobernante Jair Bolsonaro.
Bolsonaro, postulado por el Partido Liberal (PL), obtuvo 43,2 % de los votos válidos, pese al rechazo a su política destructiva del ambiente, del sistema de salud, de los derechos humanos, la educación y la diplomacia.
Por primera vez un presidente disputará la segunda vuelta con un expresidente el 30 de octubre. Ambos enfrentan acusaciones de corrupción, pero a Bolsonaro le afectan sospechas y hechos aún no juzgados, mientras Lula se involucró en grandes escándalos que le costaron 19 meses de cárcel entre 2018 y 2019.
Fallas procesales reconocidas por el Supremo Tribunal Federal anularon sus condenas, lo que le permitió volver a la disputa electoral y disfrutar de gran popularidad.
Pero su mayor votación no impidió que Bolsonaro resultase el triunfador de la primera vuelta, según coinciden los analistas políticos.
El hecho de que las encuestas de la víspera apuntaran al presidente con una desventaja prácticamente irreversible de 14 puntos porcentuales, y a Lula al borde del triunfo inmediato al registrar 50 % o 51 % de la intención del voto.
Pero los institutos de sondeos no captaron la dimensión de la corriente de extrema derecha, un fenómeno nuevo aunque se haya manifestado con fuerza al elegir Bolsonaro en 2018, reconoció Mauro Paulino, exdirector del Instituto Datafolha, ahora comentarista político de televisión.
El domingo 2 el bolsonarismo se hizo más competitivo con el empuje de los resultados positivos de la primera vuelta.
Además los candidatos bolsonaristas de distintos partidos ganaron las gobernaciones de 14 estados y el Distrito Federal y otros nueve se calificaron para la segunda vuelta. Brasil tiene un total 26 estados, es decir la mayoría será gobernada por aliados de Bolsonaro en los próximos cuatro años.
Y el PL se tornó el mayor partido en la Cámara de Diputados, con 99 representantes en un total de 513, y en el Senado, con 13 entre 81 senadores. Algunos de ellos fueron campeones de votos. Es decir el bolsonarismo ganó más fuerza en el poder legislativo.
Fortalecerse en el Senado era uno de los objetivos del presidente que lo alcanzó al encargarle la misión a sus aliados. Damares Alves, exministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos, elegida senadora por Brasilia, y Marcos Pontes, exministro da la Ciencia y Tecnología, senador electo por São Paulo, son algunos ejemplos.
El vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, también fue elegido como senador por el estado de Rio Grande do Sul.
La nación dividida
“Nunca vi una situación tan compleja, desafiadora y amenazadora sobre nosotros como nación”, resumió Ciro Gomes, el candidato centroizquierdista que alcanzó un cuarto lugar en la disputa por la presidencia de Brasil, con 3,04 % de los votos válidos. En 2018 había alcanzado 12,47 %.
Su campaña condenaba la “polarización llena de odio, incapacidad y corrupción que conduce nuestro país al naufragio”. Se refería al antagonismo entre Bolsonaro y el expresidente Lula, y se proponía como solución, una alternativa de unidad nacional.
Pero la deshidratación electoral que lo redujo a un cuarto de la votación comprobó su impotencia y la ingenuidad de la propuesta.
Gomes, quien fue gobernador del nororiental estado de Ceará y ministro de Hacienda y de la Integración Nacional con Lula (2003-2006), dijo que dialogará con amigos y con su Partido Democrático Trabalhista (PDT) para decidir qué camino tomar en esta encrucijada histórica en los próximos días.
Es poco probable que declare su apoyo a Lula. Significaría desdecirse de sus duros ataques al expresidente y al PT, que considera responsables de la corrupción y la crisis económica al final de sus dos mandatos (2003-2016), que estarían en el origen del “monstruo” del bolsonarismo.
También la candidata del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), Simone Tebet, quien fue la tercera más votada en la primera vuelta, con 4,16 % de los votos válidos, anunció para dentro de “48 horas” una posición sobre la disputa presidencial entre Lula y Bolsonaro.
Antes le gustaría que las direcciones de los cuatro partidos centristas que postularon su candidatura asuman una actitud ante la dramática situación del país, “que exige reflexión y acción”, reclamó. “Yo tengo lado”, acotó en una indicación de que apoyará la resistencia democrática representada por Lula.
El riesgo democrático
Lo que asombra a los brasileños que aprueban la democracia conquistada al final de la dictadura militar de 1964-1985, y codificada en la Constitución de 1988, es la popularidad de Bolsonaro, un capitán retirado del Ejército que exalta la dictadura, ataca el Supremo Tribunal Federal y amenaza imponer sus creencias con la fuerza militar.
Su votación contradice la evaluación negativa de su gobierno por la población de considerada como la cuarta mayor democracia del mundo, con más de 214 millones de habitantes.
La mala gestión de la pandemia de covid-19 y la educación, las acciones en desmedro del ambiente, de las mujeres, los indígenas, los afrodescendientes y las minorías sexuales contrarían la opinión de las mayorías, tal como el estímulo a las armas en manos civiles.
Es la destrucción de los avances civilizatorios logrados por la sociedad desde mediados del siglo 20, neutralizada en parte por el Supremo Tribunal Federal que por eso se ha convertido en un blanco preferencial de la extrema derecha.
Todo eso y la muerte de más de 680 000 víctimas de la covid-19, muchas evitables por una mejor gestión según los epidemiólogos, no debilitaron al bolsonarismo y se teme ahora su permanencia en el poder por cuatro años más.
La literatura sobre cómo se destruyen las democracias destacan la letalidad de una reelección de presidentes autoritarios. En el caso de Bolsonaro sería más temible por el apoyo que tendrá en un legislativo Congreso Nacional poblado de sus partidarios, tras ser capacitados en el gobierno.
La extrema derecha en Brasil
El bolsonarismo no disponía de un gran partido como tienen los seguidores del expresidente Donald Trump en Estados Unidos y autócratas en Europa. Pero él parece adueñarse de partidos derechistas ya existentes, como el Liberal al que se afilió en 2021, el Republicanos, dirigido por religiosos evangélicos, y el Progresistas (PP).
Tampoco la xenofobia constituye una bandera fuerte en Brasil, como lo es en los países ricos. Brasil es más exportador que receptor de migrantes. En cambio, la extrema derecha brasileña cuenta con los militares, cuya dictadura de 1964-1985 es su gran referencia inspiradora.
Pero la proliferación de partidos en Brasil, que suman 32 registrados en la Justicia Electoral y en general con escaso compromiso con la democracia, debilita la resistencia al acoso autoritario.
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En la actual coyuntura le toca al PT y su líder máximo, Lula a sus 76 años, evitar el avance antidemocrático. Es el partido reconocidamente más organizado del país y eligió la segunda mayor bancada en la Cámara de Diputados, con un total de 79.
Pero tiene un talón de Aquiles, los escándalos de corrupción durante sus gobiernos y la detención de Lula, que propician que los bolsonaristas lo ataquen como “ladrón” y “expresidiario”.
La democracia depende de que los electores relativicen esas manchas ante los puntos positivos que le dieron más de 80 % de popularidad a Lula al concluir su gobierno en 2010 y su papel decisivo en la disyuntiva actual.
ED: EG