SAN SALVADOR – Algunos de los avances democráticos alcanzados en América Central, tras el fin de los conflictos bélicos de los años 80, han sufrido un notable e incesante retroceso en los últimos años, sobre todo en aquellos países con gobiernos con tendencias autoritarias.
Eso se ha visto reflejado, entre otras cosas, en el resquebrajamiento o pérdida de derechos que se daban por descontado, como el de la libertad de expresión, el derecho a la debida asistencia legal ante una detención y el de no ser sometido a torturas ni a tratos inhumanos.
Esas carencias fueron parte del día a día en una América Central sumida a finales de los 70 en una aguda turbulencia política que estalló en guerras civiles en los años 80, por ejemplo en El Salvador, aunque en Guatemala había comenzado ya en 1960.
Esa inestabilidad en la región, donde ahora viven 43 millones de personas, terminó a principios de los 90, a partir de acuerdos de paz y procesos de democratización.
Ahora, el miedo a ser detenido por razones políticas o a ser encarcelado arbitrariamente, como en aquellos días oscuros, ha vuelto a presentarse en países como El Salvador, gobernando desde junio de 2019 por Nayib Bukele, un milenial con una querencia creciente por el autoritarismo.
También ha pasado con creciente crudeza en Nicaragua, donde ninguno de sus críticos políticos, de los estamentos sociales y de los medios ha escapado a la represión de Daniel Ortega, atornillado en el poder desde 2007.
Déjà vu bélico
“Yo ando con miedo porque tengo tatuajes, porque los policías y soldados no ven si son artísticos, ellos ven a una tatuada y ya asumen que una es delincuente”, afirmó a IPS la camarera Liliana Eleonor, que trabaja en una pizzería en el norte de San Salvador.
Eleonor, de 37 años, se refería al estado de excepción que está vigente desde finales de marzo en esta pequeña nación de 6,7 millones de habitantes.
Esa política, aprobada el 27 de marzo por una Asamblea Legislativa controlada desde mayo de 2022 por el partido de Bukele, Nuevas Ideas, ha suspendido varios derechos constitucionales, como mecanismo para combatir el crimen y mantener a raya los homicidios cometidos por las pandillas.
Muchos de esos pandilleros tienen tatuajes como marca de lealtad a su respectivo grupo, principalmente los dos principales: la MS13 y el Barrio 18, que en conjunto se calcula que superan los 60 000 miembros.
Hasta la fecha van más de 52 000 personas capturadas, acusadas de ser pandilleros, en redadas masivas ejecutadas por policías y soldados.
Y aunque se entiende que la mayoría de los detenidos sí forman parte de esas estructuras criminales, hay personas que no, como lo han denunciado familiares y evidenciado organizaciones de derechos humanos.
“Ando siempre nerviosa cuando voy por la calle y veo policías o soldados porque pienso: ya me van a parar, me van a llevar (a prisión)”, insistió Leonor, al final de su turno de trabajo, la madrugada de este viernes 16 de septiembre.
Ella dijo saber de amigos que han sido capturados precisamente porque tenían tatuajes y por su aspecto: jóvenes melenudos seguidores del rock metal.
“Yo tengo amigos metaleros que se los han llevado detenidos por los tatuajes, por esto del régimen de excepción, y no les dieron oportunidad de defenderse, ni a la familia”, agregó Eleonor.
La falta de la debida asistencia legal a los capturados y de una verdadera investigación de los casos son dos de los varios cuestionamientos hechos contra el estado de excepción por parte de organizaciones civiles.
Sin embargo, la controversial medida es respaldada mayoritariamente por la población en general, según varias encuestas, pues ahora las personas notan una disminución sensible de la criminalidad.
La falta del debido proceso “suena mucho a los años de guerra civil”, sostuvo a IPS la investigadora Natalia Ponce, del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
“Es un primer paso para la desaparición forzada”, subrayó.
La guerra civil salvadoreña dejó unos 70 000 muertos y 8000 desaparecidos entre 1980 y 1992.
Eleonor aseguró que ella no se opone a la medida gubernamental contra las pandillas, pero siempre que no se encarcele a personas inocentes.
Entre los derechos constitucionales suspendidos se encuentran el de asociación y reunión. Sin embargo el gobierno lo enmarcó solo a grupos delictivos que estuvieran reunidos para organizar crímenes.
También se restringió el derecho a la defensa y se extiende el periodo en que una persona puede ser detenida y presentada a los tribunales, que actualmente es de tres días.
Prohibido criticar
Otro derecho ganado en la región que se daba por sentado, pero que ha sufrido un neto retroceso, es de la libertad de expresión y, vinculado a este, el de la libertad de prensa.
Por ejemplo, en Guatemala fue detenido, el 29 de julio, José Rubén Zamora, fundador y director de elPeriódico, un medio crítico del gobierno del derechista Alejandro Giammattei, en la presidencia desde enero de 2020.
Ese medio de comunicación, fundado en 1996, había sacado a la luz investigaciones sobre corrupción y manejos oscuros de funcionarios de varios gobiernos, entre ellos el de Giammatei.
El proceso judicial contra Zamora, que sigue en curso, sería parte de una vendetta por parte de Giammatei, ha asegurado a IPS el hijo del periodista, Ramón Zamora.
En El Salvador fue capturado el 21 de agosto el tuitero Luis Alexander Rivas Samayoa, de 38 años, por haber publicado que miembros del Batallón Presidencial, encargado entre otras cosas de la seguridad del presidente de la República, daban protección a Karim Bukele, hermano del presidente,
Karim Bukele, que no es funcionario público, departía en una playa del país junto a familiares, protegidos por soldados del ejército, como si fueran su seguridad privada, y Rivas denunció el hecho en Twitter.
En El Salvador, “en efecto hay un retroceso democrático de la institucionalidad pública, en otorgar garantías básicas para la ciudadanía, en general”, acotó la investigadora Ponce.
Ella participó en la presentación de un informe, el 8 de septiembre, sobre vulneraciones de derechos cometidos en 2021 contra quienes defienden los derechos humanos en el país, como parte de un esfuerzo en el que participaron otras organizaciones.
El reporte dio cuenta de 29 casos de vulneraciones contra activistas de derechos humanos, basado en informaciones publicadas en la prensa local. Se identificó que la libertad de expresión es uno de los derechos más vulnerados.
“Aunque no pueden hacerse inferencias estadísticas a nivel nacional, sí es para llamar la atención”, de lo grave que está la situación en el país, dijo Ponce.
Bukele anunció la noche del jueves 15 de septiembre que lanzará su candidatura para las elecciones de 2024 y buscar una reelección continua, algo que en principio estaba restringido constitucionalmente.
Pero los magistrados de la Corte Constitucional, impuestos en mayo de 2021 por la Asamblea, controlada por el oficialismo, le dieron el aval a la reelección inmediata, y se prevé desde ya el triunfo de Bukele, por la aceptación de la que goza.
La dictadura de Ortega
Los casos más graves de violaciones a los derechos humanos, políticos y de libertad expresión se han dado en Nicaragua, en especial a partir de las multitudinarias protestas de 2018.
En abril de 2018 el presidente Ortega, que ya lleva cuatro periodos en el poder, desde 2007, frenó a sangre y fuego una revuelta popular contra su gobierno de corte dictatorial.
La respuesta represiva de Ortega produjo más de 300 de muertos y persecución política contra ciudadanos y opositores políticos, que ha vuelto a avivarse desde agosto.
El gobierno de Ortega mandó cerrar medios independientes, como los fundados por el veterano periodista Carlos Fernando Chamorro, quien ahora se encuentra exilado en Costa Rica, mientras culminó en agosto la confiscación del histórico diario La Prensa.
Se sabe que al menos unos 70 periodistas han dejado el país debido al acoso y persecución iniciada por la dictadura de Ortega, que se ha reavivado en la antesala de las elecciones municipales de noviembre, que se da por hecho que ganarán sus designados, debido a que ha cooptado y todas las instituciones del país.
La lucha de los pueblos indígenas
Otros derechos, surgidos de los procesos democráticos iniciados en América Central, como el acuerdo de paz alcanzando en Guatemala, en diciembre de 1996, comenzaron a levantar vuelo pero quedaron truncados en el camino.
Eso pasó con los varios derechos recogidos por el acuerdo de paz en favor de la población indígena en Guatemala, que se calcula ronda 60 % de los 17,4 millones de habitantes.
Uno de esos logros plasmados en el documento era el del reconocimiento pleno, jurídico, de los territorios indígenas, históricamente arrebatados por procesos de expropiación por parte de la oligarquía del país, contó a IPS el líder cachiquel Leocadio Juracán.
Los cachiqueles son uno de los más de 20 pueblos originarios en los que se divide la etnia maya, que ha convivido con el pueblo garífuna y xinca.
“En eso del reconocimiento de nuestros territorios estuvimos avanzando bastante”, señaló Juracán, desde San Lucas Tolimán, en el departamento de Sololá, en el suroeste de Guatemala.
Agregó que a partir de investigaciones y peritajes se logró avanzar y establecer que los propietarios de determinados territorios eran comunidades indígenas, que evidentemente lo fueron desde antes de la Colonia, con la llegada de los españoles, en el siglo XVI, pero de los que fueron despojados con el devenir del tiempo.
Pero el avance en el reconocimiento de sus territorios quedó estancado en abril de 2021, cuando tomaron posesión los nuevos magistrados de la Corte Constitucional para el periodo 2021-2026, añadió Juracán.
Agregó que los del periodo saliente habían fallado a favor de las comunidades indígenas en los litigios, y los nuevos responden más a intereses oligárquicos.
Algunos territorios recuperados, “hasta la fecha no se han inscrito legalmente”, pues se recurre a la estrategia de retrasar el proceso, aseguró.
ED: EG