Las sanciones son un bumerán, muestran varias experiencias

Los "bodegones" son el nuevo boom comercial de Venezuela. Venden productos importados, mayoritariamente procedentes de Estados Unidos a pesar de las sanciones, y han permeado hacia los barrios de clase media y media-baja en Caracas y otras ciudades, para captar a los consumidores provistos de divisas que reciben de millones de venezolanos que han migrado en años recientes. Foto: Humberto Márquez / IPS

CARACAS – Las sanciones económicas sobre los países con conductas reprobadas por Occidente operan como castigo aunque fracasan en sus objetivos políticos declarados, y en casos como Venezuela el contraste se exhibe sin pudor en las vitrinas de las tiendas más costosas.

La experiencia “ha demostrado que las sanciones son un instrumento que no logra el objetivo que supuestamente se busca, el cambio político como en los casos de Cuba y ahora también en Venezuela”, dijo a IPS Luis Oliveros, profesor de Economía en las universidades Metropolitana y Central de Venezuela.

Más aún, “hay un club de países sancionados, se retroalimentan, comparten información, mecanismos para eludir las sanciones y cooperan entre ellos, como Rusia con China o Irán, o Cuba e Irán con Venezuela, incluso obteniendo apoyos en terceros como Turquía”, observó Oliveros.

Las sanciones más empleadas son vetos a exportaciones e importaciones; a transacciones financieras; a la obtención de tecnología, repuestos y armas; a los viajes e intercambios; congelación de activos; retiro de visas; prohibición de pisar el territorio, expulsión de individuos indeseables, y bloqueo de cuentas bancarias.

Rusia quedó envuelta en una tupida red de sanciones desde que sus tropas invadieron Ucrania el 24 de febrero, y las medidas contra sus productos, operaciones, instituciones y autoridades, que eran 2754 antes del conflicto, según la organización privada Statista, ahora suman 10 536, y la cuenta sigue.

“Hay un club de países sancionados, se retroalimentan, comparten información, mecanismos para eludir las sanciones y cooperan entre ellos, como Rusia con China o Irán, o Cuba e Irán con Venezuela, incluso obteniendo apoyos en terceros como Turquía”: Luis Oliveros.

Sus escoltas en esa lista de castigos de diverso tipo son Irán, con 3616 sanciones, Siria con 2608, Corea del Norte con 2077, Venezuela con 651, Myanmar con 510, y Cuba con 208.

Los grandes sancionadores son Estados Unidos, la Unión Europea (UE), Canadá, Australia, Japón, Israel y Suiza.

En el caso de Irán y de Corea del Norte, las sanciones han castigado sobre todo sus respectivos desarrollos nucleares. Pyongyang no ha detenido sus pruebas misilísticas y Teherán mueve el interruptor en su programa nuclear según los vaivenes de la política internacional de Washington.

Marcha oficialista en Caracas contra las sanciones impuestas por Estados Unidos a funcionarios civiles, militares y a varias empresas públicas, como medida de presión contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro. El gobernante achaca a las sanciones todos los problemas del país, que llevaron a 6,1 millones de personas a migrar desde que comenzó su mandato. Foto: VTV

El impacto ruso

Como un bumerán, la famosa arma arrojadiza de los aborígenes australianos, más de una vez las sanciones se devuelven e impactan los objetivos de sus propulsores, y en el caso ruso sus efectos hacen sentir en todos los rincones del planeta.

El presidente chino Xi Jinping advirtió el 23 de junio que las sanciones “se están volviendo un arma en la economía mundial”.

“Además de ser más fáciles de evadir, ahora desencadenan shocks mundiales más grandes que nunca”, observó Nicholas Mulder, autor de “The Economic Weapon: The Rise of Sanctions as a Tool of Modern War (El arma económica: el auge de las sanciones como herramienta de la guerra moderna)”.

El también profesor de la estadounidense Universidad de Cornell expone que “la última vez que una economía del tamaño de Rusia enfrentó un espectro de restricciones comerciales tan amplio como el que se aplicó tras la invasión a Ucrania fue en la década de 1930”, sobre Italia y Japón tras invadir Etiopía y China.

La diferencia está en que “hoy Rusia es uno de los principales exportadores de petróleo, granos y otras materias primas esenciales. Además, la economía mundial está mucho más integrada. Así, las sanciones tienen hoy en día efectos económicos mundiales de un tamaño nunca visto”, plantea Mulder.

Economías industrializadas en Europa y América del Norte se han impactado con alzas en el precio de la energía, y a medida que las sanciones retiran de la oferta global materias primas rusas, los precios se elevan y afectan el costo de las importaciones y las finanzas de países menos adelantados, indica Mulder.

En poblaciones de África, Medio Oriente y Asia central se teme un incremento de la inseguridad alimentaria al interrumpirse y encarecerse el suministro de cereales, aceite comestible y fertilizantes provenientes de Ucrania y Rusia.

Las sanciones actuales “pueden generar pérdidas comerciales inéditas, pero también pueden verse debilitadas de nuevas maneras, a través del desvío y la evasión del comercio”, advirtió Mulder en un artículo divulgado en junio por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Nazanín Armanian, politóloga iraní exiliada en España, sostiene que “la táctica de conmocionar la economía de los rivales y enemigos padece de dos males: descuidar el riesgo de la radicalización de los humillados e ignorar la lógica de los vasos comunicantes en un mundo-aldea”.

Coloca el ejemplo de Irán, que ha encontrado múltiples maneras para exportar su petróleo, y ese es también el caso de Cuba, que ha soportado y sorteado sanciones estadounidenses durante más de 60 años.

En el caso cubano, fue el entonces presidente Barack Obama (2009-2017) quien dijo el 17 de diciembre de 2014 que “es claro que el aislamiento de Estados Unidos de Cuba ha fracasado en lograr nuestro objetivo de promover el surgimiento de una Cuba democrática, próspera y estable”.

Las sanciones de Estados Unidos contra Venezuela no impiden que lujosos establecimientos comerciales en Caracas y otras ciudades venezolanas vendan productos estadounidenses y europeos para el consumo de una minoría con amplio acceso a divisas, beneficiados por la liberación impositiva para su ingreso al país. Mientras, tres cuartas partes de la población están sumidas en la pobreza. Foto: Humberto Márquez / IPS

El caso Venezuela

Fue también Obama quien el 15 de marzo de 2015 declaró en una orden ejecutiva al gobierno de Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos”, y ese año se iniciaron sanciones contra autoridades, empresas e instituciones estatales venezolanas.

Desde entonces Washington ha sancionado con un abanico de medidas a decenas de funcionarios y sus familiares, mandos militares, dirigentes oficialistas, empresarios que negocian con el gobierno y a un centenar de empresas, públicas y privadas.

La UE también adoptó sanciones, así como Canadá y Panamá, y el cerco estadounidense alcanza a empresas de terceros países que negocien con el gobierno venezolano.

Cuando Estados Unidos dejó de comprar crudo venezolano y prohibió venderle insumos para producir gasolina, Caracas apeló con cierto éxito a Irán, que además ha enviado equipos y personal para refaccionar las deterioradas refinerías de Venezuela.


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Pero el mentís más visible a una supuesta efectividad de las sanciones es que los productos importados se exhiben y venden en centenares de comercios de Caracas, ciudades y pueblos, aun si solo una minoría dispone de dinero suficiente para comprarlos con regularidad.

Han proliferado los “bodegones” –se han contabilizado hasta 800 en Caracas, un valle segmentado por colinas donde se apretujan 3,5 millones de habitantes- el nombre que reciben tiendas nuevas o velozmente refaccionadas para darles una apariencia sofisticada y satisfacer gustos o necesidad de adquirir comestibles y otros productos perecederos importados, tras años de generalizado desabastecimiento.

Los bodegones, así como tiendas de electrodomésticos y un puñado de restaurantes y bares de alto costo, han sido el ariete de la dolarización de facto que impera en Venezuela, replicada con el desdén por el bolívar como moneda y el empleo del real y el peso en la zonas fronterizas con Brasil y Colombia, respectivamente.

Washington permite la exportación de alimentos, productos agrícolas, medicinales y de higiene; otros, de marcas estadounidenses o imitaciones, se traen desde Asia, al igual que electrodomésticos, equipos y accesorios de telefonía y computación. Vinos, licores y cosméticos arriban sin mayor problema desde Europa.

Ha surgido una “burbuja de bonanza”, aparente y limitada al comercio y al consumo de una minoría, alimentada con ingresos del Estado –que mercadea de modo opaco minerales y otros recursos-, y con las remesas de los millones de venezolanos que han migrando huyendo de la crisis en los últimos ocho años.

En ese lapso la pobreza ha alcanzado a cuatro quintas partes de los 28 millones de habitantes que permanecen en el país y han sufrido además tres años de hiperinflación. De esa crisis, el gobierno del presidente Nicolás Maduro incansable y sistemáticamente culpa a las sanciones que llegan del extranjero.

Las sanciones “han sido un excelente negocio para el gobierno de Maduro, porque no solo unificó sus fuerzas con base en un objetivo externo común, sino que se olvidó de pagar la deuda externa y, bajo un estado de emergencia, exporta sin transparencia o rendición de cuentas, en un mercado negro”, dijo Oliveros.

Por añadidura, “buena parte de la oposición puso todos los huevos en la canasta de las sanciones y se olvidó de hacer trabajo político, y por eso la población, al cabo de tantos años de rigores, se pregunta por el resultado de esa estrategia”, agregó.

En resumidas cuentas “en vez de ayudar a un cambio político, las sanciones lo que han hecho es atornillar a Maduro en el poder”, sentenció Oliveros.

En los casos de Venezuela e Irán, Washington y sus socios europeos se interesan por obtener gestos de cambio –en el caso venezolano, reanudación del diálogo con la oposición- que justifiquen un relajamiento de las sanciones, que a su vez lleve a un incremento de los suministros petroleros, ahora que se rechazan los de Rusia.

Mientras, respecto de Venezuela, Nicaragua y Cuba, y de los Estados que Occidente adversa en otros continentes, las sanciones continúan funcionando, ante la opinión pública de los países que las imponen, como muestra de voluntad política para castigar a los gobiernos considerados enemigos, díscolos o forajidos.

ED: EG

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