MARSABIT, Kenia – Darkuale Parsanti y su esposa Mary Rampe cuentan sus pérdidas: paso a paso, han visto cómo su ganado ha desaparecido, en medio de un clima errático que desvaneció lo que debía alimentar a su familia, en el condado de Marsabit, en el árido norte de Kenia.
“Tenía 45 cabezas de ganado y 50 cabras, pero todas murieron debido al empeoramiento de la sequía. Ahora solo tengo una vaca y cinco cabras», dice Parsanti con pesar, apoyándose en un bastón, mientras cerca unos cuervos negros rebuscan entre los pocos desechos que logran encontrar.
Con ayuda de un intérprete, Rampe acota a IPS que “la sequía ha causado mucho dolor en mi hogar, e incluso los moranes (jóvenes guerreros másai) que cuidan de los animales están aquí en casa y están deprimidos”.
Como muchas madres de esta zona, tienen la delicada tarea de equilibrar las necesidades alimentarias de sus hijos y las de su rebaño.
“La poca harina de maíz que hay, la preparamos y se la servimos primero a los bebés, luego a los cabritos y a los terneros”, dice Rampe en lengua másai.
Para las comunidades de pastores es duro ver cómo se desvanece el que fue siempre el símbolo de riqueza y sostenibilidad para sus familias.
En el norte árido y semiárido de Kenia, la grave sequía causa estragos entre los habitantes, que se sienten condenados al ostracismo y no reciben la atención del gobierno para superar los impactos de una crisis climática que los hunde en una pobreza que los acerca al hambre, o los hunde ya en la carencia de alimentos.
El aumento de las temperaturas y un entorno de destrucción de su hábitat son espinas clavadas en la carne de muchas familias del árido norte de este país de África oriental, de unos 48 millones de habitantes.
Los patrones climáticos de la región cambiaron bruscamente, pasando de una temporada de lluvias regular a no tener ni una sola gota durante varias estaciones húmedas consecutivas.
Marsabit, al igual que muchos condados (municipios) del árido y semidesértico norte de Kenia, está sufriendo la peor sequía en décadas. El ganado está muriendo en masa.
Ltadakwa Leparsanti, otro masái residente en Marsabit, afirma que hasta que llegó la sequía, las familias de la zona eran ricas.
“Podíamos comprar todas nuestras necesidades básicas y vestir bien, pero esta sequía nos ha reducido a meros mendigos de alimentos de las agencias donantes y del gobierno. Es una triste realidad», dice.
Un estudio reciente de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y del Programa Mundial para Alimentos PMA) indica que casi dos millones de personas corren el riesgo de morir de hambre tras la prolongada sequía en el norte del país.
El aumento del coste de los alimentos y el combustible, según las agencias, agrava su situación.
Entre los condados afectados en Kenia se encuentran Marsabit, Garissa, Kilifi, Tana River, Wajir, Lamu, Samburu, Kitui y Laikipia, todos ellos situados en el árido y semiárido norte, que ya enfrenta conflictos debido a la lucha por el forraje y el agua para el ganado.
“Espero que llueva pronto. De lo contrario, esta sequía nos traerá más estragos. Estamos a merced de Dios», dice Asli Dugow, de 44 años y madre de cuatro hijos.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Ha pasado casi un año desde que la organización humanitaria internacional World Vision planteó una Respuesta de Emergencia ante el Hambre en África Oriental, y desde entonces la situación ha ido de mal en peor, con una mezcla mortal de conflictos, crisis climática y covid-19 que empuja a millones de personas a la inanición.
Andrew Morley, presidente de World Vision International, una organización de confesión evangelista, dice que la realidad de un paisaje seco significa que no hay alimento para los animales ni para la gente.
“El cambio climático es mucho más que la sequía. El cambio climático también tiene que ver con las inundaciones, porque el cambio climático significa que cuando las lluvias llegan, lo hacen en momentos diferentes y en volúmenes tan extremos que provocan inundaciones”, dijo Morley a IPS en una entrevista.
Las agencias humanitarias afirman que los países que se enfrentaban a otras crisis, como las inundaciones, la sequía y la plaga de langostas del desierto antes de la pandemia de covid, tras su irrupción corren mayor riesgo de hambruna a medida que las cosas empeoran, y por el contrario, la ayuda decae.
En el este de África, las perturbaciones climáticas han destruido vidas, cosechas y medios de subsistencia, socavando la capacidad de las personas afrontar las consecuencias económicas de la pandemia y llevando el hambre a niveles sin precedentes.
Durante los últimos 12 meses, World Vision ha puesto en marcha una respuesta de emergencia contra el hambre en los 12 países de esta parte de África y busca recaudar nuevos fondos por valor de 132 millones de dólares.
La organización se propone atender a 7,1 millones de personas, entre ellas 3,4 millones de niños, en todos los países afectados para proteger a la población infantil y a sus comunidades de los efectos devastadores del hambre y la inanición.
“Nunca he visto nada parecido a lo que está ocurriendo aquí en Marsabit. Durante los últimos cinco años, ha habido inundaciones, sequías, hambrunas, conflictos o covid-19. Esto es demasiado para nosotros. Me pregunto si mis hijos llegarán a ser adultos», dice Safia Adan con desazón.
Morley contextualizó que “tenemos estas terribles situaciones en las que tenemos sequías y luego inundaciones, y las comunidades luchan por responder y hacer frente a la sequía. Intentamos construir instalaciones de agua resistentes y medios de vida alternativos para responder al cambio climático y prevenirlo en el futuro”.
“Este es el trabajo de todos y, en muchos sentidos, la mayor necesidad en todo el mundo», subrayó.
Al igual que el condado de Marsabit, el de Turkana se enfrenta a las mismas duras condiciones, y las madres embarazadas y lactantes y los niños menores de cinco años son los más afectados por la crisis climática.
“La sequía ha afectado a muchas familias aquí. En nuestro dispensario hemos atendido a 200 mujeres embarazadas y lactantes y a 65 niños menores de cinco años. Los casos de malnutrición han afectado a esta zona”, dijo Benjamin Lokol, enfermero del dispensario de Nakatongwa, en Turkana Este, parte del condado.
Detalló que “con el apoyo de World Vision, hemos hecho y seguimos haciendo cribados para detectar enfermedades en el subcondado, pero el reto ha sido la pandemia de covid-19 que trajo consigo el toque de queda y los cierres. Por eso no hemos podido alcanzar el objetivo en materia de cribados».
El agua es un bien escaso también en Tana River, un condado de la costa de Kenia. En el proceso de recogida de agua, cuatro personas descienden por un acantilado artificial a diferentes intervalos, y la que está más abajo recoge el agua y la pasa hacia arriba.
Es una tarea que se ha dejado en manos de las mujeres de las comunidades, que dicen sentirse obligadas a salvar a sus familias, sin importar el peligro que acarea.
T: MF / ED: EG