MADRID – La agresión en curso de Vladimir Putin a Ucrania ha colocado en el foco a la región secesionista de Transnistria, en la República de Moldavia. Esta franja territorial más allá del Dniester ocupa alrededor de 12 % del territorio moldavo y 10 % de su población, alrededor de 350 000 habitantes divididos en tres tercios (moldavo-rumanos, ucranianos y rusos).
En el mes de septiembre del año 1990, en pleno contexto de reivindicaciones nacionalistas en las diferentes repúblicas federadas de la Unión Soviética, algunos colectivos encabezados por la minoría rusa residente en la región moldava entre el margen izquierdo del río Dniester y la frontera ucraniana, vinculados a la nomenklatura soviética local, declararon su independencia de Moldavia.
El argumento esgrimido era la eventual reunificación con Rumanía de esta república –reivindicada por el Frente Popular de Moldavia– para revertir los efectos del Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 sobre Besarabia y su integración y diferenciación etno-linguística en el seno de la URSS. Un movimiento similar se produjo, en paralelo, en los cinco distritos del sur de Moldavia, de mayoría étnica gagauze.
El conflicto bélico de 1992 y su congelación posterior
Entre los meses de marzo y julio de 1992 se produjo la fase bélica del enfrentamiento entre las autoridades moldavas y las transnistrias, apoyadas por el XIV Ejército ruso, establecido en la región a pesar de la independencia de Moldavia.
Desde el Acuerdo de Estambul del 21 de julio 1992 que puso fin a la fase militar, Transnistria se transformó en un conflicto congelado y en un Estado de facto.
Toda una sucesión de formatos para intentar la resolución político-diplomática del mismo han fracasado, fundamentalmente por el obstruccionismo de Rusia, que está interesada en mantener el actual statu quo geopolíticamente favorable a sus intereses.
La conversión del contingente militar ruso en fuerzas de mantenimiento de paz en el enclave pretendió buscar una cobertura legal a una presencia que viola el principio de no injerencia y la soberanía e integridad territorial de un Estado independiente como Moldavia.
Sin embargo, Rusia no reconoció la independencia declarada en 2006 por las autoridades secesionistas, tras la celebración de un referéndum ilegal en el que mayoritariamente se aprobó la misma (97 %).
Hasta este momento Moscú ha sido más partidario de una solución confederal, como la recogida en el Memorándum Kozak (propuesto en el año 2003, no aceptada por las autoridades de Chisinau por el derecho de veto que otorgaba a Transnistria en la adopción de decisiones esenciales del Estado moldavo.
La crisis ucraniana de 2014
La parálisis durante años del formato negociador 5+2 (Rusia, Moldavia, Transnistria, Ucrania, OSCE, con la UE y Estados Unidos como observadores) coincidió con la salida del poder de los comunistas moldavos y la formación de gobiernos de corte prooccidental (UE y OTAN), aunque Moldavia es un Estado neutralizado (art. 11, Constitución de 1994).
Las consecuencias del Euromaidán en Ucrania, con la anexión de Crimea por parte de Rusia y su intervencionismo militar en los distritos orientales del Donbás –mantenido desde entonces con más de 11 000 víctimas mortales hasta 2021– propició el Acuerdo de Asociación de Moldavia con la UE y el consiguiente deterioro de las relaciones con Rusia y, en paralelo, con Transnistria.
Además de la colaboración con Ucrania en el control de fronteras, que mediante la asistencia de la Misión EUBAM de la UE se intensificó de forma muy notable.
Rusia Nueva: ¿un proyecto geopolítico tangible?
Durante el año 2014 adquirió cierta notoriedad este proyecto, Novoróssiya (Rusia Nueva), elaborado por parte de la cúpula militar rusa con algunos representantes del ultranacionalismo neoimperialista más próximo al Kremlin.
El independentismo en Donetsk y Lugansk fue impulsado por Putin, quien explicó en abril de 2014 que estas regiones –con Crimea y Odesa incluidas– habían pertenecido desde el siglo XVIII al imperio zarista. Sin embargo, con la firma de los Acuerdos de Minsk I y II en 2014 y 2015, la recreación de Novoróssiya acabó por diluirse.
¿Qué ha cambiado?
En el marco de la agresión armada en curso contra Ucrania desde el 24 de febrero, la concentración de las operaciones militares rusas en los distritos orientales y en el sur de Ucrania permitirían controlar todo el sur de la república –con Crimea ya en su poder–, el acceso desde el mar de Azov y el mar Negro hacia el Mediterráneo, y cortocircuitar esta salida a Ucrania si el diseño de la intervención de Moscú se extendiese hasta Odesa y, en último término, conectase territorialmente con Transnistria.
Además de la importancia geoestratégica del proyecto, que sometería a Ucrania y a Moldavia de forma definitiva ante sus potenciales pretensiones de ingreso en la OTAN y la UE, recrearía el imaginario imperialista ruso con el control del núcleo eslavo fundacional (Rusia, Ucrania y Bielorrusia) y reforzaría sus fronteras occidentales convirtiendo toda la franja territorial en una suerte de buffer de seguridad.
Opciones y viabilidad del proyecto
La conversión de Transnistria en una segunda versión de Crimea es factible.
Un eventual reconocimiento internacional de su independencia por parte de Moscú uniría al enclave separatista a otros casos en el antiguo espacio soviético, como Osetia del sur o Abjasia en Georgia y la mencionada Crimea y los distritos de Donetsk y Lugansk en el Donbás, situados al margen de los parámetros legales en el ordenamiento jurídico internacional.
Sin embargo, la conversión en un Estado de iure de Transnistria no aportaría beneficios adicionales a Rusia con respecto a la situación mantenida durante tres décadas, aunque sí tendría importantes costes.
La posibilidad de realizar un ataque desde Transnistria hacia Ucrania por parte de los contingentes rusos y transnistrios resulta improbable, ya que hablamos de unos 6 000 efectivos humanos en total y de armamento que, en muchos casos, es del periodo soviético.
No obstante, las operaciones de falsa bandera que pudieran estar detrás de los recientes atentados cometidos en Maiak o Parcani podrían precipitar el plan que el Kremlin haya podido diseñar para este enclave.
La extrema dependencia energética de Moldavia del gas natural y del petróleo rusos no permite pensar en ningún tipo de acción de agitación militar en Transnistria por parte de la presidenta Maia Sandu. Además, la zona se encuentra en un contexto muy complejo por la recepción de un importante contingente de refugiados ucranianos.
La opción de tomar militarmente Odesa es muy arriesgada, pero sería la única posibilidad de conectar territorialmente las posiciones rusas con Transnistria y rodear todas las fronteras con posiciones militares rusas (incluida Bielorrusia).
Si algo nos muestran los más de dos meses de agresión bélica a Ucrania es que debemos estar preparados para lo imprevisible, como sería recrear el proyecto de la Rusia Nueva por parte de Putin.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG