SÍDNEY / KUALA LUMPUR – El espectro de la estanflación amenaza al mundo una vez más. Esta vez, el riesgo es consecuencia directa de las provocaciones políticas y de la guerra, y no simplemente de las inexorables fuerzas económicas.
¿Estanflación?
Estanflación es una palabra compuesta que implica inflación con estancamiento. El estancamiento se refiere a un crecimiento débil, casi nulo, que inevitablemente agrava el desempleo. La inflación se refiere al aumento de los precios, no a los precios altos, como se suele decir.
El término estanflación fue supuestamente utilizado por primera vez en 1965 por Iain Macleod, entonces portavoz económico del Partido Conservador del Reino Unido. Más tarde, en 1970, se convirtió en canciller del Tesoro, o ministro de finanzas, pero solo durante poco más de un mes, el ejercicio más efímero de los tiempos modernos británicos.
En 1965, declaró ante el parlamento del Reino Unido que, en medio de un «rápido aumento» de los ingresos y un «completo estancamiento» de la producción, «ahora tenemos lo peor de ambos mundos. Tenemos una especie de situación de estanflación».
El término se puso de moda en la década de los 70 del siglo pasado, cuando la alta inflación y el desempleo pusieron fin a una era económica apodada la «Edad de Oro del capitalismo», que describía el auge posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Normalmente, en una recesión, el índice de inflación, es decir, la tasa general de aumento de los precios, desciende. Al aumentar el desempleo, los salarios se ven presionados, los consumidores y las empresas gastan menos, lo cual reduce la demanda de bienes y servicios, frenando la subida de precios.
Del mismo modo, cuando la economía está en auge, el mercado de trabajo se presiona, empujando los salarios al alza, lo que a su vez se transmite a los consumidores a través del in incremento de los precios. Así, la inflación aumenta y el desempleo disminuye durante el auge.
Sin embargo, la estanflación plantea un dilema a los bancos centrales. Normalmente, cuando las economías se estancan, los bancos centrales intentan estimular el crecimiento recortando los tipos de interés, fomentando más créditos y, por tanto, el gasto.
Pero eso también podría alimentar nuevas subidas de precios y una mayor inflación. Por otro lado, si suben los tipos de interés para frenar la inflación, el crecimiento puede ralentizarse aún más, empeorando el desempleo.
La estanflación de los 70
El crecimiento del comercio mundial tras la Segunda Guerra Mundial aumentó la demanda del dólar estadounidense, la moneda mundial de facto en virtud del acuerdo monetario internacional de Bretton Woods (BW) de 1944.
Estados Unidos financió gran parte de la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra Mundial para ampliar su esfera de influencia en el «mundo libre» cuando comenzó la Guerra Fría entre las dos potencias del entonces mundo bipolar: Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.
Tras la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra Mundial, la demanda del dólar se satisfizo con un aumento de las importaciones estadounidenses pagadas con el billete verde. A medida que los bancos centrales extranjeros acumulaban cada vez más reservas en dólares, los flujos se invirtieron en la década de los 60, con recursos netos fluyendo hacia Estados Unidos en lugar de salir de ese país.
Durante aquella década, el crecimiento económico de Estados Unidos se sustentó cada vez más en el gasto militar y social del gobierno.
El gasto aumentó tanto en el sector de defensa, especialmente durante los años más virulentos de la guerra de Vietnam (1955-1975), como en programas sociales, por ejemplo, la «guerra contra la pobreza» y la «Gran Sociedad» del presidente Lyndon B. Johnson (1963-1969).
Como Johnson era reacio a reconocer los crecientes costes de la guerra de Vietnam, era difícil aumentar los impuestos para pagar su gasto en «espadas y arados». En lugar de ello, el gasto se financió con deuda pública, procedente de la venta de bonos del Tesoro estadounidense. Así, el mundo financió el gasto del gobierno estadounidense, incluida la guerra.
En enero de 1967, Johnson se vio presionado para recortar el creciente déficit presupuestario. Pero el legislativo Congreso estadounidense tardó un año y medio en aprobar su nuevo presupuesto con subidas de impuestos. Cuando finalmente se aprobó, a mediados de 1968, la deuda federal de Estados Unidos había trepado aún más, ya que el gasto en «armas y mantequilla» no disminuyó.
La política monetaria de Estados Unidos fue obligatoriamente expansiva. Como era de esperar, la inflación se disparó de un índice de 1,1 % durante 1960-1964 a 4,3 % en 1965-1970. El aumento de la inflación también erosionó la competitividad de Estados Unidos, empeorando aún más el déficit en su balanza de pagos.
La inflación también socavó la capacidad de Estados Unidos para cumplir con su compromiso dentro de los acuerdos de Bretton Woods (BW, 1944) de mantener la plena convertibilidad en oro a 35 dólares por onza. Esta obligación no pasó desapercibida para los gobiernos extranjeros y los especuladores de divisas.
A medida que la inflación aumentaba a finales de los 60, los dólares estadounidenses se convertían cada vez más en oro. En agosto de 1971, el sucesor de Johnson, Richard Nixon (1969-1974), puso fin al intercambio de dólares por oro por parte de los bancos centrales extranjeros, violando de hecho su compromiso de BW.
Poco después fracasó un último intento de salvar el sistema monetario internacional mediante el efímero Acuerdo Smithsoniano, de fines de 1971, mediante el que las grandes economías agrupadas en la Organización de Cooperación Desarrollo Económicos (OCDE) convinieron en suspender el sistema de cambios fijos de BW.
En 1973, los acuerdos monetarios internacionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial habían terminado.
Interrupciones en suministro de productos básicos
Los países exportadores de petróleo, los europeos y otras naciones que tenían reservas en dólares se encontraron de repente con que sus activos valían mucho menos. Entonces, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), liderada por productores de Medio Oriente y Venezuela, reaccionó abandonando el mantenimiento de bajos los precios del crudo.
En octubre de 1973, la OPEP, en una medida impulsada por el rey Faisal de Arabia Saudí, el mayor exportador mundial de crudo, decidió el embargo del petróleo a los países que habían apoyado a Israel en la guerra de Yom Kipur
En lo que se llamó el primer shock de los precios petroleros o la primera gran crisis del petróleo, el crudo casi cuadruplicó el valor, pasando de tres dólares a casi 12 dólares por barril (de 159 litros) cuando el embargo terminó en marzo de 1974.
Esta fuerte subida del precio del petróleo fue paralela a las grandes subidas de los precios de otros productos básicos durante el bienio 1973-1974.
Además del petróleo, los precios de otros productos básicos se duplicaron con creces entre mediados de 1972 y mediados de 1974. Mientras tanto, los precios de algunos productos básicos, como el azúcar y la urea, se multiplicaron por más de cinco.
Las perturbaciones de la oferta y el aumento de los precios de los productos básicos incrementaron los costes de producción, los precios al consumo y el desempleo.
El aumento de los precios al consumidor encadenó la demanda de mayores salarios, estos a su vez aumentaron los precios al consumidor. Así, la espiral salarios-precios aceleró el aumento de los precios y la inflación.
La revolución iraní de 1979 provocó una segunda crisis de los precios del petróleo. La «gran inflación» resultante hizo que los precios en Estados Unidos subieran más de 14 % en 1980.
En el Reino Unido, considerado entonces como el «enfermo de Europa», la inflación alcanzó una media de 12 % anual entre 1973 y 1975, con un máximo de 24 % en 1975, mientras que la inflación en Alemania Occidental y Suiza superaba 5 %.
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En la década de los 60, el desempleo en los siete principales países industriales –Alemania Occidental, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido- rara vez superaba una tasa de 3,25 %. Pero en la década siguiente, la tasa de desempleo nunca bajó de esa cifra.
A mediados de 1982, subió a 8 %, exacerbado por las subidas de los tipos de interés, aparentemente para luchar contra la inflación.
La desaceleración del crecimiento en la década de los 70, con el aumento del desempleo y la inflación, sorprendió a muchos economistas. El pensamiento económico de entonces suponía que la inflación y el desempleo eran fenómenos alternativos.
La curva de Phillips, un principio de teoría macroeconómica dominante entonces, implicaba que un bajo nivel de desempleo se producía a costa de una mayor inflación, y a la inversa. Esta caricatura cruda y estática de la economía keynesiana permitió un gran asalto a su influencia. El asalto a la economía desarrollista fue un daño colateral en esta «contrarrevolución».
La paz es nuestra mejor opción
En octubre de 2021, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo, la Reserva Federal de Estados Unidos y otras instituciones similares creían que los factores que impulsaban la inflación eran transitorios y parte de la recuperación poscovid. Ninguna de estas autoridades veía una necesidad urgente de subir los tipos de interés.
Pero en el último mes, la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia han hecho subir los precios de productos básicos como el trigo y el petróleo. Esto agravará el aumento de la inflación en gran parte del mundo desarrollado.
La amenaza de la estanflación es sin duda más real ahora que hace seis meses.
En octubre de 2021, las búsquedas del vocablo estanflación en Google alcanzaron su nivel más alto desde 2008. La mención de la estanflación en las noticias en línea aumentó a más de 4000 semanales a mediados de este mes de marzo, frente a poco más de 200 a principios de año.
Esta vez, la estanflación es la consecuencia directa de las decisiones políticas, especialmente de la guerra en Ucrania, y no de las tendencias económicas inevitables.
Los países del Sur en desarrollo están aprendiendo rápidamente cuál es su verdadera posición en este mundo desigual de guerras interminables, por ejemplo, por el tratamiento europeo de los refugiados ucranianos.
Por tanto, la paz es un imperativo. La alternativa es la barbarie de un conflicto entre grandes potencias en el que la mayoría de nosotros no tenemos intereses creados.
En cambio, nuestra esperanza compartida reside en garantizar la paz, para centrarnos en los retos comunes a los que se enfrenta la humanidad.
T: MF / ED: EG