MADRID – La primera víctima de la guerra es la verdad. Ya en las jornadas previas a la invasión rusa de Ucrania, los gobiernos se lanzaban acusaciones cruzadas de estar esparciendo desinformación.
En oposición a un enemigo embaucador, ambos bandos se presentan como paladines de la verdad, cuya defensa justifica la censura. Si bien acusar al contrincante de mentiroso (además de muchos otros descalificativos más deshumanizantes) no tiene nada de novedoso, sí lo es el término “desinformar” y la tecnología de comunicación usada.
Este no es el primer conflicto a gran escala donde las redes sociales juegan un papel importante, pero sí que es la primera guerra donde las dos partes tienen una presencia en internet tan fuerte que podríamos considerar equiparables. Esto ha supuesto que, mucho antes de que las primeras tropas rusas cruzaran la frontera, se desarrollara una sucia batalla informativa para disputar, a nivel nacional e internacional, el relato de qué está pasando en Ucrania y por qué.
¿Desinformación o propaganda?
Empecemos definiendo los conceptos de desinformación y propaganda:
El mucho más antiguo concepto de “propaganda” se ha usado para marcar información sesgada o engañosa destinada a influir y persuadir al receptor con fines partidistas.
El término “desinformación”, por su parte, se refiere a mensajes esencialmente falsos, diseñados para engañar, asustar y manipular con una apariencia de verosimilitud y plausibilidad ante un receptor confundido y asustado.
La maquinaria digital de desinformación emplea inteligencia humana y artificial (bots) de forma manipuladora para promover intereses económicos, políticos o ideológicos, o simplemente para desestabilizar el sistema democrático.
Entre ambos términos se dan entonces algunas diferencias y, por supuesto, un cierto solapamiento: el discurso sobre las armas de destrucción masiva de Irak era desinformación y propaganda.
Lo novedoso, pues, reside en las nuevas formas de difusión de desinformación mediante plataformas digitales, que han renovado el significado y pertinencia de un término cuyos orígenes preceden a la informática.
Una nueva arena de combate
Sabemos que internet lo ha cambiado todo, incluyendo la guerra. Además de generar un nuevo campo de combate donde se pelea con ciberataques, también se ha transformado la manera de luchar en los ya existentes.
Son medios no convencionales, pero decisivos en las guerras híbridas que hoy proliferan.
También la esfera pública ha cambiado radicalmente debido a las redes sociales, creando una nueva dimensión que a su vez interactúa con las más tradicionales. A diferencia de la guerra de Irak, ya no basta con la coordinación entre políticos y prensa para convencer a la mayoría. Se requiere el desarrollo de nuevas estrategias de desinformación que tomen en consideración las redes y ejercitar tácticas para operar en ellas.
Algo que la pandemia ha hecho patente es que, cuanto mayor es el impacto de una crisis social y más incertidumbre genera, mayor se vuelve nuestra necesidad de respuestas. En tales circunstancias, las redes se convierten en un campo de cultivo perfecto para la desinformación.
La guerra cumple con creces este requisito y añade otros factores, como la exacerbación del antagonismo y las narrativas de blanco y negro que afinan aún más el común sesgo de confirmación.
A la vez, los medios se lanzan a suplir esta demanda de información con mensajes centrados en lo emocional. Priorizando la inmediatez y la vistosidad, buscan contenidos excitantes y los encuentran con facilidad en unas redes donde multitud de bulos se generan y prosperan a velocidad vertiginosa. Si los medios los recogen y publican, multiplican su visibilidad y presunción de veracidad.
Desinformación y deshumanización
En tiempos de guerra los Estados se juegan la supervivencia y se vuelven más dispuestos a tomar medidas extremadamente contundentes y arriesgadas. Esto incluye desde esparcir desinformación a censurar posiciones críticas. Pero al igual que en la paz, en la guerra los bulos pueden gestarse tanto desde arriba como desde abajo.
Muchos individuos generan bulos por motivos narcisistas, ideológicos o económicos. Pero todos tratan de conseguir atención, que es la principal moneda en las redes sociales.
Esta, a su vez, puede convertirse en dinero real. Un ejemplo inmediato son los directos de Tik-Tok donde se simula estar bajo un bombardeo ruso mientras se piden donaciones.
Sea cual sea su origen, la desinformación puede ser instrumentalizada políticamente para influir en la opinión pública y legitimar las medidas que se tomen. Como siempre, los ciudadanos de los países en guerra son los más vulnerables.
Sin embargo, la mentira tiene ciertos límites. Si un bulo bélico hace referencia a un lugar concreto, se ha observado que la proximidad al incidente reduce la probabilidad de creerlo. De esta manera, el ciudadano de un país en guerra que vive lejos del frente (o de donde se emplace el bulo) es el más susceptible a creerlo.
Los efectos de los bulos que deshumanizan al enemigo relatando atrocidades son especialmente nocivos en una guerra. Por un lado, pueden alentar y legitimar actos de violencia indiscriminada, recrudeciendo la guerra y extendiendo la violencia a otros países y hacia el futuro. Por otro lado, al enfurecer a la opinión pública, entorpecen las vías diplomáticas que permitirían cesar el derramamiento de sangre.
Usos estratégicos de la censura
En sintonía con el espíritu del retorno al hard power reivindicado por el Alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Josep Borrell, la Unión Europa ha bloqueado en múltiples niveles y plataformas los medios de comunicación propiedad del gobierno ruso Sputnik y Russia Today.
Como multitud de estudios demuestran, estos dos canales llevan años siendo una herramienta de desinformación a discreción del Kremlin. Pero al ser una censura tan parcial y específica, queda claro que no es una medida reflexionada, auditada y coordinada con un plan general de lucha contra la desinformación.
A su vez, Putin ha bloqueado prensa extranjera y nacional además de Twitter y Facebook mediante legislación que puede llegar a castigar con largas penas de cárcel lo que el gobierno etiquete como desinformación.
La invasión de Rusia a Ucrania es una emergencia ante la que se requiere tomar medidas drásticas. Pero es importante resaltar el peligro que la censura supone para la libertad de expresión y advertir de la facilidad con la que el término “desinformación” se puede usar para legitimar la supresión de disidencia de forma similar a lo que ha ocurrido con “terrorismo”.
La desinformación masiva en sus diversas manifestaciones, como medio publicitario, como herramienta política, y ahora también como arma de guerra y propaganda, hace peligrar libertades fundamentales de las que no queremos ni podemos prescindir.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG