KUALA LUMPUR – Son muchos los factores que frustran la cooperación internacional necesaria para abordar la cercana catástrofe del calentamiento global. Como la mayoría de las naciones ricas han abdicado en gran medida de su responsabilidad, los países en desarrollo deben pensar y actuar de manera innovadora y cooperativa para avanzar en el Sur.
Acción climática
El mundo está lamentablemente alejado del alcance del consenso internacional de que es necesario mantener el aumento de la temperatura global para finales del siglo XXI en no más de 1,5 C (grados celsius) por encima de los niveles preindustriales de hace dos siglos.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) advierte que es probable que las temperaturas superen entonces los 2,2 C. Muchos científicos del clima temen que muchas interacciones subyacentes y efectos de retroalimentación sean todavía poco conocidos o mal comprendidos. De ahí que no se hayan tenido suficientemente en cuenta en las proyecciones actuales.
Aunque la amenaza del calentamiento global se reconoció científicamente hace casi medio siglo, desde entonces se ha dado mucho la lata. En contra de la creencia generalizada, los países industrializados, que son los primeros y mayores emisores de gases de efecto invernadero, han frenado las respuestas más adecuadas a la amenaza climática.
Aunque la Cumbre de la Tierra de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), celebrada en 1992 en Río de Janeiro, aseguró el compromiso de la comunidad internacional con el desarrollo sostenible, el progreso real desde entonces ha sido modesto en el mejor de los casos. El debilitamiento del multilateralismo, especialmente desde el final de la Guerra Fría, no ha ayudado precisamente.
Al acabar el vigor del Protocolo de Kioto, Estados Unidos ha socavado el sistema de la ONU y otras iniciativas multilaterales que no le interesan desde el final de la Guerra Fría.
En consecuencia, la mayoría de las demás naciones ricas firmantes ni siquiera han intentado cumplir las obligaciones del Protocolo de Kioto que habían suscrito, el predecesor del Acuerdo de París aprobado en 2015.
No es de extrañar que el entonces vicepresidente Al Gore, que presidió la votación del Senado estadounidense por 95-0 contra el Protocolo de Kioto, no hiciera hincapié en el cambio climático en su campaña presidencial de 2000. Su defensa pública contra el calentamiento global solo comenzó después de que sus ambiciones políticas terminaran con su controvertida derrota ante George W. Bush.
Del mismo modo, el presidente Barak Obama Obama hizo poco contra el calentamiento global durante su primer mandato presidencial, por ejemplo, en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) de 2009 en Copenhague, antes de que Estados Unidos diera forma activamente al Acuerdo de París.
Pero, a diferencia de Kioto, el Acuerdo de París es voluntario, es decir, no es vinculante. No obstante, la acción climática recibió un nuevo golpe cuando el presidente Donald Trump retiró del mismo a Estados Unidos a principios de 2017. El presidente Joe Biden recuperó la adhesión al tratado al comenzar su mandato hace un año.
Financiación del clima
Para inducir a los países en desarrollo a aceptar nuevas obligaciones vinculantes en la Conferencia de Copenhague de 2009, el presidente de la Comisión Europea, el presidente francés Nicolas Sarkozy y el primer ministro del Reino Unido Gordon Brown prometieron 100 000 millones de dólares anuales de financiación para el clima, lo que dista mucho de ser suficiente, pero sigue siendo un buen comienzo.
Sin embargo, ni siquiera la mitad de este compromiso, groseramente inadecuado y originalmente europeo, se ha cumplido realmente. Otros países ricos han dado en general incluso menos que los europeos. Todo esto está muy por debajo de lo que los países en desarrollo necesitan para hacer frente a la situación, lo que se ve agravado por la exigencia de más ayuda a las ventas de exportación de los países donantes.
Desde entonces, la mayor parte de la financiación climática en condiciones favorables se ha destinado a la mitigación del cambio climático, y mucho menos a la adaptación. Y lo que es peor, casi nada se ha destinado a ayudar a las víctimas del calentamiento global, que suelen pertenecer a la población empobrecida, por sus pérdidas y daños acumulados.
El 13 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) busca combatir el cambio climático y sus impactos. Mientras tanto, el actual calentamiento global sigue agravando los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero acumuladas por los países industrializados.
En diciembre de 2015, la 21 Conferencia de las Partes (COP21) de la CMNUCC llegó en París a un acuerdo sobre una serie de promesas voluntarias. Sin embargo, los científicos del clima coinciden en que ni el Protocolo de Kioto, de carácter vinculante, ni el Acuerdo de París, de carácter voluntario, pueden mantener el calentamiento global para finales de siglo por debajo de 1,5 C.
Los daños económicos sufridos por los países en desarrollo a causa del calentamiento global se evalúan actualmente en más del doble de los impactos adversos mejor documentados en las naciones ricas. Pero sus víctimas reciben poca ayuda para adaptarse a las desalentadoras consecuencias del cambio climático, y mucho menos para compensar las pérdidas y daños irreversibles.
Mientras tanto, la aparente contabilidad de la financiación del clima implica una considerable contabilidad creativa. Así, estos recursos se han exagerado de diversas maneras, por ejemplo, citando cifras de financiación combinada y otros mecanismos dudosos.
Así, se ha abusado de la ayuda oficial al desarrollo o de los fondos de ayuda para subvencionar asociaciones público-privadas con fines de lucro, por ejemplo, al desprenderse de las inversiones privadas con fines de lucro que se presentan al público como respetuosas con el clima.
Justicia climática
Más recientemente, se está exigiendo cada vez más justicia climática, especialmente a las naciones occidentales, en lugar de una mera acción climática. Aunque el enfoque de la acción climática pretende tratar a todos los países por igual, al ignorar las desigualdades y disparidades existentes, la acción climática inevitablemente las profundiza.
Invocar la justicia implica que se necesitan acciones equitativas para corregir las implicaciones desiguales de las acciones climáticas, por ejemplo, reducir la generación y el uso de energía para los pobres y los ricos, tanto para las personas como para los países.
De hecho, si no se aborda la necesidad de un desarrollo sostenible equitativo, la acción climática suele empeorar las desigualdades.
De ahí que, aunque pretendan ofrecer soluciones aparentemente justas, algunas medidas de acción climática, por ejemplo, el simple aumento de los precios del carbono y, por tanto, de los costes del combustible para todos, tendrán un impacto injusto. Por el contrario, las medidas de justicia climática deben abordar de forma equitativa el calentamiento global y otros retos del cambio climático.
Desde la perspectiva del desarrollo sostenible, el reto es abordar el cambio climático al tiempo que se mejora el nivel de vida de forma equitativa, especialmente para los más desfavorecidos. Esto requiere la generación y el uso generalizado de energías renovables asequibles en lugar de utilizar combustibles fósiles para frenar el calentamiento global.
Pero los mercados no van a hacerlo por sí solos. De ahí que se necesiten medios novedosos, incluso híbridos, y una transferencia mucho más asequible de las tecnologías pertinentes para promover rápidamente el uso de energías renovables y la adaptación ecológica al calentamiento global sin afectar negativamente a los más desfavorecidos.
T: MF / ED: EG