BULAWAYO, Zimbabwe – Thandiwe Mtshali, de 36 años, vio con impotencia cómo su empresa informal de comercio transfronterizo dejo de operar cuando las autoridades de Zimbabwe cerraron la frontera con Sudáfrica, como parte de los esfuerzos para contener la propagación de la covid-19.
“Eso fue el año pasado, y no tenía ni idea de qué hacer después de eso”, dijo esta comerciante a IPS, cuyo nombre está alterado a su pedido por protección.
Antes del cierre, realizaba hasta cuatro viajes al mes a Musina y Johannesburgo, en la vecina Sudáfrica, para comprar productos que iban desde ropa hasta electrodomésticos y revenderlos después en Bulawayo, la segunda ciudad de Zimbabwe.
Y según Mtshali, el dinero que ganaba era bueno. “Podía alquilar una casa entera en los suburbios, y mis planes a largo plazo siempre han sido construir mi propia vivienda”, dijo.
Tras meses de inactividad en Bulawayo, una colega le informó de lo que parecía ser una vía fácil para salir de sus problemas económicos: a los camioneros no se les había prohibido transportar mercancías entre Sudáfrica y Zimbabwe.
El hecho de que los camioneros se quedaran atascados en el puesto fronterizo de Beitbridge durante semanas esperando a que las autoridades portuarias procesaran sus envíos, supuso una nueva aventura para los comerciantes transfronterizos informales como Mtshali: el trabajo sexual.
En la actualidad, Mtshali, que tiene dos hijos pequeños en Bulawayo, alquila una pequeña choza en esa ciudad fronteriza donde entretiene a camioneros y otros hombres dispuestos a pagar por sexo.
El trabajo sexual comercial es ilegal en Zimbabwe, pero la pandemia de covid ha convertido el sector en una necesidad para muchas mujeres que fueron despedidas de sus trabajos por el cierre de actividades impuestas por el gobierno para atajar los contagios del coronavirus.
“No quiero hacer esto, pero es mejor que sentarse y esperar”, dijo Mtshali.
Explicó que “mis hijos están con mi madre, y lo único que saben es que estoy trabajando en Beitbridge. Mientras les envíe dinero y alimentos, no necesitan saber nada más”.
Los residentes locales, sin embargo, se quejan de que, a pesar de las restricciones de movilidad, que prohíben los viajes entre las diferentes ciudades, parece haber una afluencia de trabajadoras del sexo a la ciudad fronteriza, cada una buscando ganarse la vida.
“Siempre hemos tenido un problema aquí con las trabajadoras del sexo, jóvenes y mayores compitiendo por los clientes. Pero ahora vemos aún más tras el cierre de las fronteras”, dijo Dumisani Tlou, un taxiste residente en la localidad.
Se lamentó de que “todos saben que pueden alquilar cualquier cuarto trasero disponible a las mujeres que entretienen a los camioneros y a otros traficantes ilegales, pero nadie parece hacer nada al respecto”.
Aunque las autoridades zimbabuenses se han esforzado por ofrecer aportes de emergencia a los comerciantes informales, esto ha sido criticado por ser demasiado poco para mejorar la vida de millones de personas al margen de la actividad económica oficial.
Muchos más, como Mtshali, se han quedado sin recibir las ayudas porque no están registrados en ninguna asociación de comerciantes informales.
“Es necesario estudiar la posibilidad de conceder exenciones especiales que permitan a los comerciantes transfronterizos importar mercancías durante el bloqueo y el cierre de las fronteras”, afirmó a IPS Fadzai Nyamande-Pangeti, portavoz de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Zimbabwe.
A su juicio, “también es importante que las mujeres comerciantes transfronterizas formalicen sus negocios, para que sea menos probable que se vean afectadas por las crisis causadas por la pandemia”.
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La realidad es que el trabajo sexual en la localidad fronteriza zimbabuense conlleva muchos peligros, incluidos los de salud.
Aunque las fronteras se cerraron dentro de las medidas de seguridad de la salud pública, esto ha expuesto a las trabajadoras del sexo a la preocupación por el VIH/sida.
“Estas mujeres no tienen protección social, ni seguro, ni ninguna otra medida de mitigación que las proteja en tiempos de desastres como la actual pandemia, dijo a IPS Mary Mulenga, representante de la Asociación de Comerciantes Transfronterizos de África Austral.
En una presentación al relator especial de las Naciones Unidas sobre la Salud a fines de septiembre, la Red Mundial de Proyectos de Trabajo Sexual (GNSWP, en inglés), que reúne a organizaciones dirigidas por trabajadoras y trabajadores del sexo en 96, afirma que, durante la pandemia, se ha producido un descenso mundial en la disponibilidad de los servicios de tratamiento del VIH debido a la prioridad de tratar y detener la propagación de la covid.
“Como resultado, los profesionales del sexo que viven con el VIH han experimentado dificultades aún mayores para acceder a los tratamientos contra el VIH, lo que pone en peligro su salud y su capacidad de trabajo”, afirma GNSWP en su informe a la ONU.
Los camioneros han sido identificados durante años como un grupo de alto riesgo para el VIH/sida en el sur de África, lo que ha suscitado la preocupación de los activistas, como el GNSWP, de que, mientras se destinan recursos a la lucha contra la propagación de la covid, se deja de lado tanto a los veteranos y nuevos participantes en el comercio sexual, como Mtshali.
Según la OIM, el comercio transfronterizo informal representa hasta 40 % del comercio del sur de África, estimado en 17 000 millones de dólares anuales. Sin embargo, el cierre de las fronteras por la covid alteró drásticamente esa situación.
En los últimos meses, la esposa del presidente de Zimbabwe, Auxillia Mnangagwa, ha puesto en marcha proyectos de autosuficiencia en todo el país para las trabajadoras del sexo. Sin embargo, el sector sigue acogiendo a nuevos participantes como Mtshali, por lo que podría ser una carrera de obstáculos, ya que los expertos en salud no ven un final rápido para la pandemia, en especial en África.
T: MF / ED: EG