NUEVA ORLEANS, Estados Unidos – El sistema alimentario mundial necesita una revisión masiva, era algo que estaba claro antes de la pandemia de covid y es aún más evidente ahora.
Alimentar al mundo de forma sostenible y saludable es totalmente posible, pero también está inextricablemente ligado a la lucha contra la crisis climática, alcanzando las emisiones netas cero, y a frenar el vertiginoso declive de la biodiversidad que actualmente amenaza la supervivencia de un millón de especies vegetales y animales.
Y sin embargo, casi dos años después del comienzo de la pandemia, actuamos colectivamente como si desconociéramos las lecciones aprendidas o, en el peor de los casos, les damos la espalda. No podemos fingir que es posible volver a la normalidad. Esa “normalidad” al menos para los más acomodados, era la que tapaba las grietas de la realidad.
Esa realidad, agravada por los impactos de la covid-19, se está ante una inminente emergencia alimentaria mundial, desencadenada por una combinación de extremos climáticos, choques económicos de aumento de los precios de los alimentos y desempleo, así como prolongados conflictos armados.
La ONU advierte que este año 41 millones de personas en 43 países están en riesgo inminente de hambruna. Esta cifra es más desoladora aún si se compara con los 27 millones de 2019. Las condiciones de hambruna están empeorando en Etiopía, Madagascar, Sudán del Sur y Yemen.
Cada día mueren más personas de hambre en el mundo que de covid.
En cuanto al clima, las emisiones de gases de efecto invernadero están repuntando después de un paréntesis relativamente corto causado por la desaceleración económica, alcanzando nuevos máximos en 2021.
Por tanto, transformar nuestros sistemas alimentarios no consiste únicamente en alimentar a las personas.
La producción y el transporte de alimentos representan aproximadamente un tercio de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. La ganadería industrial y el aumento de los monocultivos con un uso excesivo de pesticidas y fertilizantes son los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) ha publicado recientemente su análisis condenatorio del sistema alimentario industrial, en el que los bajos costes de venta al público en los países desarrollados ocultan los enormes daños causados al medio ambiente, así como las epidemias de malnutrición y obesidad y el aumento de la transmisión de enfermedades entre animales y personas.
Tenemos que alimentar al mundo de forma equitativa y sostenible. La ciencia, la tecnología y los mecanismos de mercado más eficientes son sólo una parte de la solución.
El mayor reto consiste en abordar verdaderas reformas agrarias y de la tierra. A menudo son el sistema alimentario industrial y el sector empresarial los que tienen los derechos sobre el uso de la tierra, el agua, los cultivos, las plantas y las semillas, y no los que producen y consumen alimentos.
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Los pequeños agricultores, los pastores y los pueblos indígenas deben ser escuchados y respetados, y las injusticias del acaparamiento de tierras deben ser revertidas.
Los sistemas alimentarios verdaderamente regenerativos y restauradores no pueden dejar de lado a estas personas. Las mujeres, que producen muchos más alimentos de los que se reconocen, y los jóvenes que luchan por acceder a la tierra necesitan un empoderamiento político.
La pandemia que ha perturbado la producción mundial de alimentos ha afectado de forma desproporcionada a las mujeres agricultoras y productoras de alimentos que ya estaban excluidas de la plena participación en el desarrollo agrícola.
Las políticas alimentarias no deben ser ciegas a una mirada de género y las necesidades de las mujeres deben estar en primera línea de las respuestas a las catástrofes masivas. Imagínense los cambios que podrían producirse realmente si tuviéramos mujeres agricultoras dirigiendo municipios, ciudades e incluso países.
Incluso durante las profundidades de la pandemia, la amenaza para muchas personas de una mala nutrición y una alimentación inadecuada estaba causada por la pérdida de ingresos y medios de vida, no por la escasez de alimentos en sí.
Pero la inseguridad económica va de la mano de la crisis climática.
El mundo se enfrenta a opciones radicales. Esta década debe ser una de acción decisiva mientras nos esforzamos por cumplir el dos de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas para 2030, el de lograr el Hambre Cero.
Se necesitan nuevas alianzas poderosas y mundiales para evitar una mentalidad de silo que divide los problemas y las comunidades. Los gobiernos, las empresas, las instituciones y los ciudadanos tienen que unirse para restablecer los sistemas alimentarios.
Como miembros de la sociedad civil, tenemos la responsabilidad de trasladar los elementos positivos de la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas, celebrada de manera virtual el 23 de septiembre, en el marco de la semana de alto nivel de la 76 Asamblea General de las Naciones Unidas. Y compensar también sus deficiencias.
La cuestión de la alimentación debe abordarse en las negociaciones de la 26 Conferencia de las Partes (COP26) de las Naciones Unidas sobre el clima, que se celebrarán en la ciudad galesa de Glasgow del 31 de octubre al 12 de noviembre. Y lo mismo deberá suceder en la 15 Conferencia de las Partes (COP15) sobre la biodiversidad, que tendrá lugar en la ciudad china de Kunming el año que viene.
Estamos en la cúspide de una nueva era.
Las señales de alarma sobre el clima, la biodiversidad y las crisis alimentarias han sido señaladas repetida y claramente por los expertos. Si tenemos el valor individual y colectivo de actuar, nuestras respuestas decisivas a la pandemia pueden encaminarnos pronto hacia un sistema alimentario más sano, sostenible y justo.
T: MF / ED: EG