MÉXICO – El 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, actividad que estará cargada de folklor y buenos deseos de los gobernantes de las distintas naciones, sin embargo, en las comunidades indígenas de México campea el luto ante la caída de sus principales líderes comunitarios por la covid-19.
Ya hemos dicho que la pandemia de covid-19 desnudó las desigualdades sociales en México. Las afectaciones son desproporcionadas en las poblaciones indígenas que de por sí parecen la pobreza, enfermedades, discriminación, inestabilidad institucional e inseguridad económica. Desde esta perspectiva el contraste es aún más marcado en la zona donde no hay hospitales.
Así las cosas, desde que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas en diciembre de 1994, el acceso a la salud no mejoró, contrario a eso, la muerte materna en las comunidades indígenas, y ahora por la covid-19, es cada vez más visible.
En lo que va del año, en México se demostró que no hay instituciones de salud ni medios de transporte para trasladar a indígenas a hospitales más cercanos de sus comunidades para que reciban atención médica, ni siquiera los líderes indígenas más visibles de Guerrero, como: Gaudencio Mejía Morales, Roque Nava Calvario, Erasto Cano Olivera y Martha Sánchez Néstor accedieron a atención médica de primer nivel.
Ellos no se escaparon de la covid-19, como tampoco lo consiguieron los migrantes indígenas en las grandes urbes del mundo, porque el sistema de salud tiene color de piel.
En México, los gobiernos anteriores despilfarraron el presupuesto de salud, recortaron matrículas para las facultades de medicinas en las universidades públicas con el propósito de desgastar el sistema de salud pública, y así justificar la privatización. La consecuencia de esta magnífica idea es la muerte de miles de mexicanos.
La carencia de centros de salud en las poblaciones indígenas de los altos de Chiapas, la Montaña de Guerrero, la Sierra Tarahumara de Chihuahua, es la muestra de que en este país no hemos avanzado. Nuestro sistema de salud es bastante arcaico.
Veintisiete años después de la declaración del Día Internacional, los avances son mínimos. Si bien es cierto que se avanzó en la reforma política sobre poblaciones indígenas, no hay nada concreto ni instrumentos confiables para que estas normas se implementen, tampoco hay instituciones y órganos de procuración y administración de justicia incluyente. La barrera cultural y de justicia es inmensa.
Empujados por la migración, la exclusión, la violencia, la extrema pobreza, la falta de tierras, el empleo y la búsqueda de mejorar condiciones, hemos tenido la necesidad de salir y extendernos a muchas ciudades importantes del país, al mismo tiempo que internacionalizar nuestra lengua e identidad rebasando fronteras en Estados Unidos, Canadá y Alaska. No lo sé de cierto, pero dicen que hay mujeres de la lluvia perdidas en Groenlandia, trabajando en barcos pesqueros, para derribar el muro de la ignominia.
Desde fuera de nuestro territorio empezaremos a organizarnos para revisar las políticas públicas dirigidas a nuestras comunidades. Caminaremos al lado de las organizaciones sociales, campesinas, indígenas, académicos, intelectuales y periodistas para plantear al Estado mexicano que modifique sus políticas clasistas y racistas.
En memoria de los que se fueron, ahora más que nunca vamos a repetir en cada rincón la palabra que acuñó Gaudencio Mejía: “Nunca más un México sin nosotros”. Para que las lenguas indígenas ni los hablantes sean discriminados de manera oficial ni institucional.
Este artículo se publicó originalmente en Pie de Página, de la red mexicana de Periodistas de A Pie.
RV: EG