El papel de los volcanes en los cambios climáticos y las grandes extinciones

Este es un artículo de opinión de Esther Lasheras Adot, profesora de Geología y de Cristalografía y Mineralogía de la Facultad de Ciencias, en la española Universidad de Navarra.

Erupción del Eyjafjallajökull en 2010. Foto: Wikimedia Commons / Boaworm

PAMPLONA, España – Más allá del evidente riesgo para la población que supone una erupción volcánica, la salida del magma a la superficie terrestre tiene implicaciones en la biodiversidad que van mucho más allá del riesgo geológico en sí.

Pongamos un ejemplo reciente. Islandia es una zona en la corteza terrestre donde se da la salida continua de magma debido a la extraordinaria coincidencia de dos manifestaciones ígneas que han tenido lugar en esa zona del atlántico Norte.

Por un lado, la emisión de magma en la dorsal mesoatlántica, que separa las placas tectónicas de Norteamérica y Eurasia en unos 2 cm año. Por otro lado, la salida en el Cenozoico de una gran pluma mantélica, salida de material fundido desde el manto y que llega a la corteza terrestre.

Recordemos, la erupción hace ya 11 años de un impronunciable volcán en Islandia, el Eyjafjallajökull, que produjo una afección notable en el tráfico aéreo de toda Europa debida a la formación de nubes de cenizas y gases que se extendieron por el continente.

Aparte de las pérdidas económicas que el fenómeno supuso para el tráfico aéreo, el turismo, el comercio y la industria local, el depósito de las cenizas en tierra produjo la contaminación de los acuíferos (especialmente por flúor) y una rápida proliferación de plancton en el océano.

Vista panorámica de la erupción del volcán Eyjafjallajökul el 17 de abril de 2010. Foto: Wikimedia Commons / Boaworm

Sin embargo, pese a los tremendos efectos que causó, la erupción del Eyjafjallajökull puede considerarse, de hecho, pequeña en cuanto a volumen de magma si la comparamos con las ingentes salidas de este material que tuvieron lugar durante la formación de las denominadas grandes provincias ígneas (GPI).

Estas se formaron por la acumulación de rocas ígneas procedentes de inmensas plumas mantélicas que emiten una extraordinaria cantidad de magma a la superficie.

La autora, Esther Lasheras Adot

Generan así vastas extensiones donde los basaltos (magmas mantélicos muy básicos) se disponen formando grandes mesetas submarinas, cuando se emplazan en la corteza oceánica (meseta de las Kerguelen, Seychelles) o grandes mesetas en corteza continental, como en el caso de los basaltos del Decán (India), los traps o escaleras siberianas o los basaltos de plataforma en el río Columbia, en Estados Unidos.

Causa de grandes extinciones

Dado que ninguno de nuestros antecesores homínidos ha coexistido nunca con la salida de tan colosal cantidad de magma, no tenemos datos acerca de qué ocurriría con los humanos en esa situación. Sin embargo, es fácil vaticinar que sería algo catastrófico que dejaría el actual (y terrible) cambio climático que estamos sufriendo actualmente en un detalle casi anecdótico.

Como en muchas disciplinas en Geología, solo tenemos que mirar al pasado y ver qué ocurrió con otras especies cuando se produjeron las principales manifestaciones de estas grandes plumas mantélicas.

En este sentido, es conocida su correlación con las cinco grandes extinciones producidas a lo largo de la historia del planeta.

La razón es bastante evidente: una erupción de estas características provocaría cambios de tal magnitud en la atmósfera que no solo la oscurecería durante años sino que modificaría incluso su composición.

Además de los efectos dañinos causados por los gases emitidos (debido a la toxicidad directa de compuestos como SO₂ o incluso Hg), las cenizas expulsadas en la erupción producirían un enfriamiento global como consecuencia de la disminución en la radiación incidente.

A esto habría que sumar otros efectos como la destrucción de la capa de ozono (consecuencia de la emisión de compuestos halogenados) o la acidificación del medio como resultado de la emisión de compuestos sulfurados. Todo ello impediría el desarrollo de la vida de vegetal y conduciría a una pérdida masiva de especies.

La última gran extinción (la 5ª), producida hace 65 millones de años coincidiendo con el famoso límite Cretácico-Terciario, causó la desaparición de 75 % de las especies del planeta, entre ellas los dinosaurios.

La hipótesis más aceptada actualmente establece que esta extinción se produjo por el cambio en el clima producido por el impacto de un meteorito de grandes dimensiones en la zona de México.

Sin embargo, coincidiendo con ese momento, se produjo el emplazamiento de los basaltos del Decán en India.

Esto ha llevado a parte de la comunidad científica a postular que pudo ser el efecto combinado de ambos eventos catastróficos el que causó la desaparición de los dinosaurios.

Coladas de basalto superpuestas en el macizo basáltico del río Columbia, en Estados Unidos. Foto: Wikimedia Commons

¿Podría ocurrir de nuevo?

Nos podríamos preguntar si es posible actualmente una manifestación magmática de esas dimensiones. La respuesta es que no es posible saberlo.

Una de las mayores cámaras magmáticas que se encuentran subyaciendo la corteza terrestre es la de Yellowstone. Tiene, según el Servicio Geológico de Estados Unidos, un tamaño de 40 por 90 kilómetros.

Esta manifestación magmática parece ser heredera de la que dio lugar al emplazamiento de los basaltos del río Columbia, que ha ido migrando hacia esta zona debido al movimiento de las placas tectónicas. Pese a estar tan intensamente monitorizada, no se puede predecir su salida a gran escala a superficie.The Conversation

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

RV: EG

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe