Formar una orquesta, un coro y una escuela de música en Chile, o integrarse al fútbol profesional en Ecuador, son algunas de las experiencias que pueden mostrar mujeres venezolanas forzadas a migrar a países de la región y cuyas historias destaca la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur.
Para la maestra de música y directora de coro Ana Marvez, de 34 años, quien llegó a esta capital hace cinco, “uno de los aspectos más desgarradores de ser forzada a dejar el hogar es tener que renunciar a tu profesión”.
Tuvo más suerte que muchos de los 457 000 venezolanos refugiados y migrantes en Chile, que toman cualquier trabajo para salir adelante, porque a las pocas semanas de llegar obtuvo un puesto como secretaria –con salario mínimo- en una escuela de arte.
La mayoría de los músicos venezolanos que conocía en Chile “estaban trabajando en lo que podían, cajeros, cuidadores de niños, guardias de seguridad y porteros. Pero si tú no estás tocando constantemente pierdes tus habilidades y años de entrenamiento”.
Venezuela creó en 1976 un prestigioso programa de educación musical, con una red de orquestas juveniles e infantiles que formaron músicos profesionales, muchos de los cuales viven ahora en el extranjero y son parte de diáspora que el año pasado ya sumaba 5,4 millones de personas, según Acnur.
Poco después de que Ana empezara a trabajar, comenzó a recibir solicitudes de otros músicos venezolanos que buscaban trabajo desesperadamente. Un día, en un arrebato, se llevó a su casa la pila de 30 currículos, y empezó a llamar a quienes buscaban empleo en este país de 19 millones de habitantes.
“Les pregunté si querían reunirse conmigo los fines de semana y empezar una orquesta y dar clases de música”, dijo. Todas las personas que llamó se emocionaron con la idea del nuevo proyecto, reclutaron más amigos músicos, y así nació la Fundación Música para la Integración.
Ahora, 300 músicos, la mayoría de ellos refugiados y migrantes de Venezuela, Colombia, México, Perú, y también de Chile, participan en el proyecto, que incluye una orquesta sinfónica, un coro y varias clases de música para niñas y niños.
Aunque la mayoría trabaja de manera voluntaria y gratuita, la Fundación reparte los pagos que recibe de las clases, así como las ganancias de los más de 100 conciertos que han presentado en Chile para ayudar a complementar sus ingresos.
La pandemia covid-19 forzó a la Fundación a adaptarse a los cierres que implicaron cancelación de conciertos, ensayos presenciales y clases de música, ahora realizadas en forma virtual y con un horario reducido.
Ante la merma de ingresos, la Fundación ha recibido apoyo de Acnur y su directiva, compuesta solo de mujeres, reserva lo recaudado para ayudar a comprar alimentos a los músicos y que puedan remitir algún dinero sa sus familias en Venezuela.
Se mantiene en pie el proyecto de ayudar a organizar grupos musicales en otros grupos vulnerables, como personas con discapacidad y LGTBI. “Le hemos mostrado al mundo que las mujeres podemos hacerlo”, concluyó, orgullosa, Marvez.
Entretanto, en Ecuador, las jóvenes futbolistas María Claudia Pineda (26) y Yosneidy Zambrano (23) evocan el doble obstáculo que debieron superar hasta integrarse como profesionales al club Dragonas Independiente del Valle.
Primero, hacerse un hueco en el mundo futbolístico dominado por hombres, que implicó inseguridad y falta de oportunidades en su país, y luego migrar hasta poder encajar en un club profesional en el país de acogida, de 17 millones de habitantes y a donde han llegado también otros 417 000 venezolanos.
“La gente no suele valorar o no suele darse cuenta de todo lo que conlleva el sacrificio para una mujer desempeñarse en este deporte”, dice Pineda. “Yo al venir acá tuve que dejar tantas cosas atrás por llegar a donde estoy”, relató.
Zambrano pasó por algo parecido porque “siempre está ese tema machista y ser una niña, ser la única niña dentro de muchos hombres, es incómodo. Pero creo que eso me hizo más fuerte, me hizo seguir, luchar por conseguir lo que me gustaba”, dijo.
Pineda se inició en 2014 como profesional en el Deportivo Lara, del centro-occidente de su país, pero dos años después debió marcharse, como muchos compatriotas que huyen de la crisis económica y social marcada por la escasez o carestía de alimentos, medicinas, servicios esenciales, la inseguridad y la confrontación política.
Zambrano, poco después de participar en el Mundial sub-20 en 2016, fichó para un equipo francés, pero solo pudo jugar tres meses en Francia. “Debí ir a mi país a renovar el pasaporte y la situación en Venezuela era complicada. Se demoró mucho, perdí mi pasaje y ya no pude volver”, narró.
La falta de acceso a documentación legal es un problema que enfrentan a diario miles de refugiados y migrantes venezolanos, según Acnur.
Pineda y Zambrano recibieron ofertas de equipos de México y Ecuador, y finalmente se integraron a las Dragonas de la ciudad de Sangolquí, vecina de Quito, donde han conseguido integrarse con sus compañeras de Ecuador, un país que estableció una “superliga” de fútbol profesional en 2019.
Para la entrenadora de Dragonas, Vanessa Arauz, la experiencia del desplazamiento ayudó a fortalecer el carácter de sus jugadoras venezolanas, pues “todo eso que ellas han pasado en la vida, acá a ellas las hace mucho más fuertes, valoran más las cosas, lo transmiten a sus compañeras y es muy importante para el equipo”.
De su lado, Acnur lanzó una campaña junto al equipo llamada #TuCanchaEsMiCasa, para promover la integración de las personas refugiadas en Ecuador.
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