La malaria dio un paso atrás en las naciones más afectadas de América Latina mientras avanza en un puñado de países y puntos de la Amazonia, señaló este jueves 11 un informe de actualización de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Existe preocupación en la OPS porque se solapen los avances de la malaria con los de la covid-19, y porque los esfuerzos para combatir la nueva pandemia desmejoren los recursos y lleven a bajar la guardia ante el paludismo endémico.
Entre enero y mayo de 2020 disminuyeron los casos confirmados de malaria en la región con respecto al mismo período de 2019, principalmente al bajar los registrados en Venezuela, pero también en Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, Guyana y México.
Venezuela es de lejos el mayor foco de malaria en el hemisferio, con 398 285 de los 679 441 casos, 58,6 por ciento de los que registró en 16 países estudiados, la OPS, con su sede en Washington.
Pero en los cinco primeros meses de 2020 Venezuela registró 104 005 casos, una merma de 58 por ciento respecto a los 248 191 del mismo período en el año anterior.
Aun así, dos de cada tres latinoamericanos enfermos de malaria están en ese país.
Toda la región padeció unos 700 000 casos de paludismo en 2019, pero en los primeros cinco meses de este año 16 países registraron 200 381 casos en vez de los 354 317 del año anterior, una disminución de 43 por ciento.
Sin embargo, la OPS expresó preocupación porque aumentó la malaria en Costa Rica, Haití, Honduras, Panamá, República Dominicana, Surinam y sobre todo en Nicaragua, donde hubo 12 210 casos entre enero y mayo de 2020, por encima de los 9358 afectados durante todo el año 2019.
En Brasil, Colombia y Perú la malaria retrocedió este año, pero crecieron focos localizados en puntos de la Amazonia y en la costa colombiana del Pacífico.
En esas áreas “es especialmente preocupante la coexistencia de la pandemia covid-19 con la transmisión de malaria, la cual puede afectar principalmente a comunidades indígenas y otros grupos vulnerables”, advirtió la OPS, la filial en el continente americano de la Organización Mundial de la Salud.
La situación “será más crítica a medida que se disperse la transmisión de la covid-19 en todas las áreas maláricas, mayormente rurales, dada la alta vulnerabilidad de las poblaciones y las debilidades de los sistemas de salud”, dice el informe.
Uno de los efectos de la covid-19 es “la reducción en la búsqueda de atención por sospecha de malaria, por acciones impuestas, como por ejemplo las instrucciones de permanecer en casa ante síntomas leves como fiebre”, señaló el informe.
También se registran cambios en las redes y dispositivos de salud, incluida la ausencia de sospecha de malaria en las operaciones de triaje y en general en las unidades de salud. Ello se puede traducir en un subregistro de casos.
Se agregan la reducción del personal de salud en malaria por dedicarse a tareas relacionadas con la covid-19, así como disminución de actividades por las limitaciones para instaurar medidas de protección personal.
La OPS recomienda a los gobiernos mantener alta la guardia frente a la malaria, sostener los programas y equipos de detección y tratamiento, así como la compra y distribución de test de pruebas y medicamentos para contrarrestar el flagelo.
La malaria redujo de manera sostenida en América Latina entre 2005 y 2014, pero la tendencia revirtió desde que en 2015 se expandió el brote en Venezuela, favorecido por la minería del oro artesanal e ilegal que ocupa a miles de personas al sur del río Orinoco, en el sureste fronterizo con Brasil y Guyana.
La enfermedad es causada por parásitos del género plasmodium y transmitida por la picadura de las hembras de mosquitos anofeles. Centenares de millones de personas la padecen en el mundo y cada año perecen por su causa unas 700 000, más de 90 por ciento de ellas en África al sur del Sahara.
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