La devastadora propagación del letal coronavirus en todos los continentes, con la excepción de la Antártida, ha desencadenado una teoría de conspiración en las redes sociales: ¿qué pasaría si el virus fuera realmente un arma biológica?
Y más específicamente, ¿fue un arma experimental que escapó accidentalmente de un laboratorio en China?
O, como otros sostienen, ¿es un arma introducida subrepticiamente para desestabilizar un país con más de 1400 millones de personas y descrita como la segunda potencia mundial cercana a arrebatarle la primacía a Estados Unidos?
Ambas especulaciones se consideran falsas y, probablemente, parte de una campaña deliberada de desinformación, según expertos militares.
No en balde la pandemia se acompaña de una infodemia, el nuevo vocablo para definir la explosión informativa, mucha de ella falsa, que contagia las redes sociales y establece una agenda distorsionado sobre la mayor crisis global de salud pública de la historia.
Aun así, en Estados Unidos, el senador Tom Cotton repetido la acusación de que el virus fue una creación del ejército chino, mientras que otros sitúan el origen en Corea del Norte.
Y el presidente del país, Donald Trump, ha sido criticado por «su comentario racista» tras describir a la infección como «un virus chino».
Detrás de estas especulaciones interesadas y parte de la polarización geopolítica hay un hecho complejo: el poder potencialmente destructivo de las armas biológicas, que fueron prohibidas por una convención internacional, que se remonta a 1975.
El cofundador de Microsoft reconvertido en filántropo global, Bill Gates, predijo en 2015: «Si algo mata a más de 10 millones de personas en las próximas décadas, es probable que sea un virus altamente infeccioso, en lugar de una guerra».
No serán misiles, advirtió, sino microbios, algo que se enlaza con las reflexiones de algunos líderes europeos estos días, que se declaran inmersos en una nueva guerra mundial, la tercera, en que en esta ocasión el combate es contra un virus.
Y dos años después, según registró la publicación GeekWire, Gates repitió la misma advertencia en un evento paralelo de la sesión anual del Foro Económico Mundial, en la ciudad suiza de Davos.
«Es bastante sorprendente la poca preparación que hay para ello», dijo Gates en 2017.
Al dirigirse a la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS, en inglés) en la ciudad estadounidense de Seattle el mes pasado, Gates dijo que el impacto de la covid-19 podría ser «muy, muy dramático», particularmente si se extiende a áreas como África subsahariana y al sur de Asia.
Mientras tanto, la Fundación Bill y Melinda Gates ha prometido alrededor de 100 millones de dólares para combatir el coronavirus, «como parte de sus esfuerzos más amplios a favor de la salud planetaria».
Filippa Lentzos, investigadora asociada principal del Programa de Armamento y Desarme, del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), dijo a IPS que un arma biológica comprende un agente biológico y un mecanismo de transmisión.
En teoría, señaló, cualquier virus podría usarse como arma, pero históricamente algunos agentes han sido vistos como más efectivos que otros, como el ántrax, la brucelosis, la fiebre Q, la tulareima, la encefalitis equina o la viruela, por citar solo algunos.
Señaló que lo clave es para qué fines o propósito se usarían esas armas biológicas.
«En términos del coronavirus, ya no habría un factor sorpresa, y la resistencia al virus podría haberse acumulado en el futuro, aunque aún el proceso no está en eso», dijo Lentzos.
En su edición del miércoles 18, el diario The New York Times cita un estudio realizado por el Imperial College, de Londres, que estima que el virus puede matar a más de 250 000 personas en Gran Bretaña y más de un millón en los Estados Unidos, «a menos que los gobernantes tomen medidas para frenar su propagación».
Sobre si hay países identificados que todavía fabrican o acaparan armas biológicas a pesar de su prohibición, Lentzos dijo que en los últimos 100 años, se cree que unos 25 países han tenido un programa de armas biológicas durante algún periodo de tiempo.
«La mayoría de los programas fueron de corta duración. Eran pequeños y desarrollaron capacidades limitadas y poco sofisticadas», detalló.
Se sabe que solo dos países tenían las complejas capacidades necesarias para causar bajas masivas o daños económicos extensos e intensos: Estados Unidos y la Unión Soviética (ahora Rusia), dijo Lentzos, quien también es investigadora principal en bioseguridad el londinense King’s College y columnista en un boletín de científicos atómicos.
Actualmente, dijo, «hay información pública limitada sobre la posible actividad ilícita de armas biológicas. La principal preocupación hoy en día no es realmente que los países tengan programas ofensivos de guerra biológica”.
La experta recordó que en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) Alemania infectó caballos con agentes biológicos para impedir su utilización por las fuerzas aliadas enemigas.
«En la Segunda Guerra Mundial, hubo ataques encubiertos sustanciales contra China por parte de Japón, así como cierto uso clandestino en Europa contra Alemania. Ha habido un uso muy limitado conocido desde 1945», aseguró Lentzos.
Según la Asociación de Control de Armas, con sede en Washington, la Convención sobre Armas Biológicas es un tratado legalmente vinculante que prohíbe las armas biológicas.
Abierto a la firma el 10 de abril de 1972, la Convención entró en vigor el 26 de marzo de 1975. Actualmente cuenta con 182 Estados parte. Diez no han firmado ni ratificado el tratado, incluidos Chad, Comoras, Yibuti, Eritrea, Israel, Kiribati, Micronesia, Namibia, Sudán del Sur y Tuvalu.
T: MF