Cuatro adolescentes nigerianas de 15 y 16 años se sientan juntas en un autobús en Cotonou, la capital comercial de Benín, para emprender la última parte de su viaje a Malí, donde se les ha asegurado que sus nuevos esposos las aguardan.
Partieron de sus hogares en el este de Nigeria, donde, según le dijeron sus padres, concertaron su matrimonio con connacionales que viven en Malí.
«Cuatro compatriotas me pidieron que les trajera esposas jóvenes porque quieren casarse. Estoy seguro de que serán felices», dice a IPS un traficante de personas, que solo se identifica como Wiseman, mientras el autobús donde ya abordaron las cuatro chicas se apresta a partir hacia Bamako, la capital maliense. A IPS no se le permite hablar con las adolescentes, que parecen ansiosas.
Wiseman aseguró que “negocié con los padres y les di un pago inicial como dotes, eso seguramente les ayudará a comenzar un pequeño negocio o compran semillas para la agricultura. Estas chicas son afortunadas porque trabajarán y realizarán los deberes de las esposas, por lo que sus vidas deberían mejorar mucho».
Pero en realidad, nadie sabe sus verdaderas intenciones tanto de él como de los hombres que le “encargaron” encontrar a las chicas, si es que ellos existen.
Pathfinders Justice Initiative (Iniciativa de Exploradores por la Justicia), una organización internacional no gubernamental dedicada a la prevención de la esclavitud sexual, dice que Nigeria es un país de origen, tránsito y destino de la trata de mujeres y niñas, una actividad que tiene su foco en la Ciudad de Benin, en el sureño estado nigeriano de Edo, considerada un centro de tráfico sexual.
Nigeria se ubica en el puesto 32 de entre 167 países con el mayor número de personas en situación de esclavitud (1,38 millones), según el informe del Índice Global de Esclavitud 2018. Si bien Nigeria cuenta con leyes contra el tráfico y la trata, al menos un millón de personas son víctimas de estos delitos cada año, según la Agencia Nacional para la Prohibición del Tráfico de Personas (Naptip, en inglés).
Naptip, que opera en colaboración con las autoridades de Malí, considera que casi 20.000 niñas nigerianas fueron obligadas a prostituirse en Malí, donde trabajan en hoteles y clubes nocturnos tras ser vendidas a redes de trata y prostitución por traficantes de personas.
La población infantil, la más vulnerable
En África occidental, niñas y niños siguen siendo los más vulnerables a la trata.
El último Informe global sobre la trata de personas de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) encontró que los niños y niñas y adolescentes se encontraban entre las mayores víctimas de tráfico y trata dentro de la región.
A fines de abril, la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) rescató a 216 víctimas de la trata, incluidos 157 niñas y niños, oriundos de Benín, Burkina Faso, Níger, Nigeria y Togo. Interpol integra un grupo de trabajo mundial, conformado para abordar el delito de la trata.
Algunas de las víctimas de la trata laboraban como trabajadoras sexuales en Benín y Nigeria, mientras que otras lo hacían en jornadas interminables en mercados y locales de comida. Varías de las rescatadas tenían apenas 11 años, tenían señales de haber sido golpeadas y se les había asegurado que nunca más verían a sus familias.
Cuarenta y siete personas fueron arrestadas.
«Muchas niñas y niños se envían a estos mercados para realizar trabajos forzados. Se trata de grupos del crimen organizado que solo buscan hacer dinero. No les importa que los menores sean forzados a la prostitución, trabajen en condiciones terribles o vivan en las calles», dijo el director de Interpol para el crimen organizado y emergente, Paul Stanfield. «Todos están detrás del dinero», remarcó.
Benín, punto de tránsito del tráfico
Benín, un país de bajos ingresos, siempre ha sido un punto de tránsito para los migrantes de África occidental que buscan llegar en forma irregular a Marruecos, Argelia y Túnez, y desde ahí, finalmente, a Europa.
La ciudad de Cotonou parece ser un punto de tránsito del tráfico de niñas y mujeres hacia África occidental y del norte, que pasan por esta ciudad desde el sur cuando son transportadas a sus países de destino.
Togo, Burkina Faso, Benín y Malí tienen leyes contra el tráfico y la trata infantil, pero nada cubre la trata de personas mayores de 18 años, según datos la ONUDD, también conocida por su sigla en inglés, UNODC. Níger no tiene leyes contra estos delitos.
El libre movimiento de bienes y personas dentro de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental parece facilitar esta situación, ya que los oficiales de inmigración corruptos hacen la vista gorda por unos pocos dólares, en los puestos fronterizos.[pullquote]1[/pullquote]
Sobre los controles fronterizos, Wiseman soslaya profundizar en el tema y solo dice que sabe «cómo manejarlos». En cuanto a su responsabilidad en el bienestar de las chicas que traslada precisa: «No soy un trabajador social, soy un hombre de negocios y un asistente. Ayudo a las personas a obtener buenas esposas y a las familias de las niñas a salir de la pobreza por el dinero que reciben a cambio. El resto es historia».
Cuando IPS le cuenta el caso de las cuatro chicas nigerianas a Hassan Badarou, un promotor comunitario y líder religioso de Benín, este asegura que «podrían ser utilizadas como esclavas sexuales por esos hombres que las adquirieron, o ser vendidas a sindicatos del crimen para servir como prostitutas en Mali o mucho más lejos, en el norte de África».
«Es una pena que los padres permitan que sus hijas se vayan del país a cambio de unos pocos dólares. Todo esto no sucedería si no fueran pobres”, reflexionó.
Pobreza, cultura y trabajo infantil
La pobreza desempeña un papel muy importante en el tráfico y la trata de mujeres y niñas en la región. Pero también la cultura.
En 2014, una amiga de la familia de Suzie vino a recoger a la niña de 12 años de su casa en el norte de Benín.
«Ella prometió ayudarme a asistir a la escuela después de trabajar en su casa durante un año, pero no lo hizo», dijo Suzie a IPS en el idioma local, el fon, a través de un traductor.
«Las cosas empezaron a ir mal cuando comencé a recordárselo. Ella dejó de pagarme mi salario y aumentó mi carga de trabajo y redujo mis comidas de dos a una por día. También comenzó a golpearme cada vez que protestaba», dijo esta adolecente de 16 años que vive en Cotonou.
Además, con el paso del tiempo, los miembros masculinos de la familia para la que trabajaba, comenzaron a acosarla sexualmente. Suzie rechazaba sus crecientes avances como podía, hasta que finalmente escapó porque no soportaba más la situación.
Policía, no por favor
Pero para ella acudir a la policía para denunciar estos incidentes no era una opción. Al preguntarle porque no lo hizo, explica que “no podía hacer eso, la mujer que me trajo es como una tía, así que denunciarla hubiera generado un conflicto entre su familia y la nuestra”.
Badarou, el líder religioso, cuanta que le ha tocado mediar en varios casos como el de Suizie.
«Si vieses la forma en que estas mujeres maltratan a estas chicas, te haría llorar. He documentado muchos casos de abuso y he tratado de mediar entre algunas de estas mujeres y las chicas».
Pero por muy abusiva que sea la situación, lo que Badarou nunca va a hacer es meter por medio a la policía.
«Todos somos hermanos y hermanas de este país y creemos en resolver nuestros problemas en armonía y paz a través del diálogo. Además, no es nuestra cultura informar de nuestros problemas a la policía”, detalla sobre una cultura institucionalizada en África occidental que reconoce que es muy difícil de romper.
«Ante esta cultura profundamente arraigada de ‘ayuda mutua’ mediante ‘la entrega’ de sus niñas a una persona bien establecida que vive en las ciudades, incluso las Naciones Unidas y las organizaciones de ayuda a la infancia no tienen más remedio que hacer la vista gorda”, dice el líder religioso.
No es que no hagan nada al respecto, puntualiza, “pero no se puede romper la cultura social, especialmente en una región como esta donde prevalecen las condiciones de pobreza”.
Richard Dossou parece estar de acuerdo. Explica a IPS que el amigo de su tío, un padre de 18 hijos, está buscando «buenos samaritanos» de Benín que reciban a algunas de sus hijas, ya que él no puede mantenerlas.
«Planeo viajar a su aldea para negociar con él con miras a tomar incluso una, no como esposa, sino como sirvienta. Luego veremos cómo nos va. Nos ayudamos mutuamente de esta manera como defensa de la pobreza y la miseria en la región”, dice Dossou.
En Benín, la pobreza afecta a 40 por ciento de la población de casi 11 millones, mientras que en Nigeria viven en situación de pobreza extrema 88,9 millones de los 188 millones de habitantes, un 47 por ciento, según un informe publicado en 2018 por el Reloj Mundial de la Pobreza, un índice que actualiza la situación del problema a nivel global.
Jakub Sobik, gerente de comunicaciones de Anti-Slavery International, una organización que trabaja por el fin de la esclavitud moderna en el mundo, comentó a IPS que existe una delgada línea entre las normas culturales y el tráfico y la trata infantil.
Sobre si práctica en África occidental de “entregar” a las niñas se puede considerar una costumbre cultural y una forma de ayudar a las familias a salir de la pobreza, Sobik es tajante: “Esos son casos de trata infantil, así es cuando las niñas son reclutadas o albergadas con el fin de explotarlas».
«La esclavitud no ocurre en el vacío, está sustentada por muchos factores, entre ellos la pobreza, la discriminación, la falta de acceso a la educación y las oportunidades de trabajo decente, la falta de Estado de derecho y las prácticas que son aceptadas culturalmente en las sociedades», explica en un diálogo electrónico desde Londres, sede de su organización.
A menudo, considera, los padres son «engañados acerca de las condiciones que tendrán sus hijos, y los entregan con la genuina creencia de que tendrán una mejor oportunidad de educación y mejores oportunidades de vida en las ciudades, en otros círculos sociales”.
Añade que en algunas sociedades se acepta que los niños trabajen, porque ha sido la norma durante generaciones. «Tenemos mucho que hacer para cambiar esa situación y ofrecerles a los niños y niñas infancia, educación y las oportunidades de vida que merecen», reflexiona.
Pero por ahora, las cuatro chicas nigerianas inician ya su viaje en el autobús que les quitará “la pobreza” o “la libertad”. Mientras, en Cotonou, Suzie recorre las calles oscuras de la ciudad con Zemidjan, un conductor de moto-taxi, que parece tener entre 40 y 50 años y que ella presenta como su novio.
T:MF