Jóvenes voluntarios acompañan búsqueda de desaparecidos en México

Karina Morales, junto a otra voluntaria, participa en la Cuarta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos, en el municipio de Huitzuco, en el suroeste de México. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página
Karina Morales, junto a otra voluntaria, participa en la Cuarta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos, en el municipio de Huitzuco, en el suroeste de México. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página

Con la consigna «Los desaparecidos de unos son los desaparecidos de todos», jóvenes de todas las entidades de México se integraron de forma voluntaria a la Cuarta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. Impactados desde la niñez o adolescencia por la espiral de violencia que envuelve al país, los muchachos acompañan a otros de sus contemporáneos que buscan a sus familiares o amigos.

Es poco más de la una de la tarde y el sol aprieta en el cerro de la Antena de los Timbres, en el municipio de Huitzuco, en el estado de Guerrero, en el suroeste de México. Kevin Guzmán, de 19 años, y Karina Morales, de 25, escarban con sus manos dentro de una fosa clandestina mientras un perímetro de familiares de personas desaparecidas, voluntarios –a quienes se les llama solidarios– y periodistas guían y observan las labores.

Es el primer día de búsqueda en campo después de un fin de semana en el que los familiares y las personas solidarias convivieron y recibieron capacitaciones en el marco de la Cuarta Brigada Nacional de Búsqueda, que en esta ocasión llegó a Huitzuco, a 30 kilómetros de la ciudad de Iguala.

A diferencia de las pasadas brigadas, según mencionan los organizadores, en esta ocasión el número de brigadistas es mayor.

Resaltan rostros cada vez más jóvenes que contrastan con la imagen ampliamente difundida de las madres que buscan a sus hijos e hijas desaparecidas. Ellos y ellas son también hijos, hijas o hermanos y hermanas de un desaparecido, otros más llegaron de manera voluntaria movidos por el deseo de apoyar a la brigada como solidarios. A todos ellos los une haber crecido en la década más violenta del país.

Desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico, la desaparición ha atravesado a todo México, sin embargo, sus víctimas son predominantemente personas jóvenes. Hasta abril de 2018, según datos del extinto Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED, la única base pública del gobierno Federal que puede ser consultada),  40,3% de las personas desaparecidas se encontraba entre los 15 y 29 años de edad.

Desaparecer en una misma

Viridiana Morales Rodríguez tenía 21 años cuando desapareció en San Pedro Tlanixco, en el estado de México, el 12 de agosto de 2012, “hace seis años, cinco meses”, me dice Karina, su hermana, como si ya no hiciera falta el cálculo mental y los meses solo se apilaran uno tras otro en su cabeza.

Kevin Guzmán, de 25 años, participa junto con su hermana Tania, de 23, en la Brigada de Búsqueda de Desaparecidos de este año en México. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página
Kevin Guzmán, de 25 años, participa junto con su hermana Tania, de 23, en la Brigada de Búsqueda de Desaparecidos de este año en México. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página

Cuenta que cuando recién desapareció Viridiana, familiares, amigos y autoridades por igual le preguntaban por su mamá y le pedían que la cuidara; ella se hizo tan responsable de que su mamá estuviera bien que se olvidó de sí misma, olvidó que Viridiana también es su hermana.

Karina recuerda que tuvo que dejar sus estudios en docencia porque era muy doloroso ir a la escuela sabiendo que su hermana no estaría en la facultad de al lado, la de psicología, en donde incluso a la fecha hay un mural con su rostro. También cuenta que se aisló mucho.

“Yo sentía que nadie me entendía. No quería llorar enfrente de mi mamá ni de mi hermano porque no quería que ellos se sintieran más mal; enfrente de los demás menos, porque yo decía ‘nadie me entiende’, porque muchos me abrazaban pero no sabían qué decirme”, explica.

En algún punto de estos seis años y cinco meses, Karina decidió estudiar derecho e involucrarse más en la búsqueda para sentirse parte de una lucha colectiva y poner su granito de arena. También participó en la organización de la tercera caravana de búsqueda en vida que se realizó el año pasado Morelos, en donde vive. Ahora está aquí, en Huitzuco, esperando encontrar, al menos, al familiar de alguien para devolverle algo de paz.

Tenía 18 años cuando su hermana desapareció, justo la edad que tiene ahora Kevin, el chico con el que desenterró el único cuerpo localizado en el cerro de la Antena de los Timbres.

Saberse desaparecido

A Jorge Alejandro Salas lo conocí mientras conversaba con el señor Raúl Álvarez, que tiene desaparecido a su hijo Álvaro Ramírez Rodríguez desde el 9 de mayo de 2016. Jorge escucha atento y pregunta poco, su voz es firme pero suave.

No omite decirle al señor Raúl que “estamos con usted” antes de alejarnos para tener la entrevista. Tiene 23 años y es egresado de la licenciatura en sociología. Es un solidario, o sea, no tiene a ningún familiar desaparecido. Se decidió a venir a la brigada apenas la semana anterior a que esta iniciara; su novia se había registrado en la convocatoria pero por razones laborales no pudo venir, Jorge tomó su lugar y viajó de Ciudad de México a Huitzuco el 18 de enero.

Jorge Salas, uno de los jóvenes voluntarios en la Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página
Jorge Salas, uno de los jóvenes voluntarios en la Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página

Su asistencia no es tan fortuita, investiga la desaparición forzada para su tesis de licenciatura y, por su propia formación, se considera una persona sensible. Me decía que después de conocer el terror y el dolor de las desapariciones desde una perspectiva académica, sentía la necesidad de venir y poner el cuerpo al lado de los familiares.

Jorge tiene claro que viene a apoyar, desde estar en la cocina hasta dar un abrazo solidario.

“Hace un rato estuve ayudando a las muchachas que son pobladoras de acá, que les pidieron ayuda en la parroquia a enrollar tacos dorados, pero mientras enrollo tacos dorados estoy platicando con ellas sobre cómo es la situación aquí, cómo están de escuelas, cómo están de trabajos, porque eso a mí me hace darme una perspectiva más amplia del horizonte en cuanto a cuáles son los factores para que haya este tipo de violencias acá”, detalla.

El miedo no escapa de nuestra conversación, salir de casa a uno de los estados más violentos del país para buscar en fosas clandestinas no es una tarea que espera realizar cualquier persona que no tenga la necesidad de encontrar a un familiar. La mamá de Jorge sufrió su partida. La posibilidad de desaparecer o ser víctima de cualquier otra agresión está presente.

También le sucedió a Marisol Arvizú Herrera, ella vive en Chimalhuacán, también el estado de México, tiene 23 años y egresó de la licenciatura de psicología social. Marisol no había pensado mucho en la brigada hasta dos días antes de venir a Huitzuco. “Yo no sé qué pasaría contigo si desaparecieras y siempre me preocupo porque sé que andas muy tarde en la calle y sé cómo es violento el país”, le dijo su padre. En ese momento la posibilidad surgió.

“Pasó de eso un día y no podía dejar de pensar, tenía una especie de nudo en la garganta de imaginar el dolor de los otros, no sé si te ha pasado, a veces el dolor ajeno se siente tan fuerte que no sabes ni qué hacer, como que quieres llorar pero también estás enojado y ya, la respuesta era venir acá”, narra.

Además de haber estudiado psicología social, Marisol es compositora y música. En un par de ocasiones la vimos sacar su ukulele, la pequeña guitarra acústica, y compartir con ella “un poco de paz y también de rabia” porque, dice, es otra forma de canalizar las emociones y de traer también emociones positivas.

Marisol tiene un canción sobre la desaparición, se llama “Voz casi muda”. Nos la cantó en una fogata durante la segunda noche de la brigada. Después le pregunté por la canción y me contó que la escribió cuando fue la desaparición transitoria de Marco Antonio en la Ciudad de México el año pasado, un chico que entonces tenía 17 años:

“Nació de la impotencia de saberme tan pequeña y que realmente no puedo hacer nada para enfrentar a la macroestructura, pero en ese momento se me ocurrió que esa canción sí podría dar voz a las voces que han sido silenciadas, por eso se llama ‘Voz casi muda’, porque sé que para esta canción, a menos de que se volviera súper viral, bastaba con que esta voz pequeña, esta Mari cantando, fuera escuchada y que supieran que hay personas que también vemos y vivimos ese dolor en formas diferentes y perspectivas diferentes”.

 

Marisol Arvizú, de 23 años, proveniente del estado de México, que apoya la búsqueda de desaparecidos. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página
Marisol Arvizú, de 23 años, proveniente del estado de México, que apoya la búsqueda de desaparecidos. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página

A ella la invitó un conocido suyo que colabora en Centro de Estudios Ecuménicos, una organización que colabora de cerca con el equipo organizador.

Buscar es restituir la vida

A Ernesto Mello Ulloa lo vi en un grupito de chicos y chicas entre unos 17 y veintipocos años. Reían, se tomaban fotos y comían juntos. Él tiene 19 años y, como los demás jóvenes entrevistados, esta era su primera brigada de búsqueda de personas. Vino con su padre Demetrio Melo Miranda y su madre Catalina Ulloa Arredondo. Su hermano desapareció junto con los hijos de María Herrera, Mamá Mary, como le dicen de cariño.

Cuando Gabriel, el hermano mayor de Ernesto, desapareció, él apenas tenía 10 años.

Le pregunté qué significaba la búsqueda para él, pensando en un ejercicio colectivo que hicieron todos los brigadistas, familiares y solidarios, un día antes. Ernesto lo tiene claro, para él no se trata solo de buscar a su hermano porque buscar también es compartir su experiencia con otros chicos de primaria y secundaria aquí en Huitzuco, para que no sigan el mismo ejemplo que han seguido otros jóvenes en los años pasados y para que vean que el crimen organizado no es la única salida.

Así, la búsqueda no se limita a remover la tierra, en palabras del propio Ernesto, la búsqueda tiene que ver con “tener una seguridad de que el país puede cambiar, no a través de las organizaciones de gobierno sino a través de muchas experiencias que hemos pasado cada uno de nosotros”.

La misma pregunta me respondió Edwin Hernández González, estudiante de tecnologías de la información, también de 23 años. Para él, además de encontrar a las personas, la búsqueda también es por encontrar su vida, sus experiencias, el cariño que le tenían sus familiares. Lo resume así: “no estamos buscando cuerpos, estamos buscando una vida y todo lo que conlleva”.

Su respuesta es bastante similar a la de Jorge Salas, para él la búsqueda es una acción restitutiva de la vida. Él me advierte que podría ser paradójico pero parece estar convencido de que buscar es dar vida a quienes ya no la tienen y se encuentran lejos de sus familias, ocultos debajo de la tierra. Insiste: “le das vida en el sentido en que lo devuelves de ese espectro de la desaparición que desde lo jurídico hasta lo simbólico tiene muchas implicaciones. Es como dicen, los huesos también hablan y los huesos también cuentan una historia”.

Encontrar no es un consuelo

Encontrar no es un consuelo, advierte Tania Guzmán. Tiene 25 años y vino con su hermano menor, Kevin. A su papá lo desaparecieron el 13 de agosto de 2017, cuando ella tenía 23. Pasó 6 meses en una fosa clandestina en el municipio de Jalisco, Nayarit, y otros 5 en el Servicio Médico Forense de Tepic, mientras ella lo seguía buscando. Encontrar no es consuelo, repite. Ella no quería encontrarlo así.

Edwin Hernández González, de 23, y Ernesto Mello Ulloa, de 19, se acompañan en la búsqueda de personas desaparecidas por los poblados del suroccidental estado de Guerrero. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página
Edwin Hernández González, de 23, y Ernesto Mello Ulloa, de 19, se acompañan en la búsqueda de personas desaparecidas por los poblados del suroccidental estado de Guerrero. Crédito: Efraín Tzuc/Pie de Página

A Tania la indignación le saca un par de lágrimas. Su voz tiembla del coraje y dice: “a mí me han dicho muchas veces que a mi papá se lo llevaron por una equivocación. Eso no es consuelo. No es un examen donde si me equivoqué lo borro y pongo la respuesta correcta. A mí me dicen ‘sí, fue una equivocación pero ya no tienes a tu papá’, o ‘aquí están sus restos’. Eso no es consuelo para mí. Tuvo un fin que nadie merece, nadie tiene derecho a arrebatarle la vida a una persona nomás porque sí”.

Algunos familiares de personas desaparecidas que fueron localizados sin vida –asesinadas, para evitar eufemismos– siguen buscando, como Tania y Kevin. “A mi padre lo devolvió una lucha. Una búsqueda. Entonces si a mí me dicen y yo digo ‘no’, me siento mal hasta conmigo misma”, dice ella. Similar es la respuesta de Kevin: “decidí venir por lo mismo de que como encontraron a mi papá, pues me gustaría como quien dice devolver ese favor, y ayudar a la gente que lo necesita”.

Heredar la búsqueda

Tita Radilla es una veterana en la búsqueda de personas. Su papá, Rosenda Radilla, fue desaparecido en 1974 durante la época de terrorismo de Estado conocida como “Guerra sucia”. Como mamá Mary, Tita es respetada y querida por las y los familiares de personas desaparecidas. Karina me contaba que, hablando con Tita, ella le decía que le daba gusto que personas más jóvenes se unieran a la búsqueda porque ese trabajo ahora les tocaría a ellos.

Parece una responsabilidad ineludible, pues las personas continúan siendo víctimas de desaparición en el país. Sin embargo, eso provoca sentimientos encontrados. Sobre esto, Tania Guzmán decía “es bonito pero no, al mismo tiempo no, porque qué tiene de padre que cuando tenga un hijo lo traiga acá”.

A veces, la búsqueda parece ser un punto de encuentro en el que florece la esperanza, un espacio en el que la experiencia compartida permite el abrazo solidario, como un escape del mundo de la indolencia en el que la desaparición parece ser algo excepcional.

Otras veces, la búsqueda es una injusta carga que se les pone a las familias, abandonadas tanto por las autoridades que deberían protegernos a todas y todos como por la misma sociedad que, a veces con miedo, rehúye a la mirada de quienes sufren por no saber el destino de sus seres queridos. La brigada nacional de búsqueda surge como un espacio para construir.

Jorge Salas lo decía con una claridad que merece la pena replicar: “lo que hacemos aquí al apapacharnos entre todos, seamos o no familiares, es empezar a reconstruir. Eso es lo que yo decía cuando estaba en mi casa, es que yo quisiera ir a apoyar, a reconstruir allá a donde otras personas han destruido”.

Este artículo fue originalmente publicado por Pie de Página,  un proyecto de Periodistas de a Pie . IPS-Inter Press Service tiene un acuerdo especial con Periodistas de a Pie para la difusión de sus materiales.

 

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