“No podemos trabajar solo para pagar la cuenta de la luz”, se quejó José Hilario dos Santos, presidente de la Asociación de Moradores del Morro de Santa Marta, una favela incrustada en Botafogo, un barrio tradicional de la clase media de Río de Janeiro.
El elevado costo de la electricidad en la favela, el nombre de los barrios pobres, irregulares y hacinados en Brasil, se debe a las estimaciones de consumo hechas por Light, la distribuidora eléctrica local, basadas en telemetría, sin leer los medidores de cada domicilio, cree Santos.
“La cuenta viene cara incluso cuando uno está ausente, viajando”, lamentó.
El alza continua desde hace años de la electricidad, convirtió la energía solar en un anhelo general, especialmente entre los pobres de las favelas, cerca de una cuarta parte de los 6,6 millones de habitantes de la suroriental ciudad de Río de Janeiro, porque para ellos esa factura del servicio significa una alta proporción de su ingreso.
Por lo menos 15 instituciones, servicios y locales públicos de Santa Marta ya cuentan con instalaciones solares que abaratan sus gastos energéticos, gracias a Insolar, una empresa de “negocios sociales” que opera en el barrio desde 2015.
Cuatro guarderías, iglesias, la Asociación de Moradores, una escuela de música y la “cuadra de samba” se benefician de sistemas fotovoltaicos, que ha hecho viables el apoyo de la compañía trasnacional angloholandesa de hidrocarburos y energía Shell.
Ahora se trata de extender la iniciativa a 30 empresas instaladas en el morro de Santa Marta. Además Insolar busca financiación para instalar sistemas piloto en otras 14 favelas cariocas, diseminando ese objeto de deseo, anunció Henrique Drumond, fundador de la empresa.
“Nuestro objetivo es democratizar la energía solar”, explicó. “Lo hacemos junto con la población, involucrando los pobladores en todo el proceso, capacitando la mano de obra local”, acotó a IPS, que hizo varios recorridos por Santa Marta y otras favelas para dialogar con los pobladores sobre la llegada de esa energía a su vida y a sus economías.
En Santa Marta un curso de electricidad e instalación de placas fotovoltaicas atrajo a 35 interesados, todos concluyeron la capacitación y algunos trabajan hoy en eso, celebró. “Nuestro principal activo son las personas”, destacó Drumond.
La primera instalación beneficiada fue la de la guardería comunitaria Mundo Infantil, fundada en 1983 por mujeres locales, con el objetivo de facilitar que las madres pudieran tener un trabajo. Hoy atiende a 60 niños de uno a cuatro años, con 13 empleados y “voluntarios ocasionales”.
La electricidad que le costaba unos 300 reales (80 dólares) mensuales bajó a cero varias veces. “El ahorro lo usamos para mejorar la alimentación de los niños”, informó la directora Adriana da Silva, que contó que el aporte financiero que recibe de la alcaldía es insuficiente.
La mayor instalación solar se hizo en otra guardería, CEPAC, en la parte baja y mejor urbanizada de Santa Marta, que acoge un promedio de 150 niños y está vinculada a un colegio católico vecino, Santo Inácio, de primaria y secundaria.
“La cuenta de electricidad alcanzaba casi 5.000 reales (1.300 dólares) en 2016, luego bajó a una quinta parte”, gracias a la energía solar, reveló Janaina Santos, directora académica de ese centro educativo jesuita, que ocupa un edificio de cinco pisos. En ese caso el ahorro se destinó a ampliar la biblioteca y el material pedagógico.
“La escuela se tornó una referencia, recibe visitas incluso de universitarios. Además es importante la cuestión ambiental, aprovechamos para sensibilizar los niños sobre energía y reciclaje de la basura”, apuntó.
De hecho, Santa Marta se volvió una vitrina de energía solar. La Asociación de Moradores del Morro de Santa Marta también obtuvó un sistema fotovoltaico que le permite ahorrar el equivalente a unos 80 dólares mensuales, según contó su presidente.
Unidades con baterías y reflectores iluminan callejones, patios y otros locales claves cuando ocurren los apagones frecuentes en la comunidad. El ascensor sobre rieles que facilita la subida al cerro de 360 metros de altura, en cuya cuesta viven los 4.000 habitantes de Santa Marta, también cuenta con esa iluminación de emergencia.
Varios de esos puntos ofrecen enchufes para cargar baterías de teléfonos celulares a cualquier transeúnte.
El quiosco de recepción de turistas que quieren conocer la favela solo usa energía generada por dos placas fotovoltaicas y almacenada en una pequeña batería.
Los 12 guías que acompañan a los visitantes, son pobladores de Santa Marta y acreditados por el Ministerio de Turismo. Algunos hicieron el curso de instalador de sistemas fotovoltaicos promovido por Insolar.
“Presto servicios eventuales de electricista”, reconoció uno de ellos, Carlos Barbosa, que además es peluquero y activista ambiental.
“Cada semana uno de los doce se encarga de abrir el quiosco a las 8:00 de la mañana y guiar la primera visita, que puede ser individual o de grupo”, informó Mandundu Muziala Washiwa, un congolés de 50 años, que vino a Brasil “a pasear” en 2006 y se quedó.
Luego, por orden de llegada, los guías se turnan. Son autónomos, ingresan lo que les pagan los turistas, 13 dólares los brasileños y 40 por ciento más los extranjeros, precio fijo pero flexible.
Una estatua del cantante estadounidense Michael Jackson, en una terraza en el centro de Santa Marta donde él grabó un video musical en 1996, es “la gran atracción turística que asegura nuestra actividad”, reconoció el congolés.
“El flujo turístico estuvo bien por la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, pero luego aumentó la violencia en la ciudad y cayó la demanda”, lamentó Washiwa, que acepta trabajos en otros locales, favorecido por hablar francés.
Está diseñando un proyecto de una gira turística por el centro de Río de Janeiro donde sobreviven monumentos, edificios y otras marcas de la historia brasileña con presencia de esclavos africanos.
En la terraza de Jackson, fallecido en 2009, Andreia Miranda, de 38 años, vende recuerdos del cantante, vestimenta y objetos relacionados a la música pop, en una pequeña tienda donde espera disponer pronto de energía solar.
“Gasté 960 reales (255 dólares) el mes pasado, tengo que usar el aire acondicionado por el calor y pretendo ampliar la tienda. Ahora le toca a los negocios recibir ayuda de Insolar”, dijo Miranda, que preside la Asociación Comercial de Santa Marta y estima que existen 100 empresas en la comunidad, “el doble de ocho años atrás”.
“Pagamos un precio absurdo por la electricidad, más que los ricos de la ciudad”, señaló, coincidiendo con la directora de la guardería Mundo Infantil.
Queja similar hace Bibiana Ángel, inmigrante colombiana de 35 años que ya instaló en 2016 un sistema solar en su hotel, en Babilonia, una favela cercana a la emblemática playa de Copacabana, también en el sur carioca.
El ahorro en la cuenta de luz, de unos 600 dólares (160 dólares) mensuales, ya le permitió pagar, en solo dos años, el préstamo con que adquirió sus 12 placas fotovoltaicas,
Pero el Hotel Estrelas es un proyecto ambiental, subrayó. Además de energía solar, usa lámparas y equipos de bajo consumo energético, cultiva plántulas en un pequeño vivero que luego dona o usa en el jardín del establecimiento.
Además separa la basura para reciclaje, lo que le rinde algunos reales que Light reduce en la factura a los que le entregan residuos reciclables.
Un grupo de sus vecinos trata de crear una cooperativa cuya meta es instalar energía solar en las residencias, enfrenta dificultades de costo y reglas de generación distribuida, pero contribuiría de hecho a mejorar la vida en las favelas.
Edición: Estrella Gutiérrez