Los pueblos indígenas tienen una lengua única, observan distintas tradiciones, tienen una relación especial con su territorio y diferentes ideas sobre el concepto de desarrollo. Pero en vez de preservar su singularidad, los gobiernos y las comunidades mayoritarias de los países donde viven, los desprecian.
“A pesar de su diversidad cultural y territorial en 90 países, (los indígenas) comparten desafíos comunes relacionados con la protección de sus derechos en tanto que pueblos distintos”, recordó Irina Bokova, directora general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
“Los 370 millones de indígenas representan menos de cinco por ciento de la población mundial, pero 15 por ciento de las personas más pobres”, apuntó Bokova, el año pasado con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, el 9 de agosto.
El lema de este año es “Migración y desplazamiento de los pueblos indígenas” y busca sensibilizar sobre las condiciones de sus territorios, las causas de la migración, movimiento y desplazamientos transfronterizos y sobre cómo revitalizar sus identidades y proteger sus derechos a escala internacional.
Ese día se conmemorará en la Cámara del Consejo Económico y Social, en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, con un encuentro de agencias del foro mundial, delegados de los Estados miembro, de la sociedad civil y representantes de organizaciones indígenas.
La Secretaría del Foro Permanente organizó para este jueves 9 un panel sobre los indígenas en “ciudades y más allá de las fronteras internacionales”.
La situación se agrava porque sus identidades y derechos a “tierras, territorios y recursos” están en riesgo.
El despojo de tierras o el desplazamiento forzoso de indígenas, “la pobreza, la militarización, los desastres naturales, la falta de oportunidades laborales y el deterioro de su modo de vida” representan un motor que los lleva a emigrar de las ciudades, alerta la ONU.
Uno de los ejemplos más elocuentes del despojo de tierras es el caso de la comunidad ogiek, en Kenia.
En 2015, la Fundación Siemenpuu, que apoya iniciativas ambientales y democráticas, entrevistó a Peter Kitelo, de la comunidad ogiek, que vivía en la selva del Monte Elgon.
El gobierno keniata transformó áreas de la selva en “reservas para caza” y vendió otras a privados, lo que terminó expulsando a los indígenas de sus tierras.
Su desplazamiento no solo significa la pérdida de propiedad en esas tierras, pues según Kitelo, el pueblo ogiek “no conserva la selva. Miran a la selva como miras a un ser humano. Solo como que está ahí”, explicó.
Sus palabras expresan, por un lado, la relación especial de los indígenas con su tierra; y por otro, muestran cuánto el despojo subestima sus identidades y el sentido de autodeterminación de los indígenas.
En la actualidad, alrededor de 40 por ciento de los indígenas de América Latina viven en ciudades, según el Foro Permanente de las ONU para las Cuestiones Indígenas.
Y sin embargo, nadie habla del impacto que tiene su migración a las ciudades. Es sabido que atraviesan dificultades para integrarse a las sociedades urbanas porque los descuidan, quedan privados de servicios, educación y empleo adecuado.
Pero nada de eso refleja las dificultades emocionales y psicológicas que viven los migrantes indígenas.
José Urutau Guajajara, uno de los líderes del movimiento de defensa de los derechos indígenas en Río de Janeiro, dijo en entrevista con la organización Río on Watch, que como la cultura dominante en la ciudad “es muy fuerte, los indígenas cambian”.
“La cabeza cambia y la persona cambia. Los indígenas no creen en sí mismos. Se rechazan. Ese rechazo viene de la influencia de la cultura dominante, en todas sus formas, espiritual, étnica, de la lengua y de la cultura en general”, explicó.
“Es un borrado psicológico, un borrado completo”, acotó.
“Es muy difícil practicar tu cultura, en especial en espacios urbanos y en las comunidades. Tienes que vivir con familiares, sino no practicas y te traga la cultura dominante. No la puedes rechazar”, añadió Guajajara.
Los jóvenes indígenas, quienes suelen ser víctimas del racismo en las ciudades, dejan de reconocerse como indígenas, pues consideran que eso se debe a su origen y a su apariencia particular, explicó Caroline Stephens, quien analiza el impacto de la urbanización en los indígenas en el libro State of the World’s Minorities (Estado de las Minorías del Mundo).
Eso demuestra cómo la marginación y la discriminación obligan a los indígenas que viven en las ciudades a rechazar su autoidentificación a conciencia.
A fin de acompañar el problema de las migraciones de indígenas, el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas publicó algunas recomendaciones.
Primero, los Estados deben colaborar con los indígenas para crear centros para ellos en las ciudades, que ofrezcan asistencia legal y médica a los migrantes.
Segundo, los Estados deben reconocer sus derechos de acuerdo con la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y ayudar a regresar a sus comunidades a los que se vieron obligados a emigrar.
Finalmente, la ONU recomienda que los Estados deben cooperar con los indígenas para crearles empleo y ayudarlos a progresar económicamente.
Como dijo Bokova, “eso no solo será beneficioso para los indígenas, sino para toda la humanidad y para nuestro planeta”.
Traducción: Verónica Firme