La extensa selva de Stung Treng, una provincia de Camboya del tamaño de Líbano, con apenas 120.000 habitantes, es el hogar del grupo étnico bunong, que desde hace 2.000 años vive al ritmo de la naturaleza, pero que ahora está por desaparecer bajo el agua.
Este periodista de IPS se dirigía en moto a la aldea, cuando de repente el camino se desvaneció bajo el agua de un vasto lago, y debió seguir en canoa.
El aumento del nivel del agua comenzó hace ocho meses, cuando la central hidroeléctrica cerró las compuertas por primera vez. Desde entonces, Kbal Romeas se sumerge un poco cada día.
Según una medida al costado del camino, el agua detrás de la pared de concreto llegó a los 75 metros, superando los 68 metros marcados, y nadie sabe por qué, pues el gobierno no da explicaciones.
Las viviendas inundadas de desmantelan para vender la madera.
El pueblo es un mundo aparte con respecto a Phnom Penh, ubicada a 450 kilómetros al sur; no hay comercios, restaurantes ni alumbrado público. Y desde hace unos meses, tampoco caminos.
IPS se traslada con Vibol, un guía que estudia en la capital provincial y regresa a su casa. “Mis padres están en problemas desde que nuestra aldea se inundó. El gobierno quiere que nos vayamos, pero nunca lo haremos”, sentenció.
Concreto versus agua
A unos pocos kilómetros de la aldea se erige una torre gigantesca sobre los árboles. La represa de Bajo Sesan II (LS2) es un poderoso símbolo del crecimiento económico de Asia Sudoriental, pero también de los desastres creados por las actividades humanas.
En septiembre, cuando se cerraron las compuertas, se creó un lago que pronto llegará a los 360 kilómetros cuadrados, el tamaño de Dublín, y que dejará bajo las aguas a una cultura única.
El hijo de 10 años del guía conduce la canoa hacia Kbal Romeas, y hábilmente evita chocar contra los árboles de la selva sumergida.
“Cuidado con las ramas y su cabeza”, alerta su padre. “Las pitones y las cobras se treparon a los árboles”, apuntó.
Hay un camino más corto para llegar a la aldea, pero no es una opción para un periodista extranjero; el ejército aisló el área, y no se permiten intrusos, lo que derivó en una travesía surrealista de dos horas por una selva sumergida.
Hay menos peces y el agua no se puede tomar. Desde que la inundación trastocó sus vidas, los bunongs tienen que pagar para tener agua y pescado. Pero el dinero es un concepto extraño para esta comunidad animista, acostumbrada a vivir en total armonía con la naturaleza.
Gracias a que sus viviendas están sobre pilotes, siguen secas, a pesar de que el camino está a un metro bajo la superficie del agua. El silencio es total, hasta que aparecen unos niños en la puerta de sus casas y saludan.
Todavía viven unas 250 personas en la aldea, alrededor de la mitad de su población original. Tras bajarse de una canoa e ingresar a una vivienda, una mujer recibe a IPS y le ofrece arroz y cerdo con especies.
“Teníamos todo lo que necesitábamos acá. Pero desde que el agua comenzó a subir, tenemos que ir al mercado”, explicó Srang Lanh, de 49 años, cuyo rostro parece estar curtido por una vida difícil.
“En la estación seca, demoramos unas tres horas en llegar. Y en la de lluvias directamente no podemos usar el camino”, relató.
El gobierno construyó un nuevo pueblo, en un terreno más alto. “Pero no tenemos intenciones de ir”, explicó Vibol.
“Los camboyanos budistas no comprenden nuestra religión. No podemos dejar nuestro cementerio”, arguyó. Los pequeños techos de láminas de metal corrugado, que apenas emergen por encima del agua, se usan para dar sombra a los seres queridos fallecidos.
“¡Miles!”, contestó emocionado el exsupervisor del cementerio, cuando IPS le preguntó cuántos muertos había. “Toda persona que vivió en Kbal Romeas está enterrada aquí”, subrayó.
Todos los días, la ola del progreso se lleva otra tumba, que llega de la mano de una represa china. Los bunongs creen que están protegidos por sus ancestros, y abandonarlos sería un desastre.
El grupo chino Hydrolancang invirtió 800 millones de dólares en la represa, que operará durante 30 años. Parecería buena idea una central hidroeléctrica en Camboya que produzca 400 megavatios, ya que este país vive en la oscuridad. De hecho, las tres cuartas partes de los poblados camboyanos no tienen tendido eléctrico.
Pero Kbal Romeas no verá ni un vatio de Kromhun, como le llaman los bunongs a la compañía china, porque 90 por ciento de la electricidad se destina a Phnom Penh, donde se usa para aires acondicionados, carteles publicitarios de neón y fábricas de ropa.
El arca de Noé
Hay una pequeña ceremonia para el visitante, el primero desde que el ejército cerró la zona en julio de 2017.
Ta Uot es el espíritu guardián más importante de Kbal Romeas. Su templo no es más que una choza sobre pilotes, ahora rodeada de agua. Pero desde que el patriarca le dijo a los bunongs que había visto dónde había que construir su santuario, ahora no se puede mover.[related_articles]
La visita se comunica a Ta Uot, le mencionan el último nivel de agua registrado y se bendice a un recién nacido. A pesar de la inundación, esta es una aldea animada con una sencilla cabaña como única arca de Noé espiritual.
Set Nhal vivió en esta aldea toda su vida. Con 89 años, recuerda a los colonos franceses, al Jemer Rojo y a los soldados vietnamitas que expulsaron al régimen genocida, y ahora llegaron los chinos.
“Siempre supimos que los franceses y los comunistas se irían algún día. Pero los chinos nunca se irán. La represa se quedará donde está”, se lamentó.
“El gobierno logró esconder la catástrofe”, subrayó Meng Heng, de la proscrita organización no gubernamental Madre Naturaleza. “Por culpa de la represa LS2, uno de cada 10 peces desaparecerá; y perturba rutas migratorias fundamentales de peces, y se extinguirán”, denunció.
Unas 70 millones de personas dependen del río Mekong para sus necesidades básicas, y actualmente 200 están en uso, en construcción o en diseño. La LS2 es solo una de ellas.
Para los bunongs, la historia es tan importante como el ayer, pero tienen los días contados. Cuando empiece la temporada de lluvias, en junio, Kbal Romeas será historia.
En la noche, una moto devuelve al periodista de IPS al mundo exterior, y lo deja con su guía en una estación dispensadora de combustible, un oasis de luces de neón y donde pronto pasará un autobús.
Al preguntar a Vibol qué podía hacer este periodista por él a su regreso a Phnom Penh, respondió: “Nadie sabe lo que pasa aquí. Cuenta nuestra historia”.
Traducción: Verónica Firme