La rohinyá Parul Akhtar* no quiere recordar lo vivido en Myanmar (Birmania) día tras día cuando camiones llenos de soldados y hombres budistas llegaban a violar mujeres, saquear sus pertenencias, quemar sus casas y llevarse a los jóvenes de la aldea de Rajarbil, en el distrito birmano de Maungdaw.
“Mi cuerpo tiembla al recordar aquellos días”, relató Parul, madre de dos niños pequeños y visiblemente afectada por lo ocurrido, frente a su tienda de campaña en Kutupalong, en el sudeste de Bangladesh, donde miles de royinyás se refugiaron tras escapar de la violencia en Birmania.
“Fue una pesadilla tratar de escapar y esquivar a los informantes, soldados y, por supuesto, a la policía”, explicó en Modhuchhara, el mayor campamento de rohinyás en Kutupalong, a 35 kilómetros Cox’s Bazar.
“Huimos en la noche, mientras nuestras casas se quemaban. Toda la aldea de Rajarbil se convirtió en un pueblo fantasma”, contó con lágrimas en los ojos.
Parul sufrió una violación en grupo hace tres semanas, antes de llegar con su familia a Bangladesh desde el estado birmano de Rakhine, uno de los más pobres de Birmania.
Bangladesh alberga a un millón de refugiados, pero día a día llegan más a través de los 39 cruces fronterizos, que se suman a los 300.000 que ya estaban registrados como tal desde 1992.
“Su sufrimiento es insoportable”, relató uno de los médicos del hospital visitado por IPS y quien quiso mantener el anonimato. “Tratamos muchos niños que recibieron disparos y mujeres con las piernas destrozadas”, acotó.
“He escuchado sobre las condiciones en zonas de guerra, pero estas son personas inocentes y desarmadas. ¿Qué crímenes pueden haber cometido para quedar expuestos a minas antipersona y a disparos indiscriminados?”, añadió.
La brutalidad que soporta la comunidad musulmana rohinyá en Birmania estaba bien documentada mucho antes del actual episodio de violencia, que se agravó en agosto y generó un éxodo hacia Bangladesh.
Joshim, de la aldea de Shilkhali, en Maungdaw, relató que “desde hace cuatro meses, ninguno de los hombres, en particular los jóvenes, podían quedarse con sus familias”.
“Vi cómo arrastraban fuera de sus casas a mi propio hermano y a otros hombres y los golpeaban hasta que los subían a camiones del ejército”, recordó Hashem Ali*, otro de los sobrevivientes, que se atendía en el hospital de Cox’s Bazar, donde le operaron la mano.
Los campamentos de refugiados se extienden a lo largo de los 30 kilómetros que van de Nayapara a Kutupalongmay, pero son un refugio provisorio, pues tampoco es seguro para mujeres y niñas, quienes corren el riesgo de caer en manos de traficantes de personas.
Alrededor de 52 por ciento de los refugiados rohinyás son mujeres, la mayoría sin formación, y hay muchas madres solteras.
“Las mujeres sufren enormemente el impacto de la crisis”, recordó Sarat Dash, directora de la misión de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), en diálogo con IPS.
“La OIM trabaja para prevenir la explotación y la trata de personas. Y eso se relaciona con los matrimonios forzados y precoces, considerados una forma de protección y de tranquilidad económica. Nos preocupa que entreguen niñas en matrimonio a hombres mayores”, subrayó.
Por su parte, Sathyanarayanan Doraiswamy, jefe de salud del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Bangladesh explicó a IPS: “En un breve lapso, ya creamos 13 espacios amigables para las mujeres, donde ellas pueden acceder a servicios básicos, como atención terapéutica y médica, información sobre asistencia humanitaria y, a veces, a refugios temporales”.
“Trabajamos con grupos comunitarios y otros socios para prevenir la violencia de género, que a menudo se dispara en contextos de emergencia humanitaria”, añadió.
El portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en Cox’s Bazar, Mohammed Abu Asaker, dijo a IPS: “Acnur y organizaciones aliadas identificaron a muchas familias encabezadas por menores y niños solos o sin adultos acompañantes”.
“Trabajamos con instituciones de protección a la infancia para encontrar hogares provisorios en las comunidades. Creemos que es importante que esos niños permanezcan en sus comunidades y que se queden con personas de la misma aldea o vecinos o con miembros de sus familias extendidas”, apuntó.
“La crisis es enorme. De nuestras propias evaluaciones, concluimos que casi todas las mujeres y niñas sufren algún trauma por explotación sexual o por ser testigos de asesinato”, indicó Rezaul Karim Chowdhury, director ejecutivo de la organización no gubernamental local COAST Trust.
“A pesar de cubrir sus necesidades básicas, hacer frente a esa población muy traumatizada es una tarea enorme”, añadió.[related_articles]
La comunidad rohinyá siempre estuvo marginada, con pocos servicios básicos, como salud y agua potable, además de pocas oportunidades laborales. Además, sufren un enorme analfabetismo. Los musulmanes en Birmania tienen restricciones de movimiento y de acceso a la educación.
Muchos en Rakhine cuestionan que los rohinyá tengan una relación histórica con ese estado y los consideran bengalíes, sin vínculos culturales, religiosos o sociales con Birmania.
En ese país no están registrados como uno de los 135 grupos étnicos y se les niega la nacionalidad birmana desde 1982, convirtiéndolos en apátridas.
Desde 2012, aumentaron los incidentes de intolerancia y de incitación al odio de grupos extremistas y ultranacionalistas budistas. Muchas veces se considera a los rohinyá y a otros musulmanes como una “amenaza a la raza y la religión”, lo que en un contexto de tensiones favoreció la violencia.
Las llamadas “operaciones de seguridad”de las fuerzas de seguridad, que incluyeron violencia sexual y violación, tortura y tratos degradantes, detenciones arbitrarias e incendios, despertaron las críticas generalizadas de la comunidad internacional y llevaron a la ONU a equipararlas a crímenes contra la humanidad y limpieza étnica.
Las fuerzas armadas arguyen que son operaciones de contrainsurgencia tras un ataque que sufrieron el 9 de octubre de 2016, cerca de la frontera con Bangladesh y que dejó nueve policías muertos.
Numerosos gobernantes instan a Birmania a respetar el derecho y a poner fin a las atrocidades contra civiles inocentes.
La gobernante en los hechos, Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz, es ahora blanco de críticas por no proteger a la comunidad rohinyá.
*Los nombres fueron alterados para preservar la identidad de las víctimas.
Este artículo fue producido con apoyo del Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Traducido por Verónica Firme