El qat en el Cuerno de África, entre un flagelo y una bendición

Hombres holgazanean en el mercado de la ciudad de Dire Dawa, en Etiopía, masticando qat. Crédito: James Jeffrey/IPS.
Hombres holgazanean en el mercado de la ciudad de Dire Dawa, en Etiopía, masticando qat. Crédito: James Jeffrey/IPS.

En la capital de Etiopía, un grupo de inmigrantes yemeníes de entre 50 y 60 años mastican hojas de qat (Catha edulis) un domingo de tarde, mientras conversan sobre economía, política, historia, entre otros temas. Lo que para unos puede ser un reflejo de buena vecindad, para otros es un problema grave.

A pesar de su uso generalizado, la planta tiene mala fama y hasta está prohibida en muchos países o hay reclamos para hacerlo.

Es difícil comprender al qat, una planta originaria de África, que se conoce con distintos nombres y que es famosa por su efecto estimulante psicotrópico cuando se mastica, lo que muchos llaman efecto anfetamina.[pullquote]3[/pullquote]

Los expertos debaten sobre sus efectos, desde es que es tan suave como el té hasta que es tan adictiva como la cocaína. Y de hecho, su consumo genera controversias; hace unos años, era legal en Gran Bretaña, estaba prohibida en Estados Unidos, celebrada en Yemen y denostada en Arabia Saudita.

En el Cuerno de África, el qat es una institución con un enorme impacto económico, además de tener un papel social y cultural. En Hargeisa, la capital de Somalilandia, casi no tiene detractores.

“Une a la gente, facilita las conversaciones y el intercambio de información”, explicó el periodista local Abdul, con una pasta verde en un costado de su boca.

Se estima que 90 por ciento de los hombres adultos de Somalilandia y alrededor de 20 por ciento de las mujeres, mastican qat para la sensación llamada mirqaa, el término somalí para el zumbido que puede provocar.

En la actualidad, el qat está totalmente mezclado con la cultura de Somalilandia y la vida cotidiana, pues representa un ingreso importante para el gobierno. En 2014, las ventas de esa planta generaron 20 por ciento de los 152 millones de dólares del presupuesto nacional, según el Ministerio de Finanzas de ese país.

Además, el qat es la principal fuente de empleo en Hargeisa, generando entre 8.000 y 10.000 puestos de trabajo, lo que representa un respiro para el desempleo crónico que padece ese país, donde 75 por ciento de los jóvenes no tienen empleo.

Mientras, para Etiopía, el qat es una gran fuente de ingresos. Somailandia gasta unos 524 millones de dólares al año, alrededor de 30 por ciento de su producto interno bruto (PIB), en el qat etíope, aunque muchos analistas sospechan que la verdadera cifra es mucho mayor.

Una mujer y su hijo rodeados de sacos de qat que llevaron para vender en el mercado de Dire Dawa, en  Etiopía. Crédito: James Jeffrey/IPS.
Una mujer y su hijo rodeados de sacos de qat que llevaron para vender en el mercado de Dire Dawa, en Etiopía. Crédito: James Jeffrey/IPS.

Otro de los vecinos del este de Etiopía, Yibutí, parece ser el mercado externo más lucrativo para este país, por lo que el gobierno considera que el qat es un buen producto de exportación, que le permite el ingreso de divisas, un problema permanente para Adís Abeba.

El mejor qat se cultiva en las montañas que rodean a las conocidas ciudades de Harar y Dire Dawa, a unos 150 kilómetros de Somalilandia. En el mercado de esta última, la venta continúa en el calor de la noche a la luz de lámparas iridiscentes.

Entre esas dos ciudades se encuentra Aweday, que a pesar de ser más pequeña es, de hecho, el centro comercial de la planta, de ahí su nombre de ciudad qat.

A la mañana siguiente de la feria nocturna, las calles que rodean el mercado quedan cubiertas de hojas verdes descartadas, cuando los camiones cargados llevan hacia el este su carga y los aviones surcan el cielo llevando qat a Yibuti, Somalilandia y más allá.

El qat de mala calidad cuesta unos 12 dólares el kilogramo en Hargeisa, alrededor de 26 dólares el de mediana calidad y hasta unos 58 dólares el mejor. La mayoría de los consumidores gastan entre dos y 10 dólares al día en Somalilandia, lo que representa 1,18 millones de dólares aproximadamente a escala nacional y es de donde el gobierno obtiene su importante tajada fiscal.

“Me preocupan las consecuencias sobre mi salud, pero me ayuda a trabajar”, confesó Nafyar, quien suele trabajar hasta tarde en la noche en su empleo administrativo en Hargeisa. “Para entenderlo realmente, hay que masticarlo”, aseguró.

Pero no todo el mundo coincide con esa apreciación.

Un hombre en Somalilandia corta las hojas de una rama de qat en Hargeisa, la capital de ese país no reconocido internacionalmente. Crédito: James Jeffrey/IPS.
Un hombre en Somalilandia corta las hojas de una rama de qat en Hargeisa, la capital de ese país no reconocido internacionalmente. Crédito: James Jeffrey/IPS.

“El problema radica en que el hombre deja de formar parte de la familia y la mujer asume la responsabilidad de todo”, explicó Fatima Said, asesora política el opositor Partido Wadani, en Somalilandia, quien trabajó 15 años con la Organización de las Naciones Unidas.

“Los hombres pasan horas sentados masticando, es muy adictivo”, aseguró.

Además, “puede generar alucinaciones, falta de sueño, pérdida de apetito, atenuar el impulso sexual o en otros casos, elevarlo”, apuntó.

Otros analistas denuncian los problemas económicos que genera el consumo.

“Es una enrome carga económica para Somalilandia, pues implica que una gran proporción de las divisas extranjeras se destinan a la compra de qat”, explicó Rakiya Omaar, del Instituto Horizonte, una empresa consultora dedicada a fortalecer la capacidad y autogestión de las organizaciones en ese país.[related_articles]

Otro de los problemas es que para que el qat tenga el efecto de estimulación deseado es necesario masticarlo de forma continua durante horas.

“Tenemos que desarrollar este país, y para eso hay que trabajar ocho horas al día, pero no sucede”, observó Omar, un británico-somalilandés, quien regresó a Hargeisa para aprovechar las presuntas oportunidades económicas, y explicó que muchos de sus empleados trabajan medio día y luego pasan la tarde masticando qat.

También se critica la dependencia que genera su consumo en perjuicio de la búsqueda de trabajo, pues los desempleados no abandonan el hábito, que puede llegar a costarles unos 300 dólares al mes porque tienen demasiadas horas libres y terminan pidiendo dinero prestado.

Said comentó que trabajó para que se prohibiera el consumo en Gran Bretaña que, según ella, fue un éxito, cuando se implementó en 2014, debido al impacto negativo que el consumo tenía en la diáspora de ese país.

Pero en el contexto político de Somalilandia, que sigue siendo un país no reconocido internacionalmente y, por ello, está fuera del radar de los sistemas financieros y de inversiones, el comercio del qat ofrece una oportunidad comercial viable y sostenible.

El qat tiene una larga historia en esta región del Cuerno de África. Sus hojas eran sagradas para los antiguos egipcios, los religiosos sufíes lo masticaban para mantenerse despiertos durante las meditaciones nocturnas del Corán (libro sagrado del islam), de ahí su asociación con lo divino, a pesar de que actualmente su consumo está generalizado.

El problema podría contenerse regulando la importación de la planta desde Etiopía, así como la venta diurna y fijar un límite de edad, nada de lo cual existe, según Said. Pero el gobierno actual no tomará ninguna medida por el dinero que está en juego y los intereses creados, opinó.

Mucho antes de que se prohibiera en Gran Bretaña, el Instituto de Londres para el Estudio de la Dependencia de las Drogas, señaló: “En las culturas en que es de uso indígena, el qat tiene un valor tradicionalmente social, muy parecido al café en la cultural occidental”.

Traducido por Verónica Firme

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