El primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible nos exige “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo” para 2030, una meta y un plazo ambiciosos, sin duda, pero como debe ser porque no podemos darnos el lujo de perder tiempo.
La pobreza está tan ligada al hambre, las migraciones, el desplazamiento forzado, los conflictos y la degradación ambiental que priorizar su erradicación no solo es un imperativo moral y económico, sino también esencial para atender los más acuciantes asuntos globales de nuestro tiempo.
Para erradicar la pobreza, debemos concentrar nuestra atención en las áreas rurales de los países en desarrollo, donde viven las tres cuartas partes de las personas más pobres y que más hambre pasan en el mundo.
Los ingresos de 2.500 millones de personas todavía dependen directamente de pequeñas granjas, y por eso es fundamental comenzar por el desarrollo de la producción de los pequeños agricultores y por facilitarles el acceso a los mercados.
En términos de pobreza, es particularmente perturbador la situación en África subsahariana. Si bien el Banco Mundial señala que más de 1.000 millones de personas salieron de la extrema pobreza entre 1990 y 2012, la situación en esa región, de hecho, empeoró desde 1990, y hay unas 330 millones de personas pobres.
Es importante preguntarse por qué el continente no logra avances en la lucha contra ese flagelo y qué puede hacerse al respecto.
Los recursos naturales extractivos representan las tres cuartas partes de las exportaciones de África subsahariana, pero los miles de millones de dólares que generan han tenido un impacto limitado en la reducción de la pobreza.
En algunos casos, el incentivo a esas industrias perjudicó las inversiones en el sector agrícola. Sin embargo, numerosos estudios coinciden en que el crecimiento de la agricultura es hasta 11 veces más efectivo para reducir la pobreza que el de cualquier otro sector en esa región.
No hay que subestimar la capacidad de la agricultura para llevar prosperidad a millones de personas. De hecho, es la actividad que más empleo genera en el mundo y constituye una fuente de ingresos para 40 por ciento de la población económicamente activa en el mundo y para 60 por ciento de la de África.
El potencial del continente africano sin explotar es enorme; tiene 25 por ciento de las tierras cultivables del mundo y la mitad de las tierras no cultivadas, pero buenas para los cultivos alimenticios.
El crecimiento de la población africana de 2,7 por ciento anual implica que la demanda de alimentos se duplicará cada 30 años. La agricultura puede impulsar el desarrollo, mejorar la seguridad alimentaria y el crecimiento del empleo para sacar a la gente de la pobreza y para que esta no tenga que abandonar las zonas rurales en busca de oportunidades generadoras de ingresos.
A pesar de todas las posibilidades que ofrece, lamentablemente, la agricultura no es una prioridad para muchos gobernantes africanos.
En 2003, muchos gobiernos del continente se comprometieron a destinar 10 por ciento de su presupuesto a la agricultura y al desarrollo rural en los siguientes cinco años, pero en 2012 solo 13 países habían cumplido la meta.[related_articles]
En vez de desarrollar su propia agricultura, el continente destina 35.000 millones de dólares al año a la importación de alimentos, lo que podría destinar a crear empleo local, en particular en áreas rurales.
Los gobernantes suelen esperar que el crecimiento económico por sí solo lleve a la reducción de la pobreza, pero uno no lleva necesariamente a la otra.
En septiembre, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida) divulgó el Informe de Desarrollo Rural 2016, que analiza la transformación rural y la reducción de la pobreza en más de 60 países en desarrollo.
Una de las conclusiones centrales del estudio es que las políticas dirigidas a la transformación de las zonas rurales son esenciales para eliminar la pobreza.
Se trata de iniciativas que promueven una mayor productividad agrícola y excedentes comercializables, oportunidades laborales fuera de las prácticas agrarias y mejoras en el acceso a servicios e infraestructura.
Es necesario dotarse de esas políticas e invertir; no se dan por sí solas.
La experiencia de Fida de casi cuatro décadas evidencia que cuando a las poblaciones rurales se les facilita el acceso a tierras y a recursos naturales, a infraestructura, tecnología, fondos y mercados, mejoran sus ingresos y florecen sus comunidades, lo que contribuye significativamente al crecimiento económico.
Cuando pensamos en los pequeños agricultores en términos de empresarios rurales y en sus granjas como negocios viables y rentables, se hace evidente la importancia de invertir en la agricultura para garantizar su prosperidad.
El resultado es que las áreas rurales se vuelven centros dinámicos de empleo y de prosperidad y que los 600 millones de jóvenes que en la próxima década buscarán empleo en los países en desarrollo no tendrán que emigrar a las ciudades ni a otros países para encontrar oportunidades laborales.
Por supuesto que erradicar la pobreza no es solo responsabilidad de los gobiernos, sino que requiere que todos los actores, agricultores, inversores locales de la cadena de valor alimentaria, instituciones de investigación, agencias de desarrollo, instituciones de educación, entre muchos otros, trabajen juntos para un objetivo común.
Con gobernantes visionarios, políticas e inversiones dirigidas y esfuerzos coordinados, la erradicación de la pobreza no es solo un ideal ambicioso, sino que es un objetivo alcanzable. Pero debemos reconocer la urgencia y actuar ya.
Traducido por Verónica Firme