La poco conocida delegada brasileña Bertha Lutz fue quien, en la década de los años 40, estuvo al frente del grupo de delegadas que inscribieron la igualdad de derechos para hombres y mujeres en la Carta de la ONU, en la Conferencia de San Francisco sobre la Organización Internacional, de 1945.
“El manto cae de los hombros de los anglosajones y las latinoamericanas debemos hacer frente a la próxima etapa en la lucha por las mujeres”, escribió Lutz en sus memorias, recordando la conferencia.
Las investigadoras Elise Luhr Dietrichson y Fatima Sator, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS), de Londres, presentaron la anécdota olvidada en una conferencia de prensa en la sede de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), con el fin de difundir la verdadera historia de la lucha por los derechos de las mujeres en la Carta de la ONU.
“No se trata solo de representar hechos históricos. Es político, es cómo se presenta la historia”, dijo Luhr Dietrichson a IPS. El papel de las naciones del Sur Global no se reconoce como corresponde en el establecimiento de las “normas globales”.
Al contrario de lo que se cree, los derechos de las mujeres en la Carta no son el resultado de las acciones de Eleanor Roosevelt, no fue una cláusula estadounidense ni británica, sino la insistencia de América Latina.
Lutz, junto con Minerva Bernadino, de República Dominicana, y la senadora uruguaya Isabel P. de Vidal, quienes insistieron en la mención específica de “la igualdad de derechos de hombres y mujeres” al inicio de la Carta.
Lutz y sus colegas actuaron en una época en que solo 30, de los 50 países representados en la conferencia de San Francisco, habían otorgado el derecho de voto a las mujeres.
Gracias a su fuerte determinación, junto con el apoyo de participantes de México, Venezuela y Australia, logró su fin, y las mujeres fueran especialmente mencionadas en el artículo 8: “La Organización no establecerá restricciones en cuanto a la elegibilidad de hombres y mujeres para participar en condiciones de igualdad y en cualquier carácter en las funciones de sus órganos principales y subsidiarios” en el sistema de la ONU.
La representante australiana Jessie Street “hizo mucho hincapié diciendo: ‘deben mencionar específicamente a las mujeres en la Carta, de lo contrario no tendrán los mismos derechos que los hombres; lo vemos una y otra vez’”, explicó Luhr Dietrichson.
El feminismo de Street y Lutz les permitió prever que los derechos de las mujeres serían marginados si no se los reconocía de forma explícita y que no bastaba con consagrar los “derechos de los hombres”, como se arguyó en la época.
Los argumentos de Lutz encontraron la oposición de representantes británicos y estadounidenses.
Al recordar la conferencia de 1945, que dio a luz a la ONU, Lutz describió a la delegada estadounidense Virginia Gildersleeve, y recordó: “ella esperaba que yo no fuera a pedir nada para las mujeres en la Carta porque eso hubiera sido muy vulgar”, en su intento de prevenir toda acción en nombre de las mujeres.
Gildersleeve reescribió un borrador de la Carta, y omitió mencionar específicamente a las mujeres. Pero al final, Lutz, Bernadino, Gildersleeve y la delegada china Wu Yi-fang suscribieron todo el documento, las únicas cuatro mujeres entre los 850 delegados que firmaron el documento fundamental.
La representante británica y secretaria parlamentaria del Partido Laborista, Ellen Wilkinson, le aseguró a Lutz que la igualdad ya se había alcanzado porque ella había logrado un lugar en el Consejo Privado del Rey.
“Me temo que no”, recordó que le respondió Lutz; “le tuve que decir: solo quiere decir que usted llegó”.
Ellas “estaban decididas a no luchar por la igualdad de género. Es algo que va contra todo lo que nos enseñaron, y que Occidente nos enseñó sobre el feminismo. Pero en lo que respecta a la Carta, presentaron más que una oposición”, dijo Sator, de Argelia, a IPS.[related_articles]
“Y también va contra todo lo que nos enseñaron, que el Sur Global también tiene ideas visionarias”, apuntó Sator. “Solo queremos que las mujeres latinoamericanas sean reconocidas como reconocemos a Eleanor Roosevelt”, añadió.
Roosevelt no participó en la creación de la Carta, pero sí encabezó la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en 1946, y fue decisiva en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Pero los países occidentales, incluidos Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, trataron de socavar esa misma declaración a principios de los años 50.
Y al igual que con la historia de los derechos de las mujeres en la Carta de la ONU, el papel de los países del Sur en la creación y la protección de los derechos humanos también está subestimado.
“Esta claro que Bertha Lutz y Minerva Bernadino se consideraban representantes de ‘países atrasados’, pues fue algo que dijeron ellas mismas”, recuerda Luhr Dietrichson.
“Fueron muy críticas de que esas mujeres de países (económicamente) más avanzados no reconocieran de dónde venían sus propios derechos”, apuntó.
En la conferencia, el embajador brasileño Antonio Patriota indicó que Lutz y esa historia no son conocidas ni siquiera en Brasil, y aplaudió los esfuerzos por difundirla.
Y Luhr Dietrichson subrayó que un sentido de “propiedad” puede dar legitimidad y permitir la participación de las futuras generaciones.
“La investigación forma parte de un esfuerzo mayor para “redescubrir los orígenes radicales de la ONU”, señaló el profesor Dan Plesch, director del Centro de Estudios Internacionales y de Diplomacia de SOAS, en diálogo con IPS.
Forma parte de un proyecto académico más amplio, Historia de la ONU para el futuro, que busca recontextualizar al foro mundial, creado no como un “accesorio liberal”, sino “por una dura y realista necesidad política”, explicó Plesch.
En la actualidad, cuando redoblan los llamados para que finalmente sea una mujer la que ocupe la secretaría general de la ONU, y que sea una autoproclamada feminista, la investigación de Sator y Luhr Dietrichson es un recordatorio de que todavía nos queda mucho por hacer para cumplir con la visión de igualdad que promueve la Carta.
Traducido por Verónica Firme