Euro Tourinho tenía ocho años, en 1930, cuando acompañó su madre a Campo Grande, la ya entonces gran ciudad del centrooccidente de Brasil, para el parto de un hermano menor.
“Fueron 30 días de viaje en una carreta de bueyes. Podrían reducirse a cinco días, a caballo, siguiendo la línea del telégrafo, pero mi padre temía ataques de indígenas”, recordó Tourinho a IPS.
Luego su padre, un hacendado en Corumbá, otro municipio del estado de Mato Grosso do Sul, en la frontera con el sureste de Bolivia, escapó ileso de una balacera que perforó su automóvil, uno de los pocos existentes en Brasil entonces. Conflictos por la tierra solían dirimirse con “el 38”, el calibre del revolver que “todos usaban”.[pullquote]3[/pullquote]
Un empleo público y la indemnización recibida por el ferrocarril que cruzaría su hacienda le permitieron eludir esa guerra, a cambio de ahondarse más aún en la selva brasileña.
Para asumir el cargo en lo que hoy es Rondônia, el noroccidental estado amazónico en la frontera con el norte de Bolivia, tuvo que viajar seis meses con la familia, por tierra hasta las ciudades de São Paulo y Río de Janeiro, luego por mar hasta Belém y por ríos amazónicos hasta el nuevo hogar. Una vuelta casi completa por la geografía de Brasil.
Accesible prácticamente solo por lentas embarcaciones fluviales hasta 1960, Rondônia es hoy una bisagra logística entre la Amazonia, el industrializado sureste brasileño, Bolivia y Perú, un factor importante para su posible desarrollo.
Está en medio de carreteras que unen el océano Atlántico con el océano Pacífico en Perú, cuenta con otras que penetran en la Amazonia o van al norte boliviano y con la hidrovía del río Madeira, por donde se exporta buena parte de la soja cosechada en el oeste brasileño, abaratando el transporte.
La más reciente transformación del estado deriva de la construcción, entre 2008 y 2016, de dos grandes centrales hidroeléctricas en el Madeira, cerca de Porto Velho, la capital de Rondônia, que pasa así a ser gran proveedor de energía.
A los 94 años, Tourinho es la historia viva de ese proceso y de los ciclos económicos que se sucedieron en Rondônia, un estado con 1,8 millones de habitantes, 510.000 de ellos en la capital.
Empezó por el negocio del caucho, que enriqueció la Amazonia desde fines del siglo XIX, gracias a la demanda por neumáticos de la naciente industria automovilística. A los 22 años, heredó del padre fallecido un bosque de árboles del caucho (Hevea brasiliensis), o “seringueiras”, el vocablo portugués por el que también se los conoce.
En aquella época, 1944, se vivía un nuevo boom del caucho. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) demandaba grandes suministros para los vehículos militares y Malasia, la principal productora, estaba bajo control de Japón, dejando Estados Unidos y sus aliados dependientes del caucho brasileño.
Terminada la guerra, los precios cayeron y fue inevitable la decadencia de la economía cauchera en la Amazonia, incapaz de competir con la producción intensiva del Sudeste Asiático.
En aquella época, 1944, se vivía un nuevo boom del caucho. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) demandaba grandes suministros para los vehículos militares y Malasia, la principal productora, estaba bajo control de Japón, dejando Estados Unidos y sus aliados dependientes del caucho brasileño.
Terminada la guerra, los precios cayeron y fue inevitable la decadencia de la economía cauchera en la Amazonia, incapaz de competir con la producción intensiva del Sudeste Asiático.
Tourinho dejó el “seringal” y la selva y montó un salón de juegos de billar en Porto Velho, al lado de la sede del diario “Alto Madeira”, donde empezó a escribir en 1950 y desde donde se convirtió en testigo de la evolución de Rondônia como periodista.
En 1970 adquirió el diario y desde entonces dirige personalmente su edición, con disciplinada dedicación. “Mientras yo viva el diario impreso no acabará”, aseguró sobre el medio que en 2017 cumplirá 100 años.
Tourinho sigue aferrado a su vieja máquina de escribir, rechazando la computadora, pero no los nuevos temas.
“Las centrales hidroeléctricas tienen un impacto negativo, que es destruir la naturaleza, engullir bosques, pero sin electricidad no hay progreso. Porto Velho solo tiene funcionarios públicos, necesita atraer industrias, aunque sean las pequeñas, como las de confección de ropa”, opinó.
La central Santo Antônio, construida a seis kilómetros de Porto Velho, con capacidad para 3.150 megavatios, se apresta a añadirle 417 megavatios, sumándole seis nuevas turbinas a las 44 ya operativas. La energía adicional se destinaria exclusivamente a Rondônia y al vecino estado de Acre.
“Es importante porque tendremos excedentes energéticos para atraer inversiones. Hasta ahora, en los apagones somos los primeros en sufrir la caída del suministro y el restablecimiento se hace al revés, por último acá”, observó Marcelo Thomé, presidente de la Federación de las Industrias de Rondônia (Fiero).
“El gran legado de la construcción de las centrales es una nueva cultura empresarial, la calificación de empresas y empresarios como mejores proveedores de servicios y productos. También se capacitó la mano de obra con la experiencia de trabajar en una gran empresa”, añadió a IPS.
Pero la industrialización esperada por la Fiero no se concretó, tampoco el gran incremento del comercio con Perú para el que se construyó la carretera interoceánica concluida en 2011.
Los empresarios buscan ahora identificar vocaciones y procesos adecuados a “cadenas de producción” locales. La industria de alimentos, aprovechando la agricultura en expansión es un buen camino, según aseguró a IPS el superintendente de la Fiero, Gilberto Baptista.
Entre el caucho y la hidroelectricidad, el estado vivió una intensa expansión agropecuaria y minera, deforestando extensas áreas. Numerosos indígenas fueron masacrados por mineros ilegales y agricultores y ganaderos.
Rondônia fue uno de los estados que recibió más migrantes, atraídos por campañas gubernamentales de ocupación amazónica en los años 70 y 80.
El eje de la devastación fue la carretera BR-364, que cruza Brasil del sudeste al noroeste, inaugurada en 1960 por el entonces presidente Juscelino Kubitschek, tumbando con un tractor el último árbol del camino, pero cuya pavimentación en Rondônia demoró más de dos décadas.[related_articles]
“En aquella época ni se hablaba de ecología”, recordó Tourinho, que estuvo en el acto para entregarle al presidente un ejemplar de Alto Madeira.
Pero ahora sí, las protestas y denuncias de ambientalistas, activistas sociales y fiscales del Ministerio Público (fiscalía) se hicieron inseparables de los proyectos hidroeléctricos, especialmente en la Amazonia, pese a los crecientes recursos destinados por las empresas concesionarias a acciones de compensación y mitigación de daños.
El Movimiento de Afectados por Represas (MAB, en portugués) considera, por ejemplo, que las empresas subestimaron el área inundada y, por ende, la cantidad de familias a reasentar o indemnizar.
“El suelo acá es arcilloso, empapa, y con la sedimentación el embalse se expande, matando árboles y dejando improductiva la tierra, además de contaminar pozos de agua potable”, afectando más gente de lo que admiten las empresas, alegó a IPS un coordinador del MAB en Rondônia, João Dutra.
“Nuestro programa de monitoreo demuestra que no hay interferencia del embalse en la napa freática”, contrarrestó la concesionaria Santo Antônio Energía en una respuesta por escrito.
“El suelo se empapa, pero ya se inundaba antes del embalse, gran parte del área aledaña es de ‘umirizal’, un área vulnerable”, explicó Veríssimo Alves, gerente socioambiental de Energía Sustentable de Brasil (ESBR), la concesionaria de la central de Jirau, a 110 kilómetros río arriba de la de Santo Antônio.
“Umirizal” define la vegetación leñosa nacida en suelos pobres e inundables, cuando llueve. Por ello ESBR rechaza reasentar los pobladores de Abunã, unos 5.000 según el MAB.
Todos reconocen que la brutal crecida del río Madeira en 2014 alteró las condiciones, incluso de sedimentación, y pudo haber agravado esos fenómenos.
Editado por Estrella Gutiérrez