La desaceleración del crecimiento económico a partir de 2008, y especialmente tras el derrumbe de los precios de los productos básicos a finales de 2014, amenaza con revertir los logros del excepcional lustro previo a la crisis financiera mundial, cuando el crecimiento del Sur en desarrollo superó al del Norte industrializado.
Desde 2002, muchos países en desarrollo, incluidos algunos de los más pobres, crecieron más rápidamente después de un cuarto de siglo de estancamiento en África, por ejemplo.[pullquote]3[/pullquote]
Pero esa no ha sido su tardía recompensa por apegarse a las políticas prescritas por el saber convencional, como afirman algunos apologistas de los programas de ajuste estructural en los últimos 20 años del siglo XX.
En cambio, las principales razones fueron el entorno internacional más favorable, caracterizado por los precios más altos de las materias primas, las bajas tasas de interés y los renovados fondos de ayuda, junto con el crecimiento acelerado de China e India.
Las tendencias recientes deben verse dentro de un contexto histórico más extenso para poder extraer las lecciones adecuadas. El crecimiento económico en los años 80 y 90 fue, en general, más lento que en las dos décadas anteriores.
Pero a pesar del espectacular crecimiento de varios países en desarrollo, África subsahariana perdió debido a su estancamiento durante más de 20 años desde finales de la década de 1970, y América Latina perdió la década de 1980, al menos.
Las políticas estatales en los años 80 – aparentemente para ajustarse a las “expectativas del mercado»- con frecuencia recortaron el gasto público, principalmente en el ámbito social.
Como la inequidad a nivel nacional creció en la mayoría de los países en los años 80, las desigualdades internacionales entre los Estados continuaron creciendo. El bienestar económico en el Sur en desarrollo se vio constreñido aun más por la presión demográfica, incluida la rápida urbanización.
La industrialización incipiente en muchos países fue abortada por los ajustes estructurales y la liberalización económica. La prematura liberalización comercial exacerbó la desindustrialización, el desempleo y el déficit fiscal, sin generar fuentes alternativas de crecimiento económico.
Los países de bajos ingresos, así como los Estados fallidos, se caracterizan generalmente por una reducida industrialización que, a su vez, retarda la transformación estructural y el desarrollo sostenible más inclusivo.
Las consecuencias adversas que tienen para el desarrollo las políticas y programas impuestos a los países del Sur, independientemente de las circunstancias históricas y el contexto económico, son bien conocidas.
Hay un mundo de diferencia entre la liberalización con mesura desde una posición de poderío económico, como ocurrió en la Asia oriental de reciente industrialización en la década de 1980, y su adopción forzada, para cumplir con la Organización Mundial del Comercio o las obligaciones del préstamo.
A pesar del discurso oficial que afirma lo contrario, las normas multilaterales distan mucho de apoyar al desarrollo sostenible y deben modificarse de manera acorde.
Desde finales del siglo XIX, los términos de intercambio adversos – que favorecen a las industrias en detrimento de las materias primas, a los artículos de las zonas templadas frente a los productos agrícolas tropicales, y a los artículos industriales del Norte antes que los del Sur – implican que muchos países en desarrollo han producido y exportado mucho más, pero ganan relativamente menos.
Se suponía que la liberalización financiera internacional debía atraer los capitales privados para llenar los vacíos de financiamiento. En cambio, dio lugar a transferencias de capital netas de los “pobres en capital” a los “ricos en capital”, mayor volatilidad financiera y la desaceleración del crecimiento económico.[related_articles]
La experiencia también demostró que las «terapias de choque», que a menudo se corresponden con las grandes crisis del sistema financiero, en general, han causado más daño que bien.
Dada su mayor vulnerabilidad a las vicisitudes externas, los países en desarrollo deben tener mayor espacio fiscal para asegurar su capacidad contracíclica, así como un gasto público sostenido para las inversiones necesarias en infraestructura física y social y en recursos humanos.
El fortalecimiento de la base impositiva, la obtención de más fuentes confiables de finanzas internacionales y la canalización de la ayuda a través de los presupuestos nacionales pueden ser fundamentales.
En vez de la obsesión actual con la eliminación del déficit fiscal, se necesita una estrategia de estabilización macroeconómica más equilibrada y adecuada para reducir al mínimo los vaivenes desestabilizadores de la actividad económica y los saldos externos, a la vez que se fomenta un círculo virtuoso de mayor estabilidad macroeconómica, inversión, crecimiento y generación de empleo.
Los países en desarrollo necesitan fortalecer sus capacidades y aptitudes y garantizar el suficiente “espacio político” para llevar a cabo reformas adecuadas que favorezcan el desarrollo sostenible.
Con frecuencia se afirma que el desarrollo solo puede alcanzarse mediante la reducción del Estado. Sin embargo, en gran parte del Sur en desarrollo, eso condujo a democracias antiliberales que no permiten las opciones y a la frustración de la ciudadanía, privada de sus derechos.
En cambio, los gobiernos con responsabilidad democrática deben consultar a la ciudadanía para promover las inversiones destinadas a la transformación estructural y la generación de empleo.
La economía mundial corre el riesgo de continuar su espiral descendente hacia el estancamiento prolongado. Los mecanismos de vigilancia mejorados del Fondo Monetario Internacional no generaron una mejor coordinación macroeconómica internacional, como se pregonaba.
En cambio, el camino hacia el desarrollo sostenible sigue obstaculizado por las limitaciones autoimpuestas de las políticas deflacionarias y la negativa a brindar la ayuda necesaria o de cooperar para aumentar los impuestos para todos.
Traducido por Álvaro Queiruga