“Tengo cuatro trabajos y apenas puedo mantenerme”, se lamentó la japonesea Marlyn Maeda, de 48 años, quien ve cómo se desvanece su sueño de hacerse mayor y seguir siendo autosuficiente en el plano económico.
Redactora independiente y soltera, Maeda, quien solo quiso dar su seudónimo a IPS, gana por escribir artículos, trabajar en un centro de llamadas, vender cosméticos cinco días a la semana y colaborar una noche en un bar, unos 1.600 dólares al mes.
Pero pertenece a un creciente sector de la población que se empobrece. Con 127,3 millones de habitantes, Japón es un país donde la pobreza trepó a 16 por ciento en 2013 tras más de dos décadas de lento crecimiento, que hizo bajar los salarios y disminuir los puestos de trabajo estable.
También refleja otra tendencia alarmante: la creciente feminización de la pobreza. Las mujeres constituyen la mayoría de los pobres y de adultos mayores en Japón, la tercera mayor economía del mundo y la sociedad que se envejece más rápido.
De hecho, Maeda contó que ahora le pagan 50 dólares por artículo, muy por debajo de las décadas de los años 80 y 90, cuando ganaba por lo menos el triple.
Los pobres en Japón ganan menos de 10.000 dólares al año. El sector está integrado por personas mayores y trabajadores de medio tiempo. Los ingresos que tanto le cuesta reunir a Maeda apenas superan esa cifra.
Su historia es similar a la de muchas japonesas y choca con los esfuerzos del gobierno por empoderar a las mujeres y mejorar su participación económica.
De hecho, un amplio paquete de reformas presentadas a principios de este año por el primer ministro Shinzo Abe fue recibido con escepticismo por especialistas en género, desanimados por la cantidad de barreras sociales y económicas que frenan a las mujeres.
El movimiento llamado “mujeronomía” reclama varios cambios para mejorar la situación de las mujeres, desde hace tiempo discriminadas en el ámbito laboral, y proponen que ganen el mismo salario que los hombres, gocen de más licencia por maternidad y logren ascensos.
El nombre deriva de las reformas económicas de Abe, basadas en medidas contra la deflación y para impulsar el crecimiento económico que le valieron el apodo de “abenomía” a principios de 2013.
Dado que 60 por ciento de las empleadas dejan de trabajar cuando quedan embarazadas, Abe prometió derribar barreras como aumentar a 20.000 los cupos en las guarderías y hasta 300.000 en los programas extracurriculares para 2020.
Otro objetivo es aumentar a 30 por ciento la presencia femenina en los cargos altos para ese mismo año.
“Nos propusimos incentivar la participación femenina en el ámbito laboral y llevarla del actual 68 por ciento a 73 por ciento para 2020”, escribió Abe en The Wall Street Journal en septiembre del año pasado.
“Las japonesas ganan en promedio 30,2 por ciento menos que los hombres (una brecha mayor que en Estados Unidos, 20,1 por ciento, y que en Filipinas, 0,2 por ciento). Tenemos que reducir la desigualdad”, añadió.
Pero para especialistas como Hiroko Inokuma, quien investiga los desafíos que afrontan las madres trabajadoras, el plan es monumental, en especial dada la “creciente inseguridad laboral, que ya se traduce en cifras de pobreza desalentadoras para las mujeres”.
Una de cada tres mujeres de entre 20 y 64 mujeres que viven solas son pobres, según el Instituto Nacional de Investigación de Seguridad Social y Población, con sede en Tokio.
Además, 11 por ciento de las mujeres casadas son pobres, principalmente son personas mayores que enviudaron. Y casi 50 por ciento de las divorciadas se encuentran luchando contra la pobreza.
También están en esa situación 31, 6 por ciento de las trabajadoras consultadas, por encima de 25,1 por ciento de los hombres.
El Ministerio de Bienestar y Salud señaló que Japón registra niveles de pobreza sin precedentes. En 2010, la asistencia estatal tuvo el mayor número de beneficiarios de las últimas décadas, con 2,09 millones de personas, o 16 por ciento de la población, en esa situación.
Con ese panorama, Akiko Suzuki, de la no gubernamental Red Inclusiva, que ayuda a las personas sin hogar, dijo a IPS que la reforma de Abe es totalmente ilusoria.
“Tras varios años de trabajar con poblaciones de bajos recursos, relaciono el aumento de mujeres pobres con el creciente número de contratos de medio tiempo o corto plazo”, opinó Suzuki.[related_articles]
En la salud, la enfermería tiene la mayor cantidad de empleados de medio tiempo, 90,5 por ciento de los cuales son mujeres.
Inclusive Net señaló que ellas representan 20 por ciento del promedio de 3.000 personas al mes que buscan ayuda económica, bastante más que las menos de 10 por ciento que lo hacían hace tres años.
Japón tiene 20 millones de trabajadores temporales, alrededor de 40 por ciento de la población económicamente activa. Y las mujeres representan 63 por ciento de quienes ganan menos de 38 por ciento de un salario de tiempo completo.
Aya Abe, investigadora del Instituto Nacional de Investigación de Seguridad Social y Población, dijo a IPS que la pobreza femenina ha sido un problema permanente en la sociedad japonesa, por el papel secundario que tradicionalmente han tenido las mujeres.
“Durante décadas, salieron adelante, pese a ganar menos porque tenían maridos que ganaban bien o vivían con sus padres. Y también llevaban una vida austera. Pero esta última tendencia a la pobreza puede relacionarse con que menos de ellas se casan o no consiguen mejores sueldos, trabajan medio tiempo o tienen contratos temporales”, explicó.
Una de las propuestas más controvertidas de la reforma de Abe es la eliminación de un beneficio que tenían los hombres cuyas esposas ganaban menos de 10.000 dólares al año.
Los partidarios de la medida sostienen que incentivará a las mujeres a buscar empleos de tiempo completo, mientras que sus detractores dicen que puede aumentar su vulnerabilidad privándolas de una red de protección social.
Mientras el debate prosigue, cientos de miles de japonesas se las arreglan como pueden en estos tiempos difíciles y sin asomo de mejoría. Según especialistas como Suzuki, “el envejecimiento de la población y la inestabilidad laboral hacen que la feminización de la pobreza haya llegado para quedarse”.
Editada por Kanya D’Almeida / Traducida por Verónica Firme