La educación en Yarmuk, el mayor campamento de refugiados palestinos en Siria, quedó destrozada por los combates y el bloqueo que agobian a esa comunidad. Pero algunos maestros desafían toda lógica y se esfuerzan por dar clases a un número creciente de escolares.
Grupos armados de la oposición siria tomaron el control del campamento en diciembre de 2012. Las fuerzas gubernamentales respondieron con un fuerte bombardeo indiscriminado, que continúa hasta hoy, y con un sitio que asfixia a la población.
Cuando estalló el conflicto en el corazón del campamento en las últimas semanas de 2012 y los combatientes del rebelde Ejército Libre Sirio junto con algunas facciones palestinas se arraigaron en la comunidad, aviones de combate del gobierno comenzaron a destruir todo. La infraestructura educativa comenzó a resquebrajarse en la arremetida.
El personal docente, al igual que miles de personas, huyó del campamento hacia distritos o barrios más seguros e, incluso, a otros países como Líbano.
La situación empeoró después de que la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Medio Oriente (UNRWA), responsable de la educación primaria y media, detuvo sus operaciones en el campamento.[related_articles]
El Ministerio de Educación de Siria es responsable de la enseñanza secundaria en las comunidades palestinas radicadas en este país. Pero las únicas dos escuelas que hay en el campamento quedaron en el frente de lucha; las cerraron aun antes de que la violencia se arraigara en diciembre de 2012 en los límites del campamento.
Por sugerencia del Jalil Jalil, maestro de árabe y conferencista en la Universidad de Damasco, cuatro maestros crearon un programa de eenseñanza en la mezquita Palestina situada en el centro del campamento.
Al principio, la clase tenía 20 niñas y niños. Pero se fueron sumando cada vez más hasta llegar a los actuales 200. La iniciativa alentó a las familias, pero supuso una gran presión para los maestros y la calidad de la enseñanza que pueden ofrecer.
“Se nos hizo difícil seguir trabajando como antes”, dijo Jalil a IPS.
“Necesitamos encontrar lugares para dar clases a estos niños, pero ahora no es fácil en el campamento. Además se necesitan elementos esenciales como libros, cuadernos, lapiceras”, observó.
“Pero lo más importante es la seguridad de los estudiantes y de los voluntarios que dan clases”, remarcó Jalil.
En un principio, los maestros podían conseguir insumos a través de sus propias redes o de las donaciones de los padres en mejor posición económica. Pero con el aumento de estudiantes, debieron pedir ayuda a la UNRWA.
“Pasó a ser un asunto de asegurar cada vez más libros, bolígrafos y generadores de electricidad, así como reclutar más maestros a quienes pudiéramos pagar un estipendio básico, si no un salario”, dijo Yehya Ishmaawi, uno de los maestros fundadores, a IPS.
“Ya no era una cuestión de ofrecer un apoyo educativo básico, sino de tratar de sacar totalmente a flote el programa de enseñanza”, indicó.
Con más recursos y más voluntarios capacitados para ayudar al personal docente, se volvió importante obtener reconocimiento oficial para que los estudiantes pudieran dar exámenes reglamentarios y avanzar en sus estudios.
Cuando los maestros mostraron sus impresionantes logros, UNRWA apoyó el programa.
“Seguimos una vía no oficial, pero lo más importante es que no permitimos que se perturbe la enseñanza, y les damos la posibilidad de dar exámenes a tiempo y bajo supervisión de la UNRWA”, dijo Jemaal Abd al Ghani, responsable para el relacionamiento con maestros y voluntarios que llevan adelante el programa en Yarmuk, en entrevista con IPS.
Para superar el bloqueo y obtener los materiales necesarios, los maestros recurren a personas y agencias que ingresan alimentos básicos al campamento. Algunos de estos socios también se hicieron cargo de ciertos recursos educativos y pagaron los estipendios para los voluntarios.
La comunidad, en general, y los padres, en particular, también desempeñan un papel fundamental.
“Si no hubiera sido por la fe de las familias y por su apoyo a nuestra misión, esto no hubiera ocurrido”, remarcó Jalil. “Desempeñaron un papel clave al principio, incluso ofrecieron libros y combustible de sus hogares para los generadores que iluminan los refugios”, puntualizó.
Pero la eneseñanza no es inmune a los bombardeos aéreos indiscriminados. El 1 de abril cayó un proyectil de mortero cerca de la mezquita Palestina cuando un grupo de escolares salía de un salón de clases provisorio que estaba al lado. Varios resultaron heridos. El episodio resultó un mal augurio de lo que estaba por venir.
A los pocos días, otro estallido mató a dos estudiantes, Farhat Mubarak y Hesham Mahmud, y dejó a otros gravemente heridos.
“¿Por qué esta locura de ataques indiscriminados?”, imploró el padre de Farhat. “No hay hombres armados aquí. Solo son niños que quieren vivir en paz y evitar esta muerte horrenda que ahora está en todas partes en Siria”, añadió.
Esta brutalidad mató ya a unos 149 niñas y niños palestinos en Siria, 56 de ellos en el campamento de Yarmuk, según la Asociación de Derechos Humanos Palestinos.
Los niños y las niñas de Yarmuk buscan la esperanza y la alegría de sus juegos que quedaron aplastados bajo las casas arrasadas.