El espectacular concierto celebrado en el Camp Nou del club Barcelona el 29 de junio, en apoyo del “derecho a decidir” (eufemismo respetuoso de ”autodeterminación” catalana) para celebrar una “consulta” (léase “referéndum”) sobre la alternativa de la independencia (así de claro) y el abandono del autonomismo, ha revelado que resultará un tanto insólito seguir usando la bandera jurídicamente correcta de Cataluña.
A juzgar por las imágenes de los aderezos de los asistentes, la bandera tradicional de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo ha sido suplantada masivamente por la que inserta un triángulo azul y una estrella blanca en uno de sus lados (lateral o superior, según su posicionamiento).
Como alternativa minoritaria, se observa también una variante adoptada por partidos y organizaciones marxistas que presume de otro esquema triangular, pero con fondo amarillo y una estrella roja.
Una razonable mayoría de los catalanes conocen la historia (o mito) del origen de la enseña catalana constitucional y políticamente correcta, pero un sondeo revelaría una apabullante ignorancia acerca del origen de las variantes con la inserción triangular.
Subsiste un cierto conocimiento del origen legendario de las cuatro franjas (las huellas de cuatro dedos con sangre de las heridas del fundador de la Cataluña medieval, Wifredo el Velloso) sobre el fondo dorado de un escudo de armas. Este contraste puede tener consecuencias intrigantes si en algún momento se logra la ansiada independencia.
Pero también incluso ahora se alza una incógnita acerca del posible arrinconamiento que la bandera “legal” pueda tener, ante el uso masivo de la «estelada», como se refiere a la alternativa, empleando la palabra catalana para «estrella»: «estel».
Una respuesta rigurosa a esos sondeos acerca de la simbología de la bandera con triángulo y estrella revelarían que la innovadora enseña es significativamente un homenaje doble al nacionalismo independentista de dos antiguas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico).
Paradójicamente, teniendo en cuenta el cierto resquemor antiyanqui y antigalo en las sociedades catalana y española, un uso candorosamente respetuoso de la simbología de los colores de las banderas estadounidense y francesa es intrigante.
La evidencia histórica muestra que la enseña con el triángulo azul y la estrella blanca es una documentada y fiel adaptación de la bandera cubana, la cual a su vez se desdobla en la de Puerto Rico, pero con los colores cambiados. En lugar de franjas azules, presume de rojas, mientras el triángulo es de fondo azul en Puerto Rico y rojo en Cuba. Los tres colores combinados responden a los ideales de libertad (blanco), igualdad (rojo) y fraternidad (azul).
El ligamen entre la simbiosis de las banderas cubana e independentista catalana se remonta a la presencia de emigrantes catalanes en Cuba, como parte del masivo trasvase de españoles, antes y (especialmente) después de la independencia.
Pero la exportación del experimento cubano-catalán fue producto de los esfuerzos de un ciudadano catalán, Vicenç Albert Ballester i Camps (1872-1938). De sus viajes a Cuba se llevó el nuevo diseño.
En su insistencia por usar el rediseño de la bandera cubana, consideró que la enseña tradicional catalana no tenía atractivo visual, al quedar neutralizada por la española. La adición de los colores azul y blanco resultaba muy efectiva, con el dramático y simbólico triángulo (que pocas banderas usan).
La innovadora bandera adquirió estatus jurídico cuando se la mencionó explícitamente en la Constitución Provisional de la República Catalana, aprobada en 1928 por una asamblea del independentismo catalán en América.
Allí se dice que “la bandera oficial de la República Catalana es la histórica de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, con la adición, en la parte superior, de un triángulo azul y una estrella blanca de cinco puntas en su mismo centro».[pullquote]3[/pullquote]
Mientras los estatutos de autonomía catalana de 1932 y 1979 respetan la tradición y declaran la bandera histórica como la legal, el innovador texto de la Constitución Provisional declara que la bandera oficial sería la “estelada”.
Se ha considerado históricamente que esta es solo un gesto reivindicativo, mientras no se disfrute de la independencia, y sobre todo porque la histórica era ilegal.
Los acontecimientos recientes señalarían que la bandera definitiva, en caso de conseguirse la independencia, sería la «estelada», quedando la histórica y tradicional como una ilustración de anteriores épocas.
A propósito de la celebración del 4 de julio, fiesta nacional de Estados Unidos, conviene meditar sobre el impacto de esa todavía potencia “necesaria”, o incluso “insustituible”.
La nueva polémica creada por la vergonzosa conducta de Washington de convertirse en espía incluso de sus propios aliados y por la impotencia para corregir los errores (Guantánamo es solamente uno de ellos) de las intervenciones posteriores al 11 de septiembre de 2001, ha añadido más fuego al antiamericanismo.
Pero también merece meditarse la complejidad de la huella global creada por el experimento más ambicioso de nación forjada por voluntad, imitable y adoptable. Los trazos «estadounidenses» en la bandera independentista catalana son una muestra.
Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu)