La felicidad ha sido fuente de eternas discusiones filosóficas. Ahora el debate llegó a una campaña de prevención del sida dirigida a prostitutas en Brasil, que defenestró a sus responsables y planteó otro debate: ¿cuál es el límite de la participación popular en la definición de las políticas públicas?
“Eso es apología de la prostitución”, se escandalizaron sectores conservadores antes de que la campaña del Ministerio de Salud comenzase a emitirse.
Pero en el contexto de una estrategia contra el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), la frase “Soy feliz siendo prostituta” surgió de debates nacionales con sus protagonistas.
“Hablaba de la dignidad de nuestra profesión. Sacar esa frase es una violación de nuestros derechos. Sobre todo por el estigma social que sufrimos”, dijo Leila Barreto, del Grupo de Mujeres Prostitutas del Estado de Pará, en el norte del país.
La campaña, del Departamento de Enfermedades Sexualmente Transmisibles, Sida y Hepatitis, ocasionó el despido de su director, Dirceu Greco, y la renuncia de dos subdirectores.
“Fue una gran decepción”, reconoció Barreto a IPS. “Cuanto más fortalecidas menos vulnerables seremos a la infección. A no ser que la sociedad diga: estas mujeres no existen. Pero existen y contribuyen a la sociedad con su trabajo”, enfatizó.
La campaña, que no había sido autorizada por la asesoría de comunicación ministerial, incluía otros testimonios como “nuestro mayor sueño es que la sociedad nos vea como ciudadanas”. Apenas llegó a difundirse por Internet el 2 de este mes, el Día Internacional de la Prostituta, antes de ser retirada.
La nueva versión retomó su eje: “orientar a las profesionales del sexo sobre la importancia de usar preservativos” y a estimularlas a buscar prevención en hospitales públicos.
“Prostituta que se cuida usa camisinha” (popular apelativo del condón), destacó la nueva campaña, que busca “reforzar la tolerancia” y “eliminar” prejuicios.
En Brasil, el sida se concentra en grandes ciudades, donde está la mayor proporción de grupos expuestos, con índices de prevalencia de 5,9 por ciento entre consumidores de drogas, de 10,5 por ciento en “hombres que hacen sexo con otros hombres” y de 4,9 por ciento en “mujeres profesionales del sexo”.
Cada año, se registran en promedio unos 37.000 nuevos casos, en un país donde se estima que 530.000 personas tienen el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida, 150.000 de ellas sin saberlo.
“Estas medidas de prevención valen para cualquier persona, independiente de su condición de ‘estar feliz o triste’…No cabe al Ministerio de Salud hacer evaluaciones sobre la condición individual de cada persona”, enfatizó un comunicado de ese despacho.
Algunos alertan sobre un “retroceso” en la estrategia brasileña, considerada como una de las más osadas y efectivas a nivel mundial.
“Brasil enseñó al mundo, con su concepción de prevención del sida, que poblaciones vulnerables e históricamente excluidas, como homosexuales, prostitutas, adictos a las drogas, son ciudadanos/as que tienen derechos y que ese es el lugar desde donde se debe hablar de la prevención”, objetó a IPS el argentino Agustín Rojo, especialista en comunicación y VIH.
Pero en un país donde las iglesias evangélicas tienen un gran peso político, “se corre el riesgo de ‘matar’ el programa, mezclando religión con salud colectiva”, alertó George Gouveia, del Grupo por la Vida.
El riesgo ya existe para Greco, quien atribuyó su despido a desacuerdos “en la conducción de una política de derechos humanos y valorización de poblaciones en situación de mayor vulnerabilidad”, por su conflicto con “la política conservadora del actual gobierno”.
Mencionó otros casos emblemáticos, como la prohibición de un video del carnaval que mostraba una relación entre dos hombres, y una historieta escolar sobre homofobia y sexualidad.
“No pueden tratarnos como si estuviéramos dentro del armario. Si no nos hacen visibles, seguiremos sintiéndonos mutilados en nuestros derechos”, declaró a IPS el presidente del grupo gay Arco Iris, Julio Moreira.
Para Rojo, la cuestión es que el Estado “dé voz y visibilidad a sectores discriminados”, pero para “que la sociedad primero los reconozca y después los escuche, no para que el Estado haga propias todas y cada una de sus posiciones”.
“Cuando una mujer que recibe dinero a cambio de sexo afirma públicamente sentirse feliz, expresa más que un sentimiento individual. Para ser claros, fija una posición política”, destacó este sociólogo, quien coordinó en Argentina políticas oficiales de comunicación sobre el sida y otras infecciones de transmisión sexual.
Un ejemplo es el debate entre “quienes defienden su condición de trabajadoras sexuales y quienes se asumen como mujeres en situación de prostitución”, explicó.
En este caso, planteó, “ser feliz” con una actividad, lo mismo que estar “orgulloso” de una orientación sexual, forma parte de una legítima reivindicación sectorial.
Pero la frase “no puede ser mecánicamente trasladada a una campaña estatal masiva, porque no será fácilmente interpretada por todo el mundo. El Estado no es nadie para decirle que no sea feliz, pero tampoco tiene que aplaudir o dejar de aplaudir esa elección”, señaló.
“En cambio, si un ciudadano, sea una prostituta, una travesti o un adicto a las drogas, no tiene condones para cuidarse o no sabe cómo usarlos o a quien recurrir, ese sí es un problema del Estado, sea prostituta o ama de casa, homosexual o heterosexual”, reflexionó.
El ministro de Salud de Brasil, Alexandre Padilha, se expresó en el mismo sentido. «Respeto a las entidades y movimientos que quieran dar ese mensaje (ser feliz), pero ese es su papel”, sostuvo.
Ahora la discusión gira sobre el alcance de un discurso, que convoca a la participación social, dentro de la política real.
“Hacer una campaña para gays, prostitutas o presos es ya un reconocimiento y dignificación de esas personas”, analizó Rojo.
“Es ponerlas en el mismo nivel que el resto de la ciudadanía, lo cual no es de sentido común, es una decisión política potente. Es enfrentar el estigma desde la cima del poder, con el mensaje de que “no atiendo sólo a los ricos heterosexuales sino a los pobres gays, prostitutas, transexuales, etcétera, porque para mí son iguales», detalló.
“Al seleccionar apenas un determinado mensaje entre los construidos en los talleres, el gobierno rechaza el concepto de igualdad, por negar a las prostitutas el derecho de expresar sus sueños e ideales, de ciudadanía y afirmación de identidad y visibilidad social”, argumentó Gabriela Leite, del colectivo de prostitutas Da Vida.
Consideró “arrogante” el hecho de “no creer que una prostituta pueda ser feliz”.
Un perfil de la prostituta brasileña, elaborado por el Ministerio de Salud, contribuye a cuantificar esa felicidad relativa.
La mayoría tiene entre 20 y 29 años, estudios incompletos de primaria y están orgullosas de mantener a sus hijos, no sufren discriminación en la salud pública, le gusta su libertad laboral y consideran su actividad más rentable que otras.
En contraste, se sienten humilladas y discriminadas, evitan revelar lo que hacen, especialmente a sus hijos, y soportan clientes desagradables o que no quieren usar preservativos.