El campamento no debería haber sido tan difícil de encontrar. Con seguir la indicación de conducir derecho por la carretera que lleva hacia el norte desde el poblado de Puttalam, a 140 kilómetros de Colombo, IPS llegaría al asentamiento de desplazados que buscaba.
Pero lo que IPS encontró no fueron los típicos refugios temporarios de desplazados de guerra. No había lonas estampadas con los logotipos de las agencias donantes, y tampoco atareados trabajadores humanitarios.
En su lugar apareció un grupo de pequeñas aldeas constituidas por casas pintadas de blanco en las afueras de las estrechas y congestionadas calles de Puttalam.
Sin embargo, al inspeccionar el lugar más de cerca quedó claro que estas eran, efectivamente, las viviendas de aproximadamente 75.000 musulmanes y sus descendientes que se vieron obligados a escapar de las provincias del norte de Sri Lanka durante el clímax de la guerra civil, en 1990.
El 29 de octubre de ese año cambió para siempre la vida de Ahamed Lebbe, un jornalero de unos 50 años, oriundo de la aldea de Pallai, en la norteña península de Jaffna, con quien dialogó IPS.
En esa fecha, los Tigres para la Liberación de la Patria Tamil Eelam (LTTE), grupo rebelde que entonces luchaba contra el gobierno srilankés para obtener un estado separado para la minoría tamil de la isla, ordenaron a todos los musulmanes evacuar la provincia en un plazo de 24 horas.
De boca en boca circuló el mensaje que recibió Lebbe: tendría que irse sin nada más que 300 rupias (alrededor de dos dólares) en efectivo. Algunas evidencias señalan que los Tigres habían hecho un anuncio público en horas previas de ese día en la localidad de Jaffna.
La lógica detrás de esa orden era que los musulmanes, junto con su incipiente partido político nacional, el Congreso Musulmán de Sri Lanka, representaban una amenaza al ideal de los Tigres de lograr una hegemonía étnica en el norte, lo que constituyó la base de su reclamo de un estado tamil independiente.
La orden se tomó muy en serio, y en la noche del 29 de octubre empezó el éxodo. Una familia musulmana tras otra fueron dejando atrás sus hogares, objetos de valor y comercios, llevando consigo apenas las magras sumas de dinero permitidas por el LTTE, además de temores y recuerdos.
“En la aldea en la que vivíamos había solo cuatro familias musulmanas”, dijo Lebbe a IPS. “Pero era nuestro hogar. Yo todavía hablo el dialecto tamil utilizado en Jaffna”.
Y 23 años después Lebbe todavía no ha recuperado el sentido de pertenencia, aunque ha vivido la mitad de su vida en una aldea exclusivamente musulmana en Puttalam.
“Siempre está la sensación de que no pertenecemos aquí, de que no estamos en casa”, dijo.
[related_articles]La cantidad de desplazados que viven en estos “campamentos” semipermanentes ahora se ha reducido a casi 250.000, según algunos investigadores. La mayoría de ellos nunca abandonaron el cinturón costero del noroccidente, zona a la que llegaron hace dos décadas.
La bienvenida inicial que la población local dio a los refugiados rápidamente mutó a resentimiento, cuando quedó claro que estos visitantes no se irían pronto, y que empezarían a reclamar empleos, escuelas y cobertura de salud a un gobierno en el que estos recursos escaseaban.
Los empleadores de la zona no tardaron en darse cuenta de que los desplazados eran una fuente de mano de obra barata, contratándolos rápidamente para que trabajaran en sectores como la construcción, la pesca y la agricultura, y para empleos casuales.
Actualmente, la demanda de servicios del gobierno en Puttalam es enorme. Con 700.000 habitantes, la provincia es una de las más pobres de Sri Lanka. Entre 10 y 11 por ciento de sus residentes viven bajo la línea de pobreza, en comparación con el guarismo nacional, de alrededor de ocho por ciento.
A las autoridades locales también les preocupa seriamente la falta de agua potable, exacerbada en los últimos tiempos por una prolongada sequía.
Mirak Raheem, exinvestigador del nacional Centro para las Alternativas Políticas, dijo a IPS que urge modernizar la infraestructura en Puttalam. También enfatizó la importancia de implementar proyectos como la construcción vial, que pueden crear empleos para los desplazados.
Pocos incentivos para volver a casa
Desde que el gobierno venció al LTTE, en mayo de 2009, unos 400.000 tamiles desplazados durante los 30 años de combates fueron reasentados, pero no ocurrió nada similar con los musulmanes.
La situación plantea la disyuntiva de si los asentamientos de desplazados en Puttalam –construidos con aportes de agencias internacionales como el Banco Mundial, que financió la construcción de unas 4.400 unidades habitacionales- alguna vez se vaciarán de sus actuales residentes.
Mohammad Abdul, un defensor de los derechos humanos que trabaja en estrecho vínculo con la comunidad, cree que los musulmanes desplazados no volverán al norte a menos que les presenten un sólido plan de acción para reconstruir sus viviendas, o que les ofrezcan préstamos para iniciar comercios.
Hasta ahora, dijo a IPS, se prometió mucho pero se cumplió poco.
A mediados de 2010, se ordenó a los desplazados que querían volver a sus antiguas casas que se registraran ante las autoridades srilankesas. Casi todos los 250.000 musulmanes de Puttalam lo hicieron, pero pocos terminaron haciendo el viaje de regreso.
Luego resultó que la mayoría se habían registrado solo para recibir durante seis meses las raciones prometidas por el gobierno.
Según Farzana Haniffa, una académica de la Universidad de Colombo, nunca se dio prioridad a los musulmanes desplazados, incluso entre las organizaciones internacionales, porque su situación no se consideraba de “emergencia” humanitaria.
“Nunca existió (la amenaza) de que murieran de hambre”, dijo a IPS Haniffa, editora de un informe sobre los musulmanes del norte. Como consecuencia, apenas una fracción de los millones de dólares de ayuda al desarrollo que inundaron el país desde los años 80 llegaron a Puttalam.
Para personas como Lebbe, la decisión sobre si volver o no al norte es muy simple.
La provincia otrora devastada por la guerra tiene poco que ofrecer: se teme que el desempleo en la norteña región de Vanni sea de incluso 20 o 30 por ciento, según Muttukrishna Sarvananthan, titular del Instituto de Desarrollo Point Pedro, con sede en Jaffna. Esto indica que cualquiera que desee empezar una vida allí enfrenta un futuro incierto.
“Por lo menos aquí sabemos con certeza qué esperar”, resumió Lebbe.